El pasado día 5 de junio desayunábamos con las fotos que el diario El País publicaba sobre las «fiestas» de Berlusconi. Ha transcurrido ya más de una semana desde entonces y ya se ha diluido algo la polémica. Pero lo que no se ha diluido es mi sorpresa porque un rotativo de prestigio nacional e internacional lleve en sus páginas unas vulgares imágenes de paparazzi con la excusa de ser información. No importa la razón del veto judicial de las fotos en Italia, pero lo cierto es que su publicación en España carece de demasiado sentido. En contra de lo que ha manifestado el diario madrileño, esas fotos no creo que aporten información nueva a los desmanes privado-públicos de Il Cavaliere ni que socaven aún más la imagen del líder del Ejecutivo más dudoso de Europa.
No deja de ser un recurso fácil para remontar el vuelto en la venta de diarios. No olvidemos que la prensa de papel está pasando posiblemente por la mayor crisis de su historia. El País no es ajeno a esta crisis y ha caído en el recurso barato del sensacionalismo más rastrero. Yo imagino esas fotos más bien publicadas por tabloides británicos como The Sun o, en España, por otros medios más propios de estas maniobras comerciales como, por ejemplo, El Mundo o Interviú. Todas las imágenes fueron tomadas por el fotógrafo Antonello Zappadu, que comentó en el propio diario que cuenta con más de 5.000 fotografías de las fiestas de Berlusconi en Cerdeña desde 2006. Nada se sabe sobre si fueron «donadas» a El País o si pagó una cantidad de dinero. No he encontrado ninguna información sobre este tema. El hermetismo es total.
Esperemos que este sólo sea un capítulo aislado en la historia de El País y que dentro de un mes no nos levantemos con la noticia de las fotos de no sé quién. Hace falta no una evolución, sino una revolución en la prensa tradicional si no quiere quedar sumergida ante los cada vez más influyentes y serios diarios digitales. Así que cuidado, porque por el camino fácil nunca se puede conseguir el respeto, o lo que es peor, perder el ya conseguido.
No es muy habitual que el cine trate el tema del turismo por dentro, del turismo como industria cultural que, sin querer, se convierte en un circo. Algo así es lo que cuenta ‘Llegaron los Turistas’ (‘Am Ende kommen Touristen’) (2007), una cinta alemana dirigida por Robert Talheim, pero a medio camino entre el presente y el pasado, entre el país germano y Polonia, entre la reflexión y el espectáculo.
La película cuenta la historia de Sven, un joven objetor berlinés que se traslada hasta el campo de concentración polaco de Auschwitz-Birkenau para cumplir el servicio social. Su misión será cuidar de un superviviente del campo que vive allí restaurando las viejas maletas de los deportados y participando en reuniones con los visitantes. Sven se encontrará con un entorno casi siempre hostil por su condición de alemán y se dará cuenta de la inevitable banalización de la historia, por terrible que esta fuera.
Talheim pone sobre la mesa temas que supongo que aún son incómodos para sus compatriotas: La invasión de Polonia, el Holocausto, el nazismo… Es evidente la crítica hacia la institucionalización y la explotación turistica de un hecho y un lugar terrorífico que de esta manera pierde todo su significado. Escolares aburridos, postales, souvenirs, autobuses. Talheim plantea también las relaciones, aún no del todo normalizadas, entre alemanes y polacos, pero siempre dejando una puerta abierta a la reconciliación definitiva. Creo que es una buena película, especialmente en su tratamiento de la relación entre Sven y el superviviente, pero que quizás no sabe sacarle todo el jugo a una temática tan interesante como poco tratada. Todo se queda en varias anécdotas superficiales y en una tonta historia de amor.
Irán es uno de esos países que siempre me han llamado la atención. Posiblemente porque rompe con muchos de los tópicos de los países musulmanes de su entorno. Y también parte de la culpa de ese interés la tienen las películas de, sobre todo, Jafar Panahi y Abbas Kiarostami, dos cineastas iraníes (no los únicos) reconocidos en el panorama internacional y también de ‘Persépolis’, la estupenda película de animación de Marjane Satrapi. Irán no es un país que pueda explicarse en dos palabras. Es un estado complejo, repleto de contradicciones y cuyo pueblo, sobre todo los jóvenes, lucha por abrirse al mundo occidental.
La historia reciente del país persa es bastante tumultuosa. De hecho, desde la revolución islámica de los Ayatolás en 1979 ha estado permanentemente en las cabeceras de los informativos por unas causas o por otras. En mi opinión la tragedia de Irán, igual que la de otros países musulmanes no árabes como Turquía, es la de estar dividida (en términos generales) en dos: el Irán urbano y el Irán rural. El Irán urbano representa la juventud, universitaria y progresista y el rural, más numeroso, que es guardiana de las tradiciones musulmanas y muy celosa de su identidad. Aunque esta dicotomía tampoco es exacta, es cierto que en la pseudodemocracia iraní la grandes ciudades votan por el «reformismo» y los pueblos por la tradición.
El país se enfrenta hoy posiblemente a una de las elecciones más trascendentales de su historia reciente: apostar por el tímido aperturismo que promete Musavi o seguir con la política más radical y fundamentalista de Ahmadineyad. Las cosas no parecen estar muy claras, aunque los sondeos indican una cierta inclinación hacia el cambio. Si finalmente Musavi obtiene la victoria, algunas cosas cambiarán para mejor en Irán y quizás el acercamiento al mundo occidental será un hecho. Y si no todo será cuestión de tiempo. Irán cuenta con población de sobra preparada para hacer del país un referente de desarrollo en la zona y de consolidar una democracia que, de momento, sólo lo es a medias (recomiendo echar un vistazo al gráfico [JPG] que publica hoy el diario Público sobre el sistema político iraní).
Vivimos en una época donde la información de todo tipo fluye con libertad hasta el exceso. Imágenes, vídeos, sonidos, música, textos… Navegamos por un mar de datos que somos incapaces de digerir y que es ya nuestro ambiente natural. Pareciera que la información, igual que la energía, ni se crea ni se destruye, sino que sólo se transforma en otras cosas. Quizás fue así como surgió el «mashup», que podríamos traducir en castellano como remezcla o más bien como mezcla. El «mashup» es un agregado de varios elementos para crear uno nuevo con nuevas funcionalidades o un nuevo significado. Este concepto se aplica a muchos y muy diversos campos.
Desde el nacimiento de la llamada «web 2.0», el concepto de «mashup» se ha convertido en uno de los más populares. El hecho de que las webs intenten ser cada vez más participativas y abiertas han llevado a publicar sus APIs (para los profanos, la «caja de herramientas» y/o el «manual» para modificar y adaptar el sistema a nuestras necesidades) y a permitir su combinación con otros servicios que proporcionan otras webs. Posiblemente los pioneros del «mashup» de la web son Google. Todas sus aplicaciones y servicios están abiertas a todo aquel que quiera manipularlas para su uso particular. A día de hoy son ya miles los sitios que combinan servicios de terceros para ofrecer a sus visitantes un nuevo servicio híbrido que tal vez de otro modo no podría ser posible. Algunos ejemplos son:
Y así podríamos seguir hasta el infinito… Pero sin duda el aspecto más vistoso de los «mashup» es la mezcla de vídeos o de música. Por internet, especialmente en los sitios de vídeos, encontramos auténticas joyas de la mezcla, algunas de ellas de lo más disparatado, como este donde se recrea la cabecera de McGyver con secuencias de Star Wars:
Y si nos metemos con el tema musical, el filón se hace interminable. He elegido un par de ellos que tienen su gracia. El primero de ellos se titula The Escobars y mezcla un tema de nuestro españolísimo Manolo Escobar con unos raperos:
Por último, ¿Cómo sonarían los Beatles + LCD Soundsystem + The Kinks?. Aquí está la respuesta:
Muchos medios de comunicación, especialmente los escritos, llevan a sus editoriales, a sus columnas y a otros artículos de opinión artículos que analizan desde miles de puntos de vista diferentes los resultados de las Elecciones al Parlamento Europeo en todo el continente. Porque, independientemente de la idiosincrasia de cada país, la derecha ha arrasado en prácticamente todos los estados miembros. Leyendo textos de aquí y de allá, llegar a conclusiones no es nada fácil y posiblemente las causas del retroceso de la izquierda sean múltiples. En países importantes como Francia, Italia o Reino Unido, la socialdemocracia está en proceso de descomposición desde hace años por culpa de las luchas internas. En otros como Alemania pierden fuerza por falta de líderes claros.
Pero hay que profundizar bastante más para llegar a razones incluso generacionales. Mientras que hace veinte o treinta años, la esperanza de las clases más desfavorecidas estaba necesariamente en la izquierda. Ahora las cosas son mucho más confusas y el escepticismo se ha instalado en muchos ciudadanos. Han de convivir (y competir) con los inmigrantes. Buscan soluciones «milagrosas» y rápidas a su situación de crisis que lógicamente no existen y que, ante la inoperancia y la poca pedagogía de los partidos de izquierdas, tradicionalmente aliados de la clase trabajadora, acuden a la derecha en busca de una sensación de falsa seguridad o, lo que es peor, se lanzan en brazos de nuevos partidos que prometen lo que el votante quiere oir aunque después no lo puedan cumplir.
He dicho inoperancia y poca pedagogía. Estos dos conceptos me parecen algunas de las claves que la izquierda debería corregir. Hace falta una refundación y recuperar ideas que se olvidaron en la vorágine de la economía liberal de los noventa y de la década presente en la que se embarcaron erróneamente arrastrados por los neoliberales derechistas. Durante ese tiempo, la izquierda ha vivido acomplejada, avergonzada de sí misma y en una profunda crisis de ideas. Una crisis ideológica que ha llevado a una fragmentación insoportable de la socialdemocracia europea.
Desde hace apenas un año, la crisis económica causada fundamentalmente por la desregulación de los mercados financieros e inmobiliarios y, en general, por la falta de celo en el control del mercado, no ha tenido una respuesta clara y contundente en la izquierda. Una izquierda que tradicionalmente ha intentado poner orden y proteger a los ciudadanos indefensos frente a los excesos del mercado, pero que ha aparecido desdibujada en esta crisis. Se ha «vaciado» ideológicamente. Ahora sólo nos queda saber si para salir de esta situación, un parlamento eminentemente de derechas aplicará políticas socialdemócratas para que los desfavorecidos no salgan aún peor de la crisis y, sobre todo, para que esto no vuelva a repetirse tan descaradamente. Yo, lamentablemente, lo dudo mucho.
Scopitone, Cinebox o Color-Sonics son palabras que nos suenan más bien poco. Son los nombres de algunos inventos precursores de otros que ahora nos son muy familiares. Se trataba de una especie de jukebox visual que proyectaban en una pantalla videos musicales de los artistas más conocidos de la época. Fueron muy populares en los Estados Unidos durante la década de los sesenta y desaparecieron con la llegada del siguiente decenio. Son, como se suele decir, un producto de su tiempo. Curiosamente, y a pesar de ese éxito al otro lado del Atlántico, tanto el Scopitone como el Cinebox son invenciones europeas.
Los primeros Scopitones, según se cuenta en la web scopitonearchive.com, fueron fabricados en Francia en 1960 y se extendieron por Alemania Occidental y Reino Unido antes de cruzar el charco en 1964. El mecanismo era idéntico al de un jukebox clásico con la diferencia de que contaba con una pantalla más bien pequeña para los canones actuales en la que se retroproyectaba la película en 16 milímetros del videoclip elegido. El Cinebox, siempre siguiendo la misma fuente, fue ideado en Italia en 1959. Puede considerarse, por tanto, como el primer jukebox de películas de la historia. El Cinebox cambió de nombre en 1965 para llamarse Colorama y posteriormente, en 1966, pasó a ser el Cinejukebox. El tercero en discordia fue el Color-Sonics, una creación norteamericana de los estudios cinematográficos Paramount lanzada en 1966. Al contrario que los anteriores, el Color-Sonics utilizaba cartuchos de película de 8 milímetros.
Cualquiera de estos tres fabricantes contaba con un catálogo de videoclips bastante amplio, llegando en algunos casos al millar de títulos. A lo largo y ancho de internet existen unas cuantas webs que se dedican a recopilar, digitalizar y colgar algunos de estos vídeos. La mayoría son de artistas muy conocidos y casi pueden considerarse como un antecesor directo del video musical. Si tenéis curiosidad por ver alguno de estos vídeos podéis buscarlos en YouTube, donde hay bastantes. También en la web Scopitones.com hay unos cuantos. Os aviso de que algunos son un poco frikis y hasta folclóricos. Aquí uno de los ejemplos más bizarros:
Este es el vídeo de ‘Comme Tant d’Autres’ de Françoise Hardy, moderno y con estilo, lejos de los tópicos sesenteros:
Casualmente, buscado asuntos para tratar en la bitácora, me he topado con dos conceptos que a mi modo de ver son antagónicos. Psicogeografía versus excursionismo a lugares abandonados. La primera como investigación urbana y azarosa sobre la geografía y las vidas que la pueblan. Y la segunda como análisis del pasado, del tiempo detenido en un determinado momento, del deterioro por el paso de los años… Lo vivo y lo muerto…
Pero vamos a dejar la filosofía barata a un lado y vamos a profundizar un poco en ese curioso concepto que es la psicogeografía y que muchos hemos practicado sin saber que se llamaba así. Según la escueta definición de la Wikipedia, la psicogeografía es «una propuesta principalmente del situacionismo en la cual se pretende entender los efectos y las formas del ambiente geográfico en las emociones y el comportamiento de las personas.». Dentro de esta práctica hay otros conceptos como la deriva, que consiste en caminar sin rumbo por una ciudad con otra mirada donde lo importante es la observación, casi la contemplación de las situaciones cotidianas del día a día lejos de la rutina.
Aunque el origen de esta peculiar práctica es muy antigua, es a partir del siglo XIX y sobre todo en la Francia de los años cincuenta del siglo XX cuando toma cierta forma. Su formulación hemos de atribuirla a los situacionistas y cuenta con una filosofía y una actitud militante detrás. Sería muy largo explicar aquí qué es el situacionismo, así que si estáis interesados podéis partir de este enlace de la Wikipedia. La realidad psicogeográfica puede ser (y de hecho ha sido) fuente de inspiración para el arte, sobre todo para la pintura y más recientemente la fotografía. Está claro que la mejor forma de captar las emociones de las situaciones urbanas es tomar una buena foto del momento. Por eso en los últimos años se asocia psicogeografía a fotografía, como en este estupendo artículo de Soitu.es.
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