Hasta ahora conocíamos al realizador alemán de origