He oído unas cuantas declaraciones ya (no sé si llamarlas reacciones) sobre la composición del nuevo Gobierno de Zapatero. Como España es un país de criticar primero y preguntar después, esa primera reacción por parte de algunos sectores de la derecha o cercanos a ella ha sido como era de esperar: la demostración de que en nuestro país aún quedan muchos elementos reaccionarios (viene bien esta palabra) que despachan con cajas destempladas cualquier movimiento que nos haga avanzar.
Y que conste que soy el primero que piensa que la distribución de los ministerios y sus titulares tiene bastante de publicitario y de declaración de intenciones más que de valor efectivo. La diferencia es que, en mi opinión, así debe ser un Gobierno del siglo XXI. Nos guste o no, vivimos en la era de la imagen, de los golpes de efecto informativos. La peculiaridad de la anécdota es lo queda después de la información. Y si no ¿de qué se iba a hablar en los bares de un país que es un gigantesco patio de vecinas? Nombrar a la ministra más joven de nuestra historia, situar a una mujer al frente de un ministerio como el de Defensa o que el total de ministras sea superior al de ministros son precisamente eso, una declaración de intenciones puramente simbólica.
El poder operativo y de aplicar las políticas diseñadas por un Gobierno no reside en los ministros, sino en sus subordinados y asesores. Bueno, ni siquiera eso. Los Secretarios de Estado y los Directores Generales, el segundo y tercer escalón del organigrama, son también puestos meramente representativos y de impulso de estrategias, pero en ningún caso son operativos. Tenemos que irnos hasta los Subdirectores Generales para encontrar los primeros directivos, altos funcionarios, con mucha experiencia en la gestión administrativa y preparados para aplicar lo que se les encomienda desde el Gobierno. A partir de aquí comienza el trabajo real y la tarea que me parece más difícil, que es aplicar un programa de gobierno a la dura realidad.
Sin que sirva de precedente estoy de acuerdo con algo que se publica dentro de elmundo.es. Sergio Rodríguez escribe en el blog El Catalejo un artículo sobre los blogs. Tiene más razón que un santo en la entrada que el pasado 10 de abril escribió en él. Más o menos viene a contar que la «élite» de la blogosfera española (se entiende que son las que más influencia y visitas tienen) está sobrevalorada y que han caído en un colegueo y una autocomplacencia que poco se corresponde con la calidad y el interés de sus artículos. Entre esos elegidos están ALT1040 y Microsiervos, que aún tengo enlazados en mi blogroll, pero de los que cada día que pasa saco menos en limpio. Otros como Escolar.net lo tuve enlazado, pero desde que Nacho dirige Público se limita a cortar y pegar sus editoriales o alguna noticia de su periódico.
No creo que escarbar en Digg (valga la redundancia), Menéame o en blogs anglosajones como Boing Boing sea muy original ni la mejor forma de llenar un weblog. Y ya no digamos cuando de cien feeds que tengo en mi lector, la misma noticia se repite prácticamente con las mismas palabras en treinta de ellos sin aportar nada de su cosecha. Tal y como se apunta en El Catalejo, se echa de menos que entre el top de bitácoras en castellano no haya un poco más de opinión, de provocación, de reflexión, de curiosidades. Al fin y al cabo, hemos de aprovechar la libertad inmensa que supone internet para expresar nuestras ideas, nuestras opiniones, nuestras paranoias y nuestros descubrimientos y dejar de ser los loros que repitan una y otra vez las mismas noticias de agencia.
Yo mismo, en la declaración de intenciones de mi segundo retorno en julio de 2005, ya comentaba que mi principal objetivo era generar contenido propio siempre que fuera posible. Reconozco que a veces la desidia me puede y siempre es más fácil tirar de noticia, aunque intentando que sea poco conocida y aportando siempre mi opinión o dándole un enfoque personal. Creo que esa es la clave.
Desconozco cuál era la idea que André Techiné quiso plasmar en su última película ‘Los Testigos’ (2007), pero me da la impresión de ha patinado. El realizador de ‘Los Juncos Salvajes’, en la que descubrió a la perturbadora Elodie Bouchez, se embarca en nueva historia con la homosexualidad como hilo conductor.
La trama transcurre a mediados de los años ochenta. Manu y Julie son dos hermanos que viven en un hotel de París. Él es un recién llegado a la ciudad y comienza a frecuentar los ambientes de prostitución masculina donde conoce a Adrien, un médico de cierto prestigio mucho mayor que él con quien mantendrá una relación platónica. En su vida se cruzará Mehdi, policía, y su mujer Sarah (Emmanuelle Béart), escritora. Pronto Manu se sentirá atraído por Mehdi. Pero junto con él irrumpirá el SIDA, una enfermedad temible, desconocida e incurable por aquel entonces.
