A lo largo de los próximos quince días, la frecuencia de actualización del blog puede verse alterada. Aprovecharé para explorar nuevos horizontes. No dejaré de escribir pero lo haré más relajadamente. Como digo siempre en estos casos, ahí están los archivos para echar una ojeada.
Ayer (por fin) recibí mi último pedido de discos. Entre ellos estaba ‘Principios Básicos de Astronomía’, un inusual disco recopilatorio de Los Planetas dentro de un cómic que además incluye todos los vídeos de la banda granadina (ni más ni menos que 22). En el cómic del gran Juanjo Sáez se desgrana la interpretación libre de algunos de los temas. En concreto me ha llamado la atención la alusión a El Planeta. Se dice que fue el primer cantaor flamenco del que se tiene noticia. Bueno, lo dice el J dibujado. No deja de ser curioso que en su último trabajo hasta la fecha, ‘La Leyenda del Espacio’ (2007), Los Planetas hayan girado hacia los diversos palos de esta ancestral forma musical.
Como soy curioso por naturaleza, me he puesto a buscar algo sobre este personaje, El Planeta, que suena casi como de leyenda. Y la verdad es que he encontrado bastante información, aunque repetitiva, como suele suceder a menudo. En horizonteflamenco.com leo alguna referencia. Según esta fuente, todo lo que se sabe del cantaor es lo que recoge Serafín Estébanez Calderón, un cronista y flamencólogo malagueño que vivió en la primera mitad del siglo XIX. En su obra ‘Escenas Andaluzas’ (1847) se aportan algunos datos sobre El Planeta, aunque tampoco demasiados.
He encontrado el citado libro en Google Books, donde hay digitalizada una copia que se conserva en la biblioteca de la Universidad de California. No he tenido tiempo de verlo detenidamente, pero es un fascinante compendio de episodios sueltos sobre la vida andaluza de la época, los «saraos» de la gente del pueblo y otros chascarrillos. Las referencias a El Planeta son varias, pero ninguna aclara nada. Dice Estébanez Calderón en el capítulo XV ‘Un Baile en Triana’:
En tanto hallándome en Sevilla, y habiéndoseme encarecido sobremanera la destreza de ciertos cantadores, la habilidad de unas bailadoras, y sobre todo, teniendo entendido que podría oír algunos de estos romances desconocidos, dispuse a asistir a una de estas fiestas. El Planeta, El Fillo, Juan de Dios, María de las Nieves, La Perla, y otras notabilidades asi de canto como de baile tomaban parte en la función. [págs. 207 y 208]
Entramos á punto en que el Planeta, veterano cantador, y de gran estilo, según los inteligentes, principiaba un romance ó corrida después de un peludio de la vihuela y dos bandolines, que formaban lo principal de la orquesta, y comenzó aquellos trinos penetrantes de la prima, sostenidos con aquellos melancólicos dejos del bordón, compaseado todo por una manera grave y solemne, y de vez en cuando, como para llevar mejor la medida, dando el inteligente tocador unos blandos golpes en el traste del instrumento, particularidad que aumenta la atención tristísima del auditorio. [pág. 209]
El Planeta vuelve a aparecer en el capítulo XIX ‘Asamblea General de los Caballeros y Damas de Triana y toma de hábito en la Orden de cierta rubia bailadora’. Es precisamente en esta parte donde se incluye el único retrato de El Planeta que se conoce (pág. 249), por lo menos en las webs que he visitado sobre el asunto aparece este grabado para ilustrar el texto.
Me parece raro que hasta ahora no haya dedicado un post a Michi Panero. Muchas referencias, tanto cinematográficas (los documentales ‘El Desencanto’ (1976) y ‘Después de Tantos Años’ (1994)) como musicales (el tema de Nacho Vegas ‘El hombre que casi conoció a Michi Panero’)) me han llevado hasta él. Incluso hace cosa de un par de años leí parte de que sería la última entrevista de su vida antes de fallecer de cáncer en 2004 en su casa de Astorga cuando contaba sólo 51 años. Porque no hay duda que el pequeño de los Panero (familia literaria y maldita donde las haya) da para escribir mucho.
