El boom de las series nórdicas nos trae paladas de producciones todos los años. El tirón del nordic noir ha sido una puerta de entrada a otras muchas series que poco tienen que ver con asesinatos, aunque sí con tribunales y delitos. ‘Heksejakt’, una producción noruega realizada este 2020, se adentra en el mundo de las finanzas, la corrupción y el lavado de dinero de dudosa procedencia. Un tema que ya vimos en otras series nórdicas de los últimos años. No sabemos a qué se debe esta proliferación de estas temáticas pero lo que es verdad es que nos ha proporcionado buenos momentos delante de la pantalla.
Ida Waage es una trabajadora de un bufete de abogados especializados en temas financieros. Detectará movimientos extraños de grandes cantidades de dinero que los compañeros de trabajo parecen ocultar o fingir no conocer. Lejos de pasarlo por alto, decide investigar el origen de ese dinero hasta llegar a conocer una verdad incómoda que le traerá muchos problemas. Su cuñado, un abogado bastante desastroso pero con experiencia, ayudará a sacar a la luz todo el turbio asunto.
El deber de hacer siempre lo correcto, aunque te cueste la salud y el trabajo, frente a hacer la vista gorda. Ese es básicamente el dilema que subyace a lo largo de toda la serie, especialmente en el personaje principal de Ida (excelente Ingrid Bolsø Berdal) y con el que no es difícil identificarse. ‘Heksejakt’ lleva al espectador al terreno que quiere con un guión bastante bueno y un elenco de buenos actores bien dirigidos. Una serie entretenida e interesante. 7,5/10.
Como decimos habitualmente por aquí, las producciones británicas para televisión son garantía de calidad. Hemos visto bastantes y la mayoría son realmente buenas. Pero que la factura y los actores estén muy bien no significa que la serie sea buena. El caso de ‘Press’ es un buen exponente de ello. El mundo del periodismo es un tema habitual tanto del cine como la televisión, sus entresijos, sus dilemas, etc. Y ese es su principal inconveniente. Esta producción de la BBC de 2018 ni siquiera actualiza –tema hay de sobra– la encrucijada del periodismo de hoy día, la irrupción de los medios digitales, las redes sociales y otras muchas posibilidades aquí no explotadas.
En ‘Press’ vemos como dos diarios de tirada nacional, el Post, un tabloide donde todo vale, hasta los trucos más sucios, con tal de vender más periódicos, y The Herald, un diario progresista más tradicional en sus formas y que cuenta con cierta ética periodística. Sus directores y redactores se enredarán y pasarán de uno al otro lado, se verán involucrados en escándalos y resolverán los asuntos a veces no de manera tan diferente.
‘Press’ tiene sin duda una factura impecable, actores excelentes y un guión bien armado. Pero a pesar de todo resulta aburrida y poco original. No ha conseguido interesarme ninguna de las historias de cuenta ni tampoco los personajes. Son seis capítulos donde los protagonistas dan demasiados bandazos, poco creíbles. También se plantean los asuntos periodísticos que se han planteado ya mil veces en el pasado, sin aportar nada nuevo. En definitiva, una producción que se deja ver, es entretenida, pero sin ofrecer nada más. Pasable. 6,5/10.
Cada vez es más complicado encontrar en el mundo audiovisual producciones originales, no ya solo en su argumento sino también en las formas. No es muy habitual que se cuele una serie tan iconoclasta como ‘P’tit Quinquin’ (‘El Pequeño Quinquin’). Esta miniserie francesa dirigida en 2014 por Bruno Dumont y protagonizada por un elenco inclasificable de personajes, a cada cual más extraño, encabezados por el niño Quinquin (Alane Delhaye) y el estrambótico jefe de policía, el comandante Van der Weyden (insuperable Bernard Pruvost). A su alrededor una troupe brutal que disecciona sociológicamente la Francia profunda con ironía a veces y mala leche otras.
