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La bitácora personal de Ricardo Martín
Comentando cosas desde 2004
12 de octubre de 2013

Zamora y la visión anglosajona del post-romanticismo

Cada mucho tiempo uno encuentra lejanas crónicas, en el tiempo y en el espacio, que hablan sobre Zamora. Ya sea en la biblioteca de la Universidad de Toronto o en la de California, muchos volúmenes escritos por anglosajones duermen allí desde hace decenas e incluso centenares de años. Sólo la tecnología los ha sacado del ostracismo para hacerlos accesibles a quienes nos pueden interesar. Viajeros de un romanticismo tardío que visitaron quién sabe si por azar, la ciudad del Duero. Tres autores, tres viajeros, turistas de su tiempo, Albert F. Calvert, Edgar T. A. Wigram y Edward Hutton llegaron a Zamora casi en fechas coincidentes. Sus tres libros de viajes por España son hoy día una curiosidad más al alcance del internauta.

A pesar de lo pedestre de mis traducciones, merece la pena dar a conocer estas pequeñas crónicas –reducidas por mí mucho más por cuestiones de espacio– aunque solo sea como mera curiosidad. El primero de ellos corresponde al volumen ‘Valladolid, Oviedo, Segovia, Zamora, Ávila & Zaragoza. An Historical & Descriptive Account.’ de Calvert, publicado en Londres en 1908:

Zamora sobre el Duero es una de las ciudades más pintorescas de España, y una de las más célebres de sus anales. No es bien conocida por los extranjeros, probablemente a causa de que su acceso sea tan complicado. Pocos lugares traen de vuelta tan vívidamente el pasado agitado de Castilla.
La ciudad está sobre el Duero, en una cresta rocosa. El castillo y la catedral ocupa su extremo occidental. El río está atravesado por un puente de diecisiete ojos, defendidos cerca de cada extremo por una puerta, una alta torre. Si la vista es ya de por sí pintoresca y medieval, la vista desde este punto es aún más. Hacia el atardecer, el espíritu de la Edad Media parece delatar a la ciudad –es sombrío y feroz, fuerte y venerable–. La comarca parece poco más que un desierto. Desde los muros, arriba, ojos parecen estar oteando el horizonte en busca del primer destello de las lanzas enemigas. Zamora pertenece a la época en que los pueblos, como los hombres, siempre llevaba armadura. Hoy está rota, gastada por la guerra y vieja; pero si la espada está oxidada y su escudo roto, bien puede presumir que fue por estar al servicio de España.
Tan pronto como atravesamos el viejo puente, sobre las represas del Duero, y subimos la empinada calle que conduce a la ciudad, no necesitamos consultar ningún archivo que nos diga que estamos aquí, en la vieja Castilla de los días de la caballería, en la que encontraremos pocos recuerdos de artistas y poetas, algunos de estadistas y de grandes gobernantes, pero muchos de los combatientes duros y sacerdotes santos.

El segundo texto es de Wigram y está extraído de su libro ‘Northern Spain’, también publicado en Londres, pero en 1906. El viajero parece encontrarse con unos gigantes en la procesión del Corpus:

En nuestra ignorancia protestante del tiempo y las estaciones no sabíamos que este día era la fiesta del Corpus Christi. En consecuencia, la aparición de un gigante de cartón de cinco metros tambaleándose sinuosamente por la calle principal nos ocasionó un leve desconcierto. Este ogro errante, sin embargo, tenía su razón de ser. Todas las ciudades españolas respetables poseen un equipo de gigantes como parte de su dotación municipal, y el día del Corpus es la gran ocasión para exhibirlos. El turista siempre debe organizarse para pasar ese festival en una buena y vieja ciudad, donde se conservan las tradiciones selectas.
Zamora es en sí lo suficientemente vieja para ello. Su bonita y antigua catedral románica fue construida por nada menos que el Obispo Don Jerónimo, «aquel hombre bueno con la coronilla rapada», que tan hábilmente representó a la Iglesia militante entre los partidarios del Cid.

