Unas cuantas cosas que quería contar pero no sabía cómo ni dónde:
Tenía idea de que mi nueva televisión Sony Bravia tenía una ranura sospechosa en el costado izquierdo. Mirando el manual, efectivamente, se trata de un receptáculo donde puede conectarse la tarjeta para la TDT de pago a través del adaptador que suministra el proveedor televisivo. ¡Qué pena que no me interese absolutamente nada el fútbol! Aunque veremos que otros canales nos ofrece el dichoso acceso condicional. También los usuarios de Imagenio tendrán los partidos de Gol TV completamente gratis. Pero a mis padres, que tienen la televisión ADSL de Telefónica, tampoco les interesa el fútbol.
Llevaba una semana expectante al ver los anuncios sobre los Beatles en el El País. Esperaba alguna promoción interesante, pero… ¡son tazas! ¡Más tazas no! Bastante tuvimos ya con la odisea de las tazas de Forges…
Confirmamos que estamos en el fin de una época. Hasta Ikea, que siempre ha cuidado mucho la estética de sus catálogos y su cartelería, ha cambiado la fuente Futura por la ¡Verdana!. Sí, como lo oyen. Cierto es que podía haber sido mucho peor. Podían haber puesto la Comic Sans. Todavía no sé en qué estarán pensando los grafistas de la compañía sueca.
Hace unos días leí la noticia de que los hermanos Gallagher vuelven a separarse. Noel dice por enésima vez que no soporta a su hermano. Ya lo hizo en 1994 y en 2000. Sigo pensando que Oasis sin Noel Gallagher ya no sería Oasis y que ya han ofrecido todo lo que tenían que ofrecer (que no ha sido poco). Sinceramente, creo que es el momento de terminar con el proyecto.
En 1967, un profesor de historia llamado Ron Jones realizó un experimento en un instituto de Palo Alto (California) donde impartía clases. Consistía en demostrar a sus alumnos lo sencillo que resulta implantar un sistema autoritario fascista en una sociedad moderna, culta y heterogénea como la actual o, como en el caso que nos ocupa, la de la contestataria y contracultural California de finales de los sesenta. Mediante el establecimiento de normas sencillas pero extremadamente rígidas, Jones consiguió en tan sólo una semana, arrastrar no sólo a su clase, sino que otros alumnos del instituto se incorporaran con fervor al grupo. Se llamó La Tercera Ola. Fue un experimento que se le escapó de las manos y por poco no le cuesta un disgusto. Pero demostró con creces la ductilidad del ser humano cuando pone en el grupo sus esperanzas y sus proyectos. Tiempo después se escribió una novela inspirada en estos hechos, llamada ‘La Ola’.
Es en este libro en el que está basada la película homónima. ‘La Ola’ (‘Die Welle’) es una producción alemana dirigida en 2008 por Dennis Gansel y traslada a la Alemania de nuestros días el susodicho experimento sociológico. Rainer Wenger es un profesor encargado de hacer entender a sus alumnos el significado de la autocracia. Para ello decide que sean los propios jóvenes quienes vivan en sus carnes el poder del grupo. Todo comienza de forma simple, con pequeños detalles, para terminar convirtiéndose en un auténtico fenómeno dentro y fuera del instituto.
Gansel aprovecha bastante bien un material de primera calidad para dar forma a una película vibrante, tensa y con un sentido de la narración notable. Los actores están muy bien y sus personajes son, en líneas generales, creíbles. Pero es una pena que también caiga en tópicos que son casi de vergüenza ajena, presentando a los jóvenes bien como unos skaters macarras y pseudomafiosos o como frívolos superpijos. Me pregunto qué hubiera pasado si los alumnos de ‘La Clase’ (mucho más realistas) hubieran caído en las manos del profesor Wenger. También el personaje del propio Rainer Wenger es dibujado como el clásico profe enrrollado con camiseta de los Ramones o The Clash. Como digo, una pena. Otra de las críticas que comparto sólo a medias es el de la poca verosimilitud. En realidad no sé si aquel experimento del profesor Ron Jones fue tal y como se cuenta, eso es lo de menos. Lo de la convertir a un conjunto en un grupo disciplinado y obediente en una semana quizás sea excesivo, pero tomémoslo como una licencia del guión. Lo que importa de verdad es el mensaje.