En una tranquila población de la costa norte francesa comienzan a descubrirse una serie de crímenes donde las vacas son protagonistas. El comandante Van der Weyden y el teniente Charpentier se pondrán manos a la obra para resolver tan endiablado enigma. Todos los crímenes llevan a una familia de granjeros locales, los Lebleu. El pequeño de la familia, Quinquin será testigo y protagonista de esa investigación.
Mucho se puede comentar de esta obra rara. Si en un principio todo nos recuerda a los hermanos Cohen (especialmente a ‘Fargo’), según se va enredando el argumento se nos asemeja más a Berlanga e incluso al surrealismo costumbrista de Buñuel. Como en toda buena comedia, el humor no está en los personajes, sino en las situaciones. Aquí se lleva a su máxima expresión. En definitiva se trata de una producción original que quizás no sea entendida por todos los públicos. Los cuatro capítulos la verdad es que saben a muy poco. 8/10.
El motivo por que decidí ver ‘Tabula Rasa’ era –para ser sinceros– su origen. No hay muchas series belgas en el catálogo de las plataformas de vídeo bajo demanda. Es más, probablemente ésta sea la única. A pesar de su origen flamenco, la producción es de la ZDF alemana, que la estrenó en 2017. El hecho de mezclar la mente humana y sus enigmas con el género policíaco es peligroso. Puede estar bien resuelto o ser de lo más tramposo. Bajo el paraguas de las amnesias selectivas y el juego de los puntos de vista subjetivo y objetivo, los guiones se pueden amoldar a cualquier cosa por insospechada que sea.
Mie (Veerle Baetens) es una joven que acaba de sufrir un accidente que le provoca una amnesia recurrente desde ese momento de forma que olvida constantemente todo aquello que sucede. Junto a su marido y a su hija se trasladan a vivir a una vieja mansión familiar. Pero la desaparición de un hombre que presuntamente está relacionado con la familia y empeoramiento en la situación de Mie harán que todo se complique hasta llegar a un desenlace sorprendente.
Como digo, me temía que el guión fuera tramposo y efectivamente así es. Como en las malas películas de terror donde todo es posible, incluso un giro descabellado en la historia, ‘Tabula Rasa’ cae en la tentación de desarrollar una historia poco creíble, al principio con todas las piezas del puzle encajadas en un sitio diferente al suyo y que de repente saltan de su sitio tras un puñetazo en la mesa. De pronto, todas las piezas encajan de nuevo en su lugar correcto. Sin entrar en detalle, ese final echa por tierra todo lo conseguido durante todos los episodios anteriores (que tampoco era demasiado). Una serie correcta pero olvidable. 5/10.
Creo que me repito bastante cuando digo que tanto el cine alemán como las producciones para televisión están poco valoradas y poco vistas en España. Siempre que llega alguna de estas series de nueva factura que provienen del país centroeuropeo intento no perdérmela. Es complicado que me defrauden. En esta ocasión he visto ‘Babylon Berlin’, una obra producida por Sky con la colaboración de la televisión pública alemana ARD en las dos primeras temporadas y por Netlix en la tercera. La dirección corre a cargo del trío Tom Tykwer, Achim von Borries y Henk Handloegten. El ambiente del Berlín de entreguerras, en el que se comienza a atisbar la catástrofe que llegará, es un caldo de cultivo perfecto para una serie policiaca muy interesante. El argumento está basado en las novelas de Volker Kutscher, bastante exitosas en Alemania.
Berlín 1929. Gereon Rath es un policía llegado desde Colonia se incorpora a la plantilla de Berlín, una ciudad convulsa y efervescente donde política, música y arte se mezcla con la pobreza, la delincuencia común y el espionaje de las potencias extranjeras. En este mundo brutal y excesivo vive Charlotte Ritter, una colaboradora ocasional para la policía que sabe moverse bien en los bajos fondos. Ambos formarán una extraña pareja que intentará resolver varios asuntos complejos a la vez que lidian con sus vidas personales tan extremas como interesantes.