Por último, quizás el más poético de todos, Hutton y ‘The Cities of Spain’ (1906) nos ofrece una visión mucho más romántica y etérea:

En medio de un desierto que ha florecido, Zamora se encuentra sobre una colina. Sólo un grupo de dorados edificios románicos, decadentemente ruinosos, rodeado por el polvo infinito y por la luz. Y a su alrededor, la tierra sedienta ha generado fuentes de agua entre cañas y juncos. Llegué a ella por primera vez a la puesta del sol por el incierto camino solitario que pasa sobre el desierto de Salamanca. En la misteriosa soledad del¡ un día de verano todavía, de sed, cubierto de polvo, no había visto nada igual, ninguna. Solo al mediodía, en el silencio del desierto, había orado por encontrar un lugar como este. Ya por la tarde, Dios me llevó a sus hermosas torres doradas. Así que era como una ciudad donde refugiarse, tal vez por el calor y el silencio de la luz del sol, o puede que por la soledad de la noche, se me apareció al lado de las aguas en el medio del desierto.
El mundo se ha olvidado de Zamora. Para muchos una ciudad poco limpia, una visión poco encantadora; pero pocos descubrirán su ruina y su soledad. Dorada y desnuda se asienta sobre la colina, y solo el sol y el viento del desierto la han amado todos estos años. […]
Cuando se llega a Zamora, hoy a través de ese viejo y hermoso puente del siglo XIII sobre el Duero, se entra en la ciudad por un camino largo y fatigoso que va desde el valle a la colina, llegando por fin a la cresta de roca desde la que Zamora destaca. Esa misma calle estrecha y sinuosa pasa junto a la catedral de la ciudad que, casi como una fortaleza, se construyó en el último peñasco de la gran colina.

9 de octubre de 2013

Vídeo: Una Semana en París (Primera Parte)

Por fin, y tras diversas vicisitudes técnicas, aquí está la primera entrega de los vídeos que grabé en París este verano. Aún no tengo decidido cuantos van a ser, eso lo dirá el montaje. Desde luego material hay bastante (unas dos horas de grabación repartidos en 608 clips). Para esta parte he decidido montar unas tomas generales de la ciudad, de su ambiente, del bullicio de locales y foráneos mezclados. Todo ello con un par de temas musicales que ha sido complicado encontrar, pero que en mi opinión encajan como un guante con las secuencias. Por si os interesa son las canciones ‘Menil Montant’ y ‘Paris je t’aime’, ambas interpretadas por Gus Viseur. Aquí lo tenéis:

5 de octubre de 2013

Impresiones sobre el nuevo iMac 27»

A finales de agosto, mi viejo iMac dijo basta. A un problema inicial con el disco duro se unió pronto otro de placa base. El veredicto era claro: No tenía arreglo. En estos seis años, mi iMac no me había dado ningún problema, ni de hardware ni de software, con lo que, a pesar de su abrupto final, lo sigo considerando una buena adquisición. Por eso mi intención era clara y ya estaba ojeando los nuevos modelos. Afortunadamente, hace un par de semanas se presentaron silenciosamente los iMacs con los nuevos procesadores de Intel, los Haswell. Los modelos de 27 pulgadas contaban además con una tarjeta gráfica de 1 Gb. Esto y comprobar que la memoria y el procesador eran reemplazables y no estaban soldados a la placa base me animaron definitivamente a comprar este modelo.

Ya antes de ponerlo en marcha, uno tuvo una sensación un tanto desagradable de que Apple parece que no cuida como antes ni los detalles ni la calidad de los materiales con que construye sus productos. El cable de alimentación (el único necesario para el funcionamiento del ordenador) da la impresión de ser de mala calidad. Tampoco la sensación al tocar el aluminio es la misma que la de mi antiguo iMac. Parece más delgado y tosco. Pero evidentemente todas estas sensaciones y temores se disipan al encenderlo y comprobar como lo que verdaderamente llama la atención de este ordenador es la enorme pantalla y la delgadez de su perfil. Cierto que tiene una pequeña panza en su parte central, pero es mucho menor de lo que había visto en imágenes y vídeos. Estas dimensiones tan impresionantes pasan factura al sonido que sale por sus altavoces. Se ha intentado dotar de mayor nivel de tonos graves, quizás para disimular el deficiente sonido de agudos. Desde luego, el nuevo iMac no es para escuchar música si tenemos un oído medianamente fino. Enseguida percibiremos el clásico sonido a «lata». Pero esto siempre lo podremos solucionar con unos buenos altavoces externos.