La conclusión de la película desde luego no es nada alentadora. Nos presenta a una juventud insatisfecha, desinformada, sin capacidad para pensar por sí mismos, sin futuro, sin esperanzas y preocupados por naderías. Es decir, el perfecto caldo de cultivo para los regímenes autoritarios fascistas. En definitiva, es cine que removerá conciencias y que da bastante que pensar. Imprescindible.
Se conoce como trilogía de Millenium, y está siendo el fenómeno editorial del año. Tres libros de peculiares títulos, ‘Los Hombres que no Amaban a las Mujeres’, ‘La Chica que Soñaba con una Cerilla y un Bidón de Gasolina’ y ‘La Reina en el Palacio de las Corrientes de Aire’, han sacudido las librerías de toda España. El culpable es Stieg Larsson, un periodista sueco cuya afición era precisamente idear historias de suspense, pero falleció en 2004, un año antes de que se publicara en Suecia la primera novela de la trilogía. Movido por la curiosidad de leer el libro del que todo el mundo habla y del que, en tiempo récord y para aprovechar el tirón, se ha rodado una película, me lo he bajado en PDF y lo he ido leyendo a ratos libres. Es la primera novela que leo íntegramente en el ordenador.
Voy a obviar el argumento, porque a estas alturas de la jugada seguro que es de sobra conocido por todos. Así que pasemos directamente a mis impresiones. El punto de partida era dejar de un lado los prejuicios que tengo sobre los best-sellers de consumo rápido y adentrarme en el argumento con la mente «limpia». Y lo cierto es que las primeras cien o ciento cincuenta páginas me parecieron muy entretenidas y bastante bien narradas. Pero después la cosa comienza a torcerse y a hacer aguas por todas partes. No digo que el argumento troncal no sea sólido, que lo es, pero quizás sea esto precisamente lo que la hace tan previsible en la segunda mitad del libro, adoptando un lenguaje que más que literario es cinematográfico, a mi juicio uno de los principales vicios de la literatura moderna de consumo. Curiosamente, cuando comienza el desenlace es justo el momento en el pierdo el interés. Un final que no me convence.
En cuanto a los personajes, podría decir tres cuartos de lo mismo. Es muy difícil empatizar con ellos. Ni Mikael Blomkvist ni Lisbeth Salander son personajes demasiado memorables, sobre todo ésta última. La esquiva chica de aspecto «emo», el toque de anti-heroína postmoderna y tecnofílica que Larsson quiere dar a Salander se queda, para mi gusto, en un intento fallido. Otra cosa que me pone enfermo es el gusto de Larsson por las descripciones tan minuciosas como infantiloides de objetos que no aportan nada a la historia ni nos ayuda a dibujar a los personajes (por ejemplo la descripción de las características del ordenador PowerBook de Lisbeth Salander).
Conclusión: ‘Los Hombres que no Amaban a las Mujeres’ es una novela para leer rápido en el tren, en el avión o incluso en lugares ruidosos. No importa que perdamos el hilo o incluso nos saltemos unas cuantas páginas. Como he dicho antes, el final me ha dejado un poco frío. No hay nada peor que un libro con un buen comienzo y un mal final. Si lo hubiera comprado me sentiría estafado. Pero a pesar de todo, caeré en la tentación de leerme el segundo… y es que a uno siempre le puede la curiosidad.
Lo primero que he de decir, y de esta forma hacer honor a la verdad, es que no he tenido tiempo de terminar ‘Bajo el Nombre de Norma’ (451 Editores) a lo largo de estos quince días de vacaciones. He tenido que devolverlo a la Biblioteca después de haber pasado apenas cien páginas. Aquí en Cáceres no lo tienen, así que me parece que me voy a quedar con las ganas. En cualquier caso, me apetecía hacer, aunque solo sea, una pequeña reseña de este libro que marcó una época en la narrativa alemana contemporánea. Su autora es Brigitte Burmeister, una entusiasta representante de lo que se ha llamado la nouveau roman o «nueva novela».
El grueso del libro es la crónica cotidiana de una comunidad de vecinos del antiguo Berlín Oriental en 1992, tres años después de la caída del Muro y de la teórica reunificación. El recelo, el miedo, la esperanza y la nostalgia se dan cita en las conversaciones de los moradores del Mitte berlinés, una zona en tierra de nadie a la sombra de los restos de hormigón de lo que fue la barrera entre dos mundos, o mejor dicho entre dos formas de ver el mundo. La novela también desmitifica la alegría de la noche del jueves 9 de noviembre de 1989, cuando se abrió la frontera este-oeste por primera vez en varias décadas y de cómo pronto se transformó en temor a ser marginados por los habitantes occidentales.
El diario Público hizo una interesante entrevista a Burmeister con motivo del lanzamiento en España del libro. En ella se terminan de descifrar las claves del ambiente que se vivía en el Berlín de entonces y que forma parte de la novela.
Afortunadamente, de vez en cuando un nuevo grupo se cruza por sorpresa en nuestras vidas para alegrárnosla un poco, nos enamoramos irremediablemente de ellos y no podemos dejar de escuchar sus canciones. Music Go Music ha sido una de esas agradables sorpresas, ahora que termina el verano y que los ánimos no están todo lo álgidos que quisiéramos. El 14 de enero de este año, el diario británico The Guardian dedicaba un artículo de su sección New Band of the Day a estos californianos. En este texto las referencias y las etiquetas fluían sin reparos, pero una de ellas brillaba sobre las demás: ABBA. De hecho dicen que suenan más a ABBA que los propios suecos. Yo no estoy del todo de acuerdo, pero de eso hablaremos más adelante. El caso es que desde hace un tiempo, los chicos de Je Ne Sais Pop están haciendo un seguimiento de la banda, tan fascinados como yo.
A Music Go Music les gusta jugar hacerse los misteriosos. Hasta la fecha han publicado tres discos de vinilo (sí, sólo en vinilo) de 12 pulgadas con 6 temas en total, todos con portadas casi idénticas, para el sello Secretly Canadian. También se dice que detrás de las falsas identidades de los integrantes del grupo se esconden miembros de otras bandas indies norteamericanas. Muy conocidas no deben ser porque ellos dan la cara y hasta la fecha nadie los ha identificado. Se apuesta por que Gala Bell, la vocalista, es Meredith Metcalf de Bodies of Water (si no los conocéis os los recomiendo), pero a mi no se me parece tanto. Cualquiera sabe…
En octubre publicarán su primer largo (esta vez sí) en CD y LP bajo el título de ‘Expressions’, aunque yo ya he podido escuchar íntegramente los nueve cortes que contiene y es un auténtico bombazo. Comentaba antes lo que decía The Guardian sobre a qué sonaban Music Go Music. ABBA es la principal referencia. Estoy de acuerdo, pero hay mucho más: Blondie y las bandas de la new wave, la psicodelia sesentera de grupos como los primeros Pink Floyd, las guitarras y los teclados de la Electric Light Orchestra y guiños a muchos otros. El resultado es una música emocionante, adictiva, enérgica, melódica y brillante.
Para terminar vamos con los dos videoclips que han publicado hasta la fecha. El asunto también tiene miga porque ambos están rodados a modo de una actuación televisiva de los setenta en el primer vídeo y los primeros ochenta en el segundo. De hecho, este programa imaginario tiene nombre, ‘Face Time’, y presentadores (un tipo que parece sacado de una peli de Aki Kaurismaki y una señorita oriental con unas gafas enormes). Empezamos con mi favorito, el vídeo del tema ‘Warm in the shadows’:
Desde hace unos meses me ronda en la cabeza reformar profundamente mi web de fotos Cromavista para transformarla en una web de fotos de viajes más que en la «cosa» indefinida medio experimental que es ahora. Este cambio iría desde el logo hasta en el concepto general. Mi intención es añadir muchas más fotos de muchos más lugares que ahora permanecen inéditas y que merecen la pena ser vistas. Como tampoco tengo ganas de dedicarle demasiado tiempo programando o reformando el código del Cromavista actual, lo primero que pensé fue en usar uno de los servicios de fotos que nos ofrece internet.
