‘Orange is the New Black’
Acabo de terminar de ver las dos temporadas (26 episodios de una hora más o menos) de una de las series que han marcado la historia reciente de la televisión. Me refiero a ‘Orange is the New Black’, una producción estadounidense de Lionsgate para la plataforma Netflix. Una de las cosas interesantes es que está basada en la historia real que Piper Kerman vivió y que recogió en sus memorias ‘My Year in a Women’s Prison’ (2010).
Piper —Chapman en el personaje protagonista de la serie– es una joven de la clase media-alta de Nueva York. Ha dejado atrás un pasado algo turbio como traficante de droga. Diez años después es reclamada por la justicia para cumplir su pena de 15 meses en un correccional para mujeres. Pronto comprenderá el funcionamiento de ese peculiar microuniverso mientras ve como se difumina el mundo exterior. Además de enfrentarse con su pasado, deberá afrontar los retos de vivir encerrada con un puñado de desconocidas.
Uno de los aciertos de ‘Orange is the New Black’ es que evita a toda costa las lecciones de moralidad. Al contrario, expone sin reparos los defectos, los errores del pasado y del presente de todas las moradoras del lugar. Pero también sus virtudes. Nadie es bueno ni malo. Ni siquiera los guardias de la prisión están fuera del foco, ni de las miserias que parecen corromperlo todo. Hay momento en que parecen incluso más desgraciados… Luces y sombras.
No hay que olvidar que la serie no sería nada sin dos cosas: Primero, el excelente guión de Jenji Kohan, con sus sorpresas, sus tramas y sus giros. Y segundo, el buen trabajo de los actores. Todos están perfectos en sus papeles, en los que encajan con una perfección que uno piensa si no nacieron para interpretarlos. Un diez para el casting. Un gran ejemplo de cómo hacer una buena serie.