En 1997 nadie daba un duro por Apple. La compañía que en su día fundaran Steve Jobs y Steve Wozniak estaba al borde del colapso. Técnicamente eran inferiores a los PCs, que llevaban ya unos años de escalada imparable en cuanto a prestaciones. El diseño también se había descuidado. Nada que ver con aquel primer Apple Macintosh que marcó una época. Pero aquel año, Jobs, que había sido despedido de su propia empresa por los accionistas, volvió. Fue el comienzo de la resurrección. Por aquel entonces había en la compañía un diseñador industrial. Era británico y llevaba en la empresa cinco años. Su nombre era Jonathan Ive. Con el retorno de Jobs, Ive se convirtió de la noche a la mañana en el vicepresidente de diseño industrial de Apple.
Aquel año fue el punto de inflexión en la historia de la compañía de la manzana. De la cabeza de Ive comenzaron a salir diseños revolucionarios. Primero fue el histórico iMac 3G. Sus coloridas carcasas transparentes cambiaron el concepto de ordenador personal, pasando a ser un objeto de diseño y también de deseo. Fue lanzado en agosto de 1998. Después, en 1999, vino el iBook, el portátil que seguía la misma filosofía que el iMac.
A partir de aquí, todos los nuevos productos de Apple llevarían el inconfundible sello del diseñador británico, convirtiéndolo seguramente en uno de los personajes más influyentes en la estética de lo que llevamos de siglo. De hecho, una de sus «obras», el Power Mac G4 (el famoso «cubo»), se expone en el MOMA. iPods, iMacs de todas las generaciones, PowerBooks, MacBooks o el iPhone deben parte de su éxito al buen hacer de Ive y a sus diseños de vanguardia. En 2006 fue nombrado Caballero del Imperio Británico.
En noviembre de este año se celebran elecciones en los Estados Unidos. De ellas saldrá el mandatario más influyente y con más poder del planeta. Un presidente que, queramos o no, nos afectará a todos. Pensemos en las políticas económicas, medioambientales o de derechos humanos. Aún faltan muchos meses, pero la maquinaria electoral republicana y demócrata ya se ha puesto en marcha con las elecciones primarias territoriales. Por suerte, el actual presidente George W. Bush ha agotado sus dos mandatos, por lo que no puede volver a presentarse. Sus posibles sucesores y actuales candidatos republicanos son casi todos más moderados que él.
Y en el campo de los demócratas (no nos engañemos, los demócratas no son homologables con la izquierda europea) la lucha parece más intensa entre Hillary Clinton, John Edwards y Barack Obama. Los dos primeros me resultan, al menos a primera vista, los típicos candidatos de toda la vida, como ya lo fueron Al Gore o John Kerry en su momento. Sin embargo hay algo en Obama que lo hace ser diferente. Por lo menos eso es lo que creo. Vale que su discurso no es muy diferente al de los otros demócratas, pero quizás lo que cambie sean las formas. Lo primero, claro está, salta a vista. Obama es negro, lo que, de ser proclamado presidente, sería el primer afroamericano en llegar a la Casa Blanca.
Barack Hussein Obama nació en Hawaii hace 46 años y es hijo de un keniano. Posteriormente vivió unos años en Indonesia (país musulmán) para establecerse primero en Nueva York y luego en Chicago. Cuento todo esto porque no son datos muy comunes en las biografías de otros ex presidentes norteamericanos. Esta infancia tan cosmopolita quizás haya dado a Obama una visión del mundo diferente a la de sus antecesores. Se han dicho de él muchas cosas: que es un brillante orador, que se desenvuelve de maravilla en los medios y también que aún no está preparado para afrontar el reto de ser presidente.
No lo sé, pero si yo viviera en los Estados Unidos y tuviera que elegir el candidato «menos malo», mi voto iría para Obama. Por el bien del mundo entero.
El blogger Héctor Milla con la ayuda de Joan Jiménez ha creado un país virtual (de momento) al que ha llamado provisionalmente «a». ¿Y qué es eso de un país virtual? Bueno, de lo que se trata es de utilizar todas las herramientas de comunicación que nos brinda internet para establecer una comunidad, y darle forma de Estado convencional, con su Constitución, su órgano de gobierno, su bandera (la actual es provisional) y su himno. Para ser ciudadano de este peculiar país sólo hace falta unirse al grupo que han creado en Facebook y aportar ideas.
Para terminar de conformar lo que serán las señas de identidad de «a», se ha establecido un calendario. En marzo la Asamblea Constituyente elaborará la Constitución de «a». Los primeros habitantes (o «abitantes» según su argot) formarán parte del órgano de decisión, llamado Consejo de Gobierno. Una vez que la Asamblea haya constituído todas las herramientas y órganos de gobierno, habrá finalizado la primera parte del proyecto. A partir de aquí, los fundadores no se ponen límites, llegando incluso a plantear la idea de establecerse como un territorio físico.
Me parece un proyecto muy interesante y le seguiré la pista de cerca como aficionado al tema de los países inventados y virtuales. Pondría unas cuantas pegas. Me planteo si internet dispone de los medios y las herramientas necesarias para controlar un país de, pongamos, unos pocos miles de habitantes. Aunque claro, si no hay dinero que fluya, los problemas se reducen notablemente. No hay que recaudar impuestos, no hay que defender intereses económicos, ya que el país «a» no produce nada ni consume nada (físicamente hablando, claro). Lo que sí creo es que debería tener una lingua franca, un idioma neutral que aglutine a personas de varias nacionalidades (¿el esperanto? ¿un idioma construido ex profeso?) y que acentúe una personalidad propia.
