Hay determinados documentales que todo aficionado a la música, digamos, más selecta, no puede obviar. Uno de ellos (en el futuro hablaremos de alguno más) es ‘Kraftwerk and the Electronic Revolution’ (2008). Se trata de una obra imprescindible no sólo para los que somos fanáticos de los de Dusseldorf sino, y aquí está lo más interesante, de toda la escena alternativa alemana que a finales de los años sesenta buscaba un estilo propio al margen de las bandas británicas y norteamericanas basándose en la electrónica para conseguirlo. Aquellos años fueron el germen de lo que se llamó posteriormente krautrock.
El documental se centra en la faceta más experimental de esa escena y de la influencia que tuvo en la formación y evolución de Kraftwerk a veces yendo muy atrás en el tiempo, hasta los años cuarenta y cincuenta y los primeros experimentos del italiano Luigi Nono, pasando por la obra de Pierre Schaeffer y, por supuesto, de Karlheinz Stockhausen. De ellos hablan, entre otros, algunos pioneros de pop-rock electrónico y experimental alemán como Klaus Schulze, Hans-Joachim Roedelius o Dieter Moebius. Para muchos como yo, esto ha supuesto encontrar bandas hasta ahora desconocidas con nombre extraños y místicos como Popol Vuh o Amon Düül. Junto a ellas, referencias a otras más famosas como Tangerine Dream, Can o Neu!.
Son ni más ni menos que tres horas de documental minucioso, exhaustivo y digno de una tesis doctoral, con mucho material gráfico poco conocido para el gran público y que hay que ver poco a poco para poder digerirlo. Hasta la fecha, que yo sepa no existe una versión doblada y ni siquiera subtitulada, así que es posible que al verlo en inglés se me haya escapado algo importante. Por si os interesa os dejo con el documental que alguien ha colgado en Veoh:
Bajo este curioso nombre desfilaron el pasado viernes en la ceremonia de inauguración de los Juegos Olímpicos de Londres 2012 cuatro deportistas. En la historia olímpica sólo existe un precedente en Barcelona ’92. Rápidamente me fui a buscar algo de información al respecto para satisfacer mi curiosidad. Finalmente no se trata de países no reconocidos, ni de atletas que no quieren representar a su país, sino de países de reciente constitución o de reciente disolución que no han podido desarrollar aún su comité olímpico nacional.
En el caso de Londres 2012, tres de los cuatro participantes independientes pertenencían a las extintas Antillas Holandesas y uno –quien portaba la bandera– a Sudán del Sur. Las Antillas Holandesas desaparecieron como tales en octubre de 2010, cuando cada isla que las formaban (Bonaire, Curazao, Saba, San Eustaquio y el sur de la isla de San Martín) constituyó una entidad independiente a todos los efectos, excepto por su dependencia de los Países Bajos en defensa y asuntos exteriores. Por lo visto estas islas aún no han formado su propia institución olímpica. El otro caso, el de Sudán del Sur, al ser un país de muy reciente creación, todavía no tiene su comité.
A pesar de que la conciencia del urbanismo sostenible está cada vez más extendida entre la gente, parece que siempre encuentra algunos reductos de resistencia. El progreso mal entendido ha llevado a muchas ciudades a ser ocupadas por los coches y otros vehículos a motor en detrimento de las personas. Y parece que ese asfalto que todo lo cubre cubre también los cerebros de algunos ediles de nuestros ayuntamientos. Salvo honrosas excepciones, ciudades que podrían perfectamente adoptar sin apenas coste la implantación de «carriles bici» debidamente señalizados, no lo hacen; no ya ahora con la crisis de deuda que atenaza a la mayoría de los consistorios, sino en la «época buena». Da la impresión de que hasta la fecha, la construcción de vías para ciclistas era más un asunto de deportes que de movilidad urbana. La mayoría de estos carriles se encuentran circunvalando las ciudades, pero no tienen continuidad ni enlace posible con los centros urbanos. Se convierte así en un circuito fuera de contexto al que acceder puede ser hasta peligroso.