Flickr es la primera opción. Lo tenía todo: un software para Mac que permite subir cómodamente las imágenes, posibilidad de crear carpetas, comentarios para las fotos y, por qué no, formar parte de la mayor comunidad fotográfica de toda la red. Pero claro, para un usuario básico, el límite está en 200 fotos. Si queremos eliminar estas limitaciones tenemos que actualizarnos a usuario Pro. No es que sea caro (unos 2 dólares al mes), pero teniendo espacio en servidor propio de sobra (me quedan unos 300 Mb libres) para almacenar unas cuantas fotos, me parece una tontería pagar por otro servicio.
Otra opción era usar una de las muchas aplicaciones escritas en PHP y MySQL para gestionar álbumes de fotografías digitales. Hace unos años investigué algo Coppermine, sin duda el más popular. Pero también existen otras opciones menos conocidas y dignas de ser investigadas. El principal inconveniente de estas aplicaciones es su dificultad para ser adaptadas a las necesidades de cada usuario. Hace falta invertir unas cuantas horas trabajando con la plantilla para conseguir unos resultados medianamente aceptables, que es justo lo que no quiero hacer.
La última y más drástica alternativa es crear una web «a la vieja usanza» con HTML estático. De esta forma modificar los álbumes sería más engorroso, pero su desarrollo sería más rápido si se consigue automatizar lo suficiente (me refiero al copiar+pegar). Ahora mismo estoy investigando esta opción, pero todavía no tengo nada concretado ni en cuanto a estructura ni en cuanto a estética. Sólo me queda ponerme manos a la obra cuando tenga tiempo y ganas. Puede ser mañana o dentro de un mes. Ya se verá.
Enfrentarse a un clásico del cine japonés como es ‘Cuentos de Tokio’ es siempre un reto, mucho más si viene de un realizador tan particular, venerado y «japonesista» como es Yasujirō Ozu. Ozu es autor de más de una cincuentena de películas a lo largo de sus treinta y cinco años de carrera artística. También es una referencia para las generaciones que han venido después, tanto dentro como fuera del país nipón. Parte de la obra de Ozu es muda. De hecho, Japón fue uno de los últimos países del mundo en incorporarse al cine sonoro, hacia mediados de los años treinta. ‘Cuentos de Tokio’ (1953) es un auténtico clásico del cine japonés y quizás uno de sus mejores exponentes.
La película cuenta la historia de un matrimonio de ancianos que deciden ir a visitar a sus hijos, que viven en Tokio y Osaka. Pero pronto se darán cuenta de que la gran ciudad les es algo tan ajeno que no terminan de comprender. Lo mismo ocurrirá con la vida de sus hijos, a los que ya no reconocen. Sus padres son un estorbo para su rutina diaria, así que deciden enviarlos a una residencia durante unos días. Los padres, siempre comprensivos, deciden abandonar la residencia para volver a su ciudad de origen.
Yasujirō Ozu hace gala de una estética férreamente controlada, con paisajes de una belleza muy austera, peculiar y recurrente a lo largo de la película (las chimeneas de la fábrica o el campo con la esquina de un tejado). Una belleza que, en cualquier caso, no sólo está en el aspecto formal. Ozu pone mucho cuidado en ofrecer una obra coral, donde ningún personaje destaque sobre el resto. De este modo, aunque el eje de la historia son la pareja de ancianos, están suficientemente arropados por los demás personajes como para que su presencia se difumine lo suficiente. ‘Cuentos de Tokio’ es una de esas películas que, si queremos analizarla con minuciosidad nos llevaría mucho, muchísimo, tiempo y muchas palabras. Y siempre sería un punto de vista parcial, el mío. Por eso os recomiendo que la veáis y saquéis vuestras propias conclusiones. Ah, y por favor, vedla en versión original subtitulada.
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