Su personalidad extraordinariamente lúcida, brillante, irónica y socarrona, su humor negro y absurdo resultaba atractivo a cualquiera. Una personalidad que cultivó durante los años de la «movida». Se codeó con lo más granado de la intelectualidad postmoderna de la transición y de los locos años ochenta. No tuvo profesión oficial, aunque colaboró como columnista en algunos medios, entre ellos El País, y escribió relatos que nunca se publicaron. También fue copropietario del bar madrileño «El Universal». Siempre vivió a todo trapo y esos excesos sin límites le pasaron factura a él y a muchos de sus amigos, teniendo que ver morir a muchos de ellos. El propio Michi, aquejado de múltiples enfermedades se retiró a la casa familiar de los Panero en 2002 donde finalmente falleció.
Michi Panero no dejó nada para la posteridad. Ni obra escrita, ni hijos, ni nada. Sólo unos pocos podrá recordarle y decir que algún día le conocieron. Para las futuras generaciones (y para los libros de citas) quedará una de sus frases más famosas: «En la vida se puede ser de todo menos un coñazo».
A raíz de un artículo que el otro día publicaba el blog Microsiervos sobre mecanismos para almacenar datos en papel, me puse a investigar un poco sobre el tema en cuestión. Guardar información en papel mediante representaciones gráficas es algo que, desde que existe la informática, han perseguido los programadores e ingenieros. De hecho, el primer método eficaz para guardar información y reutilizarla posteriormente fueron las tarjetas perforadas, unas cartulinas rectangulares donde se practicaban agujeros en los lugares adecuados. Pero hay otros muchos métodos de almacenar pequeñas cantidades de información en papel sin ser necesariamente texto legible. Ahí están, sin ir más lejos, los códigos de barras o los códigos QR.
Pero lo que tiene un punto friki y bizarro es el hacer copias de seguridad de nuestros datos en papel. Si no nos fiamos de los soportes magnéticos ni de los ópticos nos queda el papel. Eso al menos piensa la gente que ha desarrollado un software llamado PaperBack. Mediante este método, si tenemos una impresora láser con buena resolución, podemos guardar aproximadamente 500 Kb en cada cara de un folio A4. Para ello, PaperBack organiza los datos en recuadros y en cada uno de estos recuadros se colocan «puntitos» en posiciones estratégicas, muy parecido a un código QR. Para leer y recuperar lo guardado necesitamos un escáner que controlamos desde el propio programa.
Es evidente que esto no es un sistema eficiente para guardar grandes cantidades de información, por mucho que se diga lo contrario. Es verdad que el papel es más duradero que cualquier otro soporte convencional utilizado en informática, pero también más engorroso. Pensemos que para almacenar el contenido de un DVD necesitaríamos más de 9.000 folios… El problema del espacio no es el único. Imaginemos que dentro de cien años nos encontramos con un montón de cajas con papeles conteniendo datos valiosísimos. ¿Cómo los recuperamos? ¿De donde sacamos el software capaz de leerlo? ¿Quizás ingeniería inversa? ¿Habrá escáneres en el futuro? Además, en el supuesto caso de que consiguiéramos recuperar la información, ¿Los formatos de archivo que conocemos hoy (PDF, JPG, AVI o DOC) serán legibles en los ordenadores del próximo siglo?
De momento, tal y como se comentaba en ‘La Oscura Era Digital’, la única forma de asegurar que en el futuro puedan leer nuestro legado es guardarlo en formatos literales (imágenes en formato diapositiva o similar, vídeos en película clásica de cine, texto en planchas de material duradero y audio en discos de microsurcos, etc). Sólo la vuelta a los medios analógicos asegurará esa pervivencia.
A la primera década del siglo XXI sólo le quedan cinco meses. No voy a entrar en discusiones bizantinas sobre si la década comienza con el siglo en 2001 o si por el contrario es con el cambio de los dos últimos dígitos. Convencionalmente las décadas siempre han comenzado en años redondos: 1980-1989, 1990-1999, etc, sí que he decidido que esta década que ahora termina comenzó en el ya lejano año 2000.
Me he entretenido rompiéndome la cabeza para elegir 50+50. Mis 50 canciones internacionales favoritas y mis otras 50 nacionales. En principio pensé que la tarea sería complicada, pero apoyándome en las listas nacionales de lo mejor de cada año y en mis recopilaciones de Muestra Musical (desde la 8 hasta la 80) había un punto de partida y una guía que hizo todo mucho más sencillo. Unas trescientas canciones pasaron la primera criba, y de ahí las cien finalistas. Son listas aún abiertas y sin orden. Puede que entren y salgan algunos temas. Hasta diciembre no las haré públicas, pero se me ha ocurrido la idea de ir dejando cada cierto tiempo algunos vídeos de esos temas que para mí son imprescindibles. No digo con esto que sean los mejores ni los más influyentes. Son simplemente mis favoritas y muchas veces los factores que entran en juego no son musicales, sino emocionales o que me traen buenos recuerdos al escucharla. Es una lista como la de cualquier otro, igual que las que podéis hacer vosotros. A esto hay que añadir que es la primera vez que puedo hacer esto sobre una década completa. Diez años siguiendo día a día, semana a semana, recopilatorio a recopilatorio, la actualidad musical del mundo independiente y eligiendo mis canciones favoritas de cada momento.
Este pequeño serial será un poco «guadiana». Aparecerá de vez en cuando y no tendrá ninguna periodicidad. Tampoco va a ser un repaso exhaustivo, porque no todas las canciones tienen videoclip ni pretendo llenar el blog de vídeos que hoy están y quizás mañana no. Para esta primera entrega os tengo preparados cuatro vídeos. El primero de ellos pertenence al tema ‘Mais pas chez moi’, incluido dentro del álbum ‘Spanked’ (2003), de la banda francesa A.S Dragon. Una formación bastante desconocida pero interesante. He estado detrás de este vídeo desde que salió el sencillo y por fin lo he podido ver completo en YouTube. Un indiscutible dentro de los 50 internacionales:
El segundo de los videoclips pertenence a la formación canadiense de chicas The Organ, tristemente disuelta el año pasado. En 2006 publicaron ‘Grab that Gun’, un excelente disco con reminiscencias siniestras y del rock británico de los ochenta. El tema ‘Brother’ es sencillamente brutal:
Seguimos en el país de la hoja de arce para presentar a Stars, un grupo con poco predicamento en España, pero que siempre ha tenido muy buenas críticas. En 2007 lanzaron su cuarto disco titulado ‘In Our Bedroom After the War’ que contenía una canción, ‘Bitches in Tokyo’ merecedora de ser una de mis favoritas del decenio:
Y para terminar, los barbudos filosófico-ecológico-tecnológico-sinfónicos de Grandaddy. La banda californiana cautivó a los indie kids del cambio de milenio con su segundo trabajo ‘The Sophware Slump’ (2000), un excepcional disco con muchas excepcionales canciones y entre ellas una de las cumbres: ‘Hewlett’s Daughter’:
En el próximo episodio, cuatro videoclips nacionales de la década.
Bajo el nombre de este emblemático plato norteafricano se esconde una película francesa producida en 2007 y dirigida por el realizador tunecino Abdellatif Kechiche, autor también de otras obras con poco predicamento en España como ‘L’Esquive’ (2003) y ‘La Faute à Voltaire’ (2000). ‘Cuscús’ (‘Le Graine et le Mulet’) pertenece a un tipo de films muy habituales en Francia en las dos últimas décadas y que se centra en retratar la vida de un país multicultural de facto, unas veces para testimoniar sus conflictos con los habitantes autóctonos y otras para contarnos las costumbres y modo de vida de un colectivo que ya comienza a ser mestizo y a perder parte de su identidad primigenia. ‘Cuscús’ forma parte de este segundo grupo. Pero no sólo es eso, también es una historia de superación, de luchar contra la adversidad cueste lo que cueste.
La película nos cuenta la historia de Slimane y su familia. Tras perder su trabajo después de treinta y cinco años en unos astilleros, decide poner en marcha un nuevo proyecto: montar un restaurante de cuscús en un barco destinado a ser desmantelado. Slimane está amistosamente separado de su mujer, y mantiene una relación con la casera del hostal donde vive. Para él la vida no es, desde luego, un camino de rosas y luchará día a día para salir adelante de la mejor forma posible. Su carácter reflexivo, perseverante y calmado contrasta con la del resto de su familia.