Digo que desconozco cuál era el objetivo de la película porque da la impresión de que ni el propio Techiné tenía clara la idea. Ofrece a lo largo del metraje una de cal y otra de arena. Aunque la mayoría del tiempo resulta sosa (o más bien habría que decir dulcificada), aburrida e intrascente, tiene por contra momentos de gran intensidad que la salvan medianamente de la quema. Los personajes protagonistas están trazados con excesiva ingenuidad y limpieza. La ambientación no es creíble y uno, pese al poder evocador de la música, no llega a verse inmerso del todo en aquella época. El tono general de la cinta es más bien bajo y el resultado me parece mediocre.
La Sexta emitió anoche el espacio ‘¡Viva la República!’ con motivo del 77º aniversario de su proclamación. El programa no eran un documental al uso, sino un what if…, o lo que es lo mismo, un ejercicio de política ficción donde se analizaba la hipótesis de que la guerra civil la hubiera ganado el bando republicano. Recuerdo experimentos similares como ‘CSA: Los Estados Confederados de América’, en el que se reflexiona sobre qué hubiera ocurrido si los sudistas hubieran ganado la guerra de secesión.
‘¡Viva la República!’ está presentado por la periodista Mamen Mendizábal, y hace un repaso a nuestra historia reciente, desde la contienda hasta hoy día. Para ello cuenta con la colaboración de prestigiosos investigadores e historiadores como Gabriel Cardona, Paul Preston, el crítico de cine Román Gubern o el periodista Fernando Ónega. Todos ellos aportan verosimitud a un relato aparentemente disparatado, pero que en el fondo resulta muy coherente. Viendo el programa me di cuenta de que la historia de España no hubiera sido muy diferente a la de países de nuestro entorno que se libraron pronto del fascismo, como Italia.
Aún así, no deja de ser chocante ver el retrato de Aznar como Presidente de la República en las aulas de un colegio mientras los alumnos cantan el himno de Riego, las monedas de 2 euros con la efigie de Manuel Azaña, la cabecera del No-Do republicano, a Juan Carlos de Borbón como presidente de Comité Olímpico Internacional, la proclamación de Gibraltar como comunidad autónoma en 2000, las colas de portugueses que acudían a España a ver las películas censuradas por el régimen de Salazar o a Joan Manuel Serrat ganando en Eurovision con el ‘La, la, la’ cantado en catalán.
‘¡Viva la República!’ es un documento interesante, imaginativo y muy ingenioso que sobre todo no ha querido entrar en serias discusiones ni en temas espinosos, sino solamente ser un espacio curioso para la reflexión de la España que no pudo ser.
Leo en el Heraldo de Zamora del 3 de julio de 1908 la siguiente noticia:
En Londres, pudo gozarse anteanoche del espectáculo de una hermosa aurora boreal. Todo Londres se puso en los squares y boulevares, á contemplar tan espléndido meteoro, de gran luminosidad y más digno de llamar la atención por ser en el estío.
Aunque no se supo hasta algún tiempo después, aquella noticia que habían difundido las agencias de la época sobre las extrañas luces en Londres no eran sino el resultado de la explosión de «algo» sobre la taiga siberiana. Los datos concuerdan perfectamente con los del evento de Tunguska, producido la mañana del 30 de junio de 1908 en la taiga siberiana. Las crónicas decían que en Londres podía leerse un diario sin necesidad de luz artificial. Hasta 1921 no se envió una expedición hasta el lugar, encabezada por Leonid Kulik. Fue esta expedición y la siguiente de 1927 la que realizó las famosas fotografías de los árboles tumbados en 50 kilómetros a la redonda.
Como habréis podido deducir, este año se cumplen 100 de este extraño acontecimiento sin una explicación clara. Seguro que a lo largo de estos meses asistiremos a la presentación de estudios, documentales, nuevas teorías y todo tipo de eventos conmemorativos.
A veces uno se encuentra con las cosas más insospechadas en los momentos más inoportunos. Por pura casualidad me puse a leer una información sobre la liberación de los datos geográficos que el Ministerio de Fomento ha llevado a cabo a través del Centro de Nacional de Información Geográfica (CNIG). Algo que en un principio no parece demasiado interesante me llevó a dar con el archivo de fotografías aéreas que se realizaron en los años setenta y ochenta. Vamos, una especie de Google Earth con imágenes de esas épocas.
Aunque las fotos no tienen demasiada resolución y son en blanco y negro, no dejan de ser curiosas e interesantes las vistas aéreas de la Zamora de 1981, fecha de la primera imagen del archivo. A esta serie pertenecen estas dos fotos:
Aquí podemos ver el final de la calle Tres Cruces, con las Tres Cruces a la izquieda de la imagen. Las Viñas eran sólo un descampado y la Avenida del Cardenal Cisneros no era ni proyecto. Aún tendrían que pasar diez años para que comenzaran las obras en esta zona.
En esta otra puede verse la plaza de Cristo Rey y la iglesia en el borde izquierdo de la foto. En el centro y en medio de la nada aparece ya el edificio de servicios múltiples. De nuevo la Avenida del Cardenal Cisneros era sólo una carretera que no conducía a ninguna parte, porque el puente nuevo aún no estaba construido.
Y si hablamos del puente nuevo, estas son las primeras obras en una foto fechada en agosto de 1984. Curioso ¿no?.
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