Desgraciadamente, a lo largo de esta legislatura hemos visto muchas cosas insólitas, impensables hace tan sólo una década. Lo más chocante ha sido la beligerancia de los jerarcas de la Iglesia católica contra el Ejecutivo. Sería injusto meter a toda la Iglesia en el mismo saco, así que comencemos por distinguir unos de otros. Parece bastante claro que la Conferencia Episcopal quiere aglutinar a todos los fieles en torno a sí valiéndose para ello de la crítica política al Gobierno. Desde luego no son tontos, y saben perfectamente que muchos de los votantes de la derecha tradicional son católicos y beligerantes contra Rodríguez Zapatero. Por lo general suelen ser personas manipulables, con información limitada, sesgada y muy mediatizada que encuentra en el PSOE su particular Satanás, la explicación para todos los males de la sociedad española. Son muchos, no nos engañemos. La COPE, la radio de los obispos, tiene unos dos millones de oyentes según el EGM y posiblemente esta sea sólo la punta de iceberg de la base social que tiene la derecha católica.
Hoy día, al contrario de lo que ocurriera hace treinta años, la Iglesia española está dirigida por una cúpula más conservadora que entonces. Nada tiene que ver la actual dirección con, por ejemplo, la de Tarancón, que tuvo el valor de enfrentarse a Franco y a los ultras durante la transición. Pero esto no sólo ocurre en España. El papa Benedicto XVI nada tiene que ver con Juan XXIII y la modernización de la Iglesia que trajo en los años sesenta el Concilio Vaticano II.
Lamentablemente asistimos al enterramiento de todas estas pequeñas revoluciones. Vuelven las misas en latín, la doctrina rancia, se cierran las iglesias que ayudan a los más desfavorecidos e incluso la Teología de la Liberación está condenada. Los grupos integristas católicos proliferan gracias a internet y cada día tienen más poder y cuota en los medios de difusión. Curiosamente, a la par de esta vuelta a lo rancio del stablishment religioso, también hay un mayor desapego de la religión, que ya no ofrece respuestas a la gente corriente. Incluso las peticiones para abandonar la Iglesia mediante la apostasía son cada vez mayores. Si durante los años sesenta y setenta, el izquierdismo (incluso el comunismo) no estaba reñido con el catolicismo, hoy día son (desgraciadamente) irreconciliables salvo algunos grupos minoritarios dignos de elogio.
Así que, por el bien de la Iglesia católica, por favor, que no se metan en política y que se adapten a los problemas de los ciudadanos, si no quieren verse desaparecer en pocas décadas víctimas de su propia cerrazón. No es ninguna tontería, el catolicismo retrocede en sus tradicionales feudos de América latina y África en favor de las iglesias evangélicas y en Asia a causa del Islam.
Sí, ya sé que suena un poco cursi, pero es que es literalmente así. Los cordobeses Deneuve llevan a gala ser una de las bandas pop nacionales que ha adaptado poemas de algunos autores españoles contemporáneos con bastante acierto. Fue en su segundo trabajo ‘Llueve Revolución’ (Grabaciones en el Mar, 2003). Pero un año antes me llamaron la atención con un disco de debut ya de por sí bastante literario y conceptual llamado ‘El Amor Visto desde el Aire’ (Grabaciones en el Mar, 2002), aportando al panorama del pop nacional un punto de vista que muy pocos habían tocado desde unas bases que podríamos llamar «clasicistas». En 2005 publican ‘El Adiós Salvaje’, para mi gusto su trabajo más flojo, pero que no deja de ser interesante.
El pasado año 2007 lanzan ‘El Codazo de Tassotti‘. Como todos sabéis, su título evoca a aquella imagen de Luis Enrique sangrando por la nariz después de recibir un golpe del jugador italiano Tassotti en la prórroga de un agónico e intensísimo partido de cuartos entre España-Italia del mundial de fútbol del 94 y que es casi un icono para una generación. Referencias marginales aparte, el trabajo es fiel reflejo de su sonido típico. Deneuve no es desde luego un grupo que puede alardear de innovador. Si hubiera que buscar un referente internacional, ese sería, en mi opinión, el de los Smiths. O por poner un ejemplo más reciente, quizás de Clientele.
Deneuve no son un grupo que se prodiguen mucho con los videoclips. Aparte del DVD ‘Llueve Revolución’, sólo he encontrado un vídeo de uno de mis temas favoritos, ‘Perder el miedo’, que pertenece a su álbum de debut ‘El Amor Visto desde el Aire’. Es un pelín cutre, pero que sirva para ilustrar el artículo:
La economía de América latina nunca ha sido de las más estables del mundo. Todos recordamos los reajustes de la moneda a causa de la inflación galopante en países como Argentina, que pasó del peso al austral y después otra vez al peso. Algo así está ocurriendo ahora en Venezuela. Todo lo que hace actualmente el gobierno de Hugo Chávez es polémica y la revalorización de la moneda no iba a ser menos. Desde el pasado 1 de enero, el bolívar, la moneda de curso legal en aquel país, se ha rebautizado como bolívar fuerte y se le han quitado tres ceros.
Pero no es eso de lo que quería hablar, sino del diseño de sus billetes. Sinceramente, los billetes de banco de latinoamérica son en general bastante feos. Por eso me han sorprendido que los de Venezuela sean una excepción. Para muestra un botón:
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