Respecto al teclado y ratón, opté por el teclado inalámbrico y el ratón Magic Mouse, con lo que tengo ya el lote completo (ya tenía el Magic Trackpad y el Mighty Mouse inalámbrico). El teclado es muy cómodo y el recorrido de las teclas es algo mayor que el teclado USB que tenía antes. Se echa de menos las conexiones USB de los laterales. Las utilizaba mucho para conectar un lápiz de memoria o el iPod. También cuesta algo acostumbrarse a unos cursores más pequeños. Sin embargo, a lo que no cuesta nada acostumbrarse es al Magic Mouse. Me parece una pequeña maravilla, el colmo de lo intuitivo. Posee un botón (configurable como dos, izquierdo y derecho) y su superficie es totalmente táctil, con lo que tenemos un trackpad y un ratón en el mismo periférico. A mi me parece ideal, porque combina lo mejor de mis otros dos ratones.

Desde hace unos años, los iMac no llevan unidad SuperDrive (lector/grabador de CD/DVD). Con el tiempo comprobaré si esto es un problema o no. En un principio no lo he necesitado para nada. El sistema operativo viene precargado y –como muchos sabréis– no es necesario formatear el sistema de vez en cuando como en Windows. De hecho yo en seis años no lo he formateado nunca y –hasta que dijo basta– funcionó perfectamente. En ese primer encendido he restaurado el sistema de mi viejo ordenador con Time Machine y en algo más de una hora tenía mi sistema de siempre –hasta el último detalle– en el nuevo ordenador.

A pesar de estos años de uso continuado e intenso de Mac, me sigue sorprendiendo que OS X siga funcionando tan bien. Algo que en definitiva, es el triunfo de las ideas sencillas. A muchos este artículo les parecerá mera propaganda de Apple, pero lo que realmente me mueve es la admiración por la compañía que, si bien ya no genera los titulares que generaba hace unos años, sigue fabricando muy buenos aparatos con el valor añadido de un software elegante, útil, potente y sencillo que nos facilita mucho la vida.

4 de octubre de 2013

‘Secret State’ y ‘Unsere Mütter, Unsere Väter’

Las miniseries son habituales en las televisiones europeas, al contrario de los más o menos largos seriales norteamericanos. Los maestros en este formato son los británicos, con ya una larga tradición. En las últimas semanas he estado viendo ‘Secret State’, una miniserie de ficción política producida por Channel 4 y protagonizada por el gran Gabriel Byrne, entre otros buenísimos actores. La historia puede resultar ya clásica y manoseada.

Todo comienza cuando se produce una explosión en una refinería que afecta de lleno a un pueblo causando numerosas víctimas. En principio se anuncia como un desgraciado accidente, pero una serie de hechos sospechosos hacen pensar que hay algo más detrás. ‘Secret State’ es la lucha del poder político, elegido por el pueblo, contra el poder económico, a menudo abstracto y con tentáculos que son capaces de agarrarse y corromper al propio poder. Es la lucha de un Primer Ministro honrado e íntegro que parece tenerlo todo en contra. Como digo, el argumento quizás no sea muy original, pero el guión, la puesta en escena, la realización y el trabajo de los actores hacen que esta serie se convierta en una obra de primer nivel.

La otra miniserie de la que quería hablar viene de tierras germanas y ha sido uno de los fenómenos televisivos de la temporada. ‘Unsere Mütter, Unsere Väter’ (‘Nuestras Madres, Nuestros Padres’ en castellano, aunque traducido para su emisión en Canal+ como ‘Hijos del Tercer Reich) es el resultado de diez años de trabajo de producción. Repartidos en tres episodios de una hora y media de duración cada uno, cuenta la historia de cinco amigos de diferente procedencia que conviven en el Berlín de los inicios de la segunda guerra mundial. La contienda los separará y seguirán caminos muy diferentes. Dos de ellos, hermanos, partirán al frente de Rusia. Uno patriota y creyente en la causa nazi y el otro pacifista y con inquietudes culturales pero arrastrado a las armas. Dos chicas, de las que una de ella partirá también al frente como enfermera y la otra intentará llevar una vida fácil como amante de un jefe nazi y cantante. Por último, un judío alemán que intentará huir de un fatal destino en los campos de concentración uniéndose a la resistencia polaca.

‘Unsere Mütter, Unsere Väter’ es espectacular en todos los sentidos. Su realismo tanto formal como en la historia, hace que sea creíble la narración. A esto hemos de añadir que el relato alemán de la segunda guerra mundial no es muy habitual, y de ahí su especial interés. Los guionistas han sabido mezclar magistralmente la brutalidad de la guerra con momentos melodramáticos y con una sensibilidad estética fuera de lo normal. En definitiva una genial visión contemporánea de unos hechos trascendentales que han sido tantas veces edulcorados y banalizados en el cine y aquí convertido en un manifiesto antibelicista. Una serie imprescindible para los amantes del cine y de las series de televisión.



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