La bici en entorno urbano: Cáceres versus Zamora
Un caso de circuito para bicis es el de Cáceres. La ciudad cuenta con unos cuantos kilómetros de carril que circundan la ciudad de norte a sur, de este a oeste, de forma que es posible rodearla casi en su totalidad. El problema viene cuando uno quiere utilizar la bicicleta para moverse por el centro: resulta como mínimo arriesgado. Tal y como está organizada, la ciudad es un absoluto caos para los vehículos a motor, cuanto más para los ciclistas. En el centro apenas hay calles peatonales o semipeatonales, las aceras son casi siempre estrechas y los aparcamientos para coches ocupan zonas inverosímiles del casco histórico. Ciertamente, así eran la mayoría de las ciudades hace treinta años, pero no ya hoy.
El caso de Zamora es bastante diferente. Tiene gran cantidad de calles peatonalizadas y lo suficientemente amplias como para que convivan peatones, ciclistas y furgonetas de reparto. Los obstáculos, sobre todo dentro del recinto amurallado, son mínimos, y puede circularse el bicicleta sin problemas desde, pongamos, el Parque de la Marina hasta el parque del Castillo, en muy pocos minutos. Fuera de esta zona, la cosa se complica, aunque tampoco mucho. Si finalmente se reforma algún día la avenida de las Tres Cruces, podrían ampliarse las aceras para construir sobre ella (o al menos habilitar una zona) un carril bici que llegara hasta el cruce con la avenida de Cardenal Cisneros, siendo esta una buena conexión con la vía ciclista que rodea toda la ciudad. Es tan sólo un ejemplo de los muchos posibles.
La realidad es que sólo hace falta voluntad política y cambio de mentalidades. Los servicios de alquiler de bicicletas están muy bien, pero también es necesaria una infraestructura lo suficientemente segura como para poder utilizarlas eficazmente y sin peligro. Y que los ciudadanos además lo percibamos así.
¿Casco o no?
Se está comentando mucho sobre si la nueva legislación sobre seguridad vial obligará a los ciclistas a llevar casco incluso dentro de las ciudades. Si finalmente esto se confirma, supondrá una excepción, un obstáculo y un elemento inútil. Excepción porque en ningún país de la Unión Europa es obligatorio el uso del casco en los trayectos urbanos. Y un obstáculo porque supone un estorbo el tener que contar siempre con un elemento que hemos de llevar en alguna parte mientras no lo utilizamos. El uso de la bici deja en parte de tener ese sentido práctico que queremos. La inutilidad viene porque en países del mundo (concretamente Australia y Nueva Zelanda) donde se ha implantado esta obligación, no se ha producido una reducción en el número de lesiones en la cabeza.
Esperemos que llegue pronto el día en el que merezca la pena comprarse una bicicleta para sustituir al autobús urbano o –sobre todo– al coche a la hora de ir a trabajar o a la compra y no solo para dar vueltas a un circuito los domingos por la mañana. Al menos haremos todo lo que esté en nuestra mano para conseguirlo. Si queremos ser europeos, también hemos de serlo en esto.