‘Babylon Berlin’ sabe mezclar perfectamente las dosis justas de humor, brutalidad, suspense, música e incluso historia –las continuas referencias al contexto de la época son inevitables–. Una capacidad de evocación y una ambientación que son prodigiosos y un trabajo de los actores que acompañan perfectamente a unos guiones bien estructurados, nada previsibles y originales. Es verdad que podrían haber sido algo menos encorsetados y teatrales, pero tal vez sea algo buscado. Por cierto, excelente banda sonora. Imprescindible. 8/10.
He terminado de ver la que para muchos es la serie del verano, incluso la serie del año. ‘L’effondrement’ es una discreta producción francesa de 2019, ideada y creada por el colectivo Les Parasites. Poco podían imaginarse por entonces que en este accidentado 2020 su guión iba a verse no como una distopía, sino casi como un reflejo de la actualidad –exagerada, eso sí–. Son ocho episodios no necesariamente ordenados cronológicamente –de hecho el último sería el primero–.
La historia que nos cuenta es lo que vemos a través de sus protagonistas y las situaciones que viven. Nada sabemos de la causa del fin del sistema establecido, aunque sospechamos algunas cosas. Supermercados que cierran de repente, cortes de luz, falta de suministro de productos, los sitemas bancarios que no aceptan las tarjetas de crédito de los clientes… Pequeñas cosas que por sí mismas no serían dignas de un argumento de ficción se van tejiendo una entre la otra hasta que nos hacemos una idea de lo que ha ocurrido, y lo que es más inquietante, lo que ocurrirá en el futuro inmediato.
Mucho se ha comentado el que los episodios están rodados en un solo plano secuencia. Para mí eso no aporta gran cosa ni es reseñable. Quizás le otorgue un plus de verosimilitud, pero el realismo no debería medirse en si hay o no cortes o planos y contraplanos. Respecto al contenido de los capítulos, el resultado es bastante irregular. Los tres primeros y el último sin duda son los mejores. Los otros cuatro me resultaron demasiado falsos, poco creíbles. En todo caso, aunque no es un ‘Black Mirror’ a la francesa, es una serie interesante. 7,5/10.
Todos sabemos que el tiempo pasa muy rápido. Pasan los acontecimientos, nos ensimismamos en la transcendencia que puedan tener para nosotros o para los demás, pero en la vorágine del día a día, de las metas a corto plazo, no nos paramos a pensar –o al menos yo no lo hago habitualmente– en el camino que ya hemos recorrido. Estas reflexiones vienen al caso de que hoy precisamente se cumplen veinte años desde que subí a un servidor de inicia.es –hoy desaparecido– mi primera web personal, la primera presencia por entonces incomprendida y casi ignota. Un vestigio abandonado como lanzar una botella al mar con mis datos, lo que me gustaba del mundo que empezaba a vivir.
Un 11 de julio de 2000 ocurrió que, tras contratar una alojamiento web gratuito, subí con un cuidado diseño aquello que quería que los demás vieran de mí. Una extensión de lo que yo era pero a nivel virtual. Veinte años después va a suceder algo similar a nivel físico. El paralelismo entre alojamiento virtual y físico me lleva a pensar que no es tan diferente la sensación entre tener un hueco propio en el mundo de las redes y el mundo físico. Pronto me mudaré a una vivienda de mi propiedad. Y no sólo eso, también ha sido diseñada y reformada según mi parecer y mi gusto. ¿No es eso la versión del «mundo real» de un alojamiento web?
Más allá de estas semejanzas que a muchos os parecerán extrañas, en 2005 compré el dominio y el alojamiento web que permitió que mis sitios y mi presencia se expandiera. Desde entonces han transcurrido 15 años. Surgieron nuevas webs, como Zamora en Imágenes, Cromavista, la efímera Nolovedesign o la novata Cromavideo. Mi intención siempre ha sido ofrecer contenidos, lo más correctos estéticamente hablando y los más interesantes a nivel de contenidos. No sé si lo he conseguido, pero desde luego esa ha sido mi intención todos estos años. Espero que sigáis ahí en el futuro…
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