‘Cuscús’ es una obra coral, directa, clara y formalmente muy sencilla. Kechiche nos ofrece un fresco familiar, sin protagonistas claros aunque todo gira en torno a Slimane, muy bien interpretado por el debutante Habib Boufares. El resto de personajes también son muy creíbles. Otro eje más que obvio es la gastronomía tradicional, uno de los pocos elementos que sirven de enganche con sus antepasados y con su cultura. En este sentido es fantástica la escena de la comida en familia. Pero la película también tiene unos cuantos inconvenientes. El principal es que le sobra metraje. De las casi dos horas y media se le podría recortar cuarenta minutos para ganar en agilidad. Hay secuencias, como la del baile final, excesivamente largas y que hacen perder algo el interés por el desenlace, quizás demasiado abierto para lo que requiere la historia. En cualquier caso una película interesante que han obtenido diversos galardones entre los que destacan el Premio del Jurado del Festival de Venecia de 2007.
El 1 de julio de 1979, Sony puso a la venta en el mercado japonés el primer Walkman, el TPS-L2. Aquel modelo inauguraría una serie de exitosos aparatos y un nuevo concepto: llevar la música a todas partes. Un concepto que llega hasta nuestros días con sus herederos naturales los reproductores mp3. Este primer y legendario Walkman, una caja plateada, azul, fue sólo el primer paso… O quizás el segundo, porque hay cierta polémica sobre el origen de esta idea revolucionaria. En 1972, el inventor germano-brasileño Andreas Pavel desarrolló el Stereobelt (el «cinturón estéreo»), que patentó en 1977. Aunque Pavel ofreció su invento a algunos de los principales fabricantes de electrónica de consumo de la época (Philips, Grundig y Yamaha), estos lo rechazaron asegurando que nunca nadie se pondría auriculares en público para escuchar música. Un error antológico. Sony le copió, aunque no lo reconoció hasta 1986. Desde entonces el inventor recibe royalties por cada Walkman vendido, pero nunca consiguió que se le reconociera la autoría del sistema. La compañía japonesa llegó en 2003 a un acuerdo extrajudicial (supongo que multimillonario) para terminar con el litigio.
Sony consiguió lo que las compañías a las que visitó Pavel con su Stereobelt no veían claro. Hoy nos parece de lo más normal. Todo el mundo lleva cascos por la calle, pero en 1979 ponerse un auricular de diadema en público a la vista de todos era algo inaudito. Por supuesto sólo era algo cultural. Tras una enorme campaña de marketing, en unos pocos años comenzaron a verse a lo largo y ancho del planeta a practicantes de footing y a paseantes con esos auriculares y un cordoncito conectado a una caja.
Yo tuve mi primer Walkman Sony en 1990. Era un aparato de lo más sencillo. No tenía sintonizador de radio y su tamaño era bastante reducido, prácticamente del tamaño de las cassettes. Lo tuve conmigo muy poco tiempo, aunque le di un uso intensivo. Al año siguiente me compré otro Walkman Sony, esta vez con radio. Unos años después me pasé a Aiwa, un aparato muy bueno y robusto que me acompañó hasta que tuve mi primer reproductor mp3 en 2001. De hecho lo seguí utilizando para escuchar la radio hasta hace cuatro o cinco años.
Visto con ojos de 2009, el Walkman de cassette estaba lleno de incovenientes. A la ya escasa calidad de sonido de las cintas había que unirle su gran consumo eléctrico puesto que tenía que mover un motor con todas sus partes mecánicas. Y es precisamente la mecánica lo que lo hacía mucho más frágil y sensible a los golpes que los actuales reproductores mp3. En ocasiones, las cintas se reproducían más lentamente de lo normal por falta de fuerza en el motor (sobre todo las de 90 minutos, que tenían que soportar más arrastre). Personalmente era una cosa que no soportaba y uno de los motivos por los que dejé de escuchar cassettes en el Walkman y a cogerles un poco de manía.
Buscando en la hemeroteca de La Vanguardia, me he econtrado con un curioso artículo publicado en el ejemplar del día 17 de marzo de 1981 y que se titulaba «Con la música en la oreja» y con el llamativo subtítulo de «El estéreo del bolsillo, la nueva moda en todo el mundo occidental»:
Con la invención de este curioso «gadget», la industria japonesa ha desatado una verdadera revolución, probablemente sin proponérselo. En principio se trata simplemente de la puesta a punto, evolucionada, de un aparato lector de cassettes, de bolsillo, conectado a un auricular ultraligero. Todo ello miniaturizado al máximo y capaz de llevar directamente al oído, en estéreo, la clase de música que elija el usuario, sin que trascienda el sonido al exterior. Y tan perfectamente logrado que es una auténtica joya de la técnica sonora.
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