El próximo mes de septiembre, mi iMac cumplirá cinco años. Sus primeros cinco años. Digo esto porque el pasado miércoles se lanzó la esperada nueva versión del sistema operativo de Apple para Mac, el famoso Mountain Lion. Enseguida cayó en mis manos y lo instalé. Era ya la cuarta versión de OS X que instalaba. Una encima de otra: Leopard encima de Tiger, Snow Leopard encima de Leopard, Lion encima de Snow Leopard y, por fin, Mountain Lion encima de Lion. Una de las ventajas de los Macs, y que yo aprecio muchísimo, es que la obsolescencia del hardware tarda mucho más en producirse que en un PC. Mucho más cuando mi equipo iMac no era de los más avanzados cuando lo compré. Hoy día sus 256 Mb de memoria de vídeo son casi de risa para un ordenador de sobremesa. Sin embargo, la última generación de OS X funciona perfectamente, incluso mejor que su antecesor. Puedo hacer funcionar absolutamente cualquier aplicación, por avanzada que sea, o cualquier nuevo videojuego que haya sido portado a Mac. Recuerdo que desheché mi antiguo PC con cuatro años porque ya era incapaz de manejar con soltura Windows Vista…
Pero centrémonos en Mountain Lion. Como viene siendo habitual, los cambios no son precisamente abrumadores en cuanto a dinámica de funcionamiento o estética, pero sí se corrigen algunos pequeños errores, se mejora el rendimiento (yo lo he notado), y se añaden algunas nuevas funciones que el tiempo dirá si son útiles o no. Tal vez la principal de ellas es el nuevo Safari. Todavía no sé si me gusta más que su antecesor o no. Por una parte, su aspecto es bastante más solido que antes y ya no vemos tanto la ruletita de colores cuando carga los elementos flash, pero por otro da la sensación de ser algo más lento que sus competidores cargando las páginas. El sistema de navegación entre pestañas no me parece más que una simple anécdota con dudosa utilidad. En cuanto al sistema de notificaciones –otra de las grandes novedades– puede ser útil siempre que puedan añadirse al sistema nuevas aplicaciones, y no solo las que vienen predeterminadas.
Para terminar esta brevísima reseña os dejo con un vídeo capturado esta misma tarde de mi ordenador funcionando con Mountain Lion. Veréis que el único momento en el que se queda un poco trabado es al ejecutar el vídeo desde Final Cut Pro X. Eso tiene una explicación en que simultáneamente estaba funcionando el capturador Camtasia 2 para grabar el vídeo y, por alguna razón, no se llevan del todo bien entre ellos.
He de decir que no soy muy aficionado a leer cosas frikis –algunos pensarán lo contrario– en el sentido clásico de la palabra. No quiero decir que el mundo geek no me interese, de hecho sí que me interesa, pero me dan mucha pereza los libros sobre/para frikis. Sólo he visto una vez las tres películas originales de Star Wars, las de El Señor de los Anillos ni siquiera eso, aunque sí he leído los libros por curiosidad. Nunca he jugado a rol, aunque me gustan los videojuegos conversacionales. Como mucho podría decirse que soy un geek ocasional y de las cosas más peregrinas.
Una vez hechas las aclaraciones pertinentes vamos con ‘Ready Player One’. El libro cayó en mis manos por casualidad, hablando sobre novelas. El asunto de los pioneros de la informática y los videojuegos siempre me ha interesado, así que probé a leermelo. Antes de empezar veo en la contraportada que Ernest Cline, guionista de Hollywood y escritor, había vendido ya los derechos a Warner Bros. para que se realizara una película que, supuestamente, se estrenaría en 2013 o 2014. Segui curioseando, y en la solapa de la portada vi una foto de un sonriente Cline apoyado en un DeLorean (presumo que auténtico) clavado al de Regreso al Futuro. Buscando más información sobre el tipo entro en su web y veo que, además de una especie de friki a la americana es un personaje histriónico y algo extravagante. Sin que esto me influyera pase finalmente la primera página.
‘Ready Player One’ es la historia de Wade Watts un joven desarraigado en un mundo en descomposición de un futuro no muy lejano. Corre el año 2044 y en todo el mundo triunfa una simulación tridimensional e inmersiva llamada OASIS. Es un mundo virtual donde todos se refugian y donde pueden ser quienes deseen y dar rienda suelta a todo aquello que en la triste vida real no pueden. Wade es lo que hoy diríamos un «nativo» de OASIS. Desde muy pequeño su madre le enseñó a utilizar la consola para vivir y educarse en un mundo virtual. Un buen día recibe la noticia de que J. D. Halliday, el todopoderoso y multimillonario creador de OASIS, ha fallecido dejando un curioso testamento: un juego. A través de pistas relacionadas con las aficiones de Halliday –los primeros videojuegos, los iconos culturales norteamericanos de los años 80s y, en general, la tecnología de aquella década– los que deseen participar han de encontrar tres llaves que servirán para abrir tres puertas. Y detrás una fortuna incalculable. Wade se embarcará en esta aventura sin saber la cantidad de peligros y retos que le esperan. Por supuesto también hay malos. Aquí se llaman sixers, esbirros de una multinacional diabólica llamada IOI que quiere apoderarse del premio de Halliday para poder controlar OASIS y convertirlo en un mundo controlado y de pago.
La novela, no hace falta que lo diga, no pasará a la historia de la literatura. El diseño de los personajes es casi infantil y el maniqueísmo es a veces casi paródico (no sabemos si heredero de los videojuegos o de las películas de ciencia-ficción norteamericanas). Eso no significa que no haya disfrutado como un enano leyendo sin parar sus quinientas páginas. Las referencias generacionales, algunas muy frikis, son muy abundantes y se repiten hasta la extenuación. Desde ‘Dragones y Mazmorras’ y otros juegos de rol, series japonesas como ‘Ultraman’, videojuegos clásicos como ‘Pac-Man’, ‘Tempest’ o ‘Zork’ o referencias cinematográficas que no me esperaba como el papel estelar que ocupa ‘Los Caballeros de la Mesa Cuadrada’ de Monty Python. Quizás también se puede hacer una lectura un poco más profunda: el esfuerzo, la perseverancia y la capacidad de superación aparece implícito a lo largo de toda la novela. Un tema, por cierto, muy del imaginario norteamericano. Y también lo es el factor de la tecnología como elemento democratizador.
En definitiva ‘Ready Player One’ es una novela amable, interesante y, sobre todo y por encima de lo demás, muy entretenida. Pero unas pocas horas después de finalizada la has olvidado. Recomendada para los frikis primigenios que crecieron con los primeros videojuegos.
Spiritualized es una de esas pocas bandas que siempre he seguido. Bueno, al decir siempre, desde que la descubrí allá por 1997 cuando publicaron el grandioso y todavía no superado ‘Ladies and Gentlemen We Are Floating in Space’. En cierto modo, por aquel entonces supuso un antes y un después en mi forma de entender la música pop. Se acercaba al ruidismo y al lirismo a partes iguales, a las guitarras y a los violines. Esos largos desarrollos parecían una herencia actualizada del sinfonismo de los setenta.
Mucho de aquel disco lo conserva ‘Sweet Heart, Sweet Light’, el recientemente publicado nuevo trabajo de Jason Pierce y compañía. Los británicos consiguen un disco que supera –en mi opinión– a todas las secuelas del que lanzaron hace ahora 15 años. Ni ‘Let It Come Down’, ni ‘Amazing Grace’, ni ‘Songs in A&E’ llegan a su nivel. No quiero con esto decir que no sean grandes trabajos, pero el listón estaba tan alto que incluso para un genio como Pierce le resultaba complicado igualar o superar.
Lo que nos encontramos en esta nueva entrega es un retorno a los patrones clásicos de la banda, quizás dulcificados por una mayor tendencia a la melodía, una sección de cuerdas bien integrada en los temas y que para nada es decorativa y unas letras quizás algo más optimistas, aunque igual de místicas que siempre. Las eternas preguntas de la humanidad flotan en el ambiente a lo largo de todo el minutaje del disco. También se recuperan los típicos desarrollos largos que la banda había abandonado en sus dos trabajos anteriores y las voces negras del gospel y el blues.
Repasando las pistas del disco, es complicado quedarse con una. Desde luego, el sencillo que se ha publicado, ‘Hey Jane’, es uno de los platos fuertes con sus más de ocho minutos de duración. Pero también lo son otros como ‘Little girl’, ‘Too late’ o ‘So long you pretty thing’ que canta junto a su hija de 11 años. En definitiva, un trabajo sólido como pocos en la carrera de Spiritualized, que a la vez que conserva todos los elementos clásicos y reconocibles apuesta por el optimismo. Y eso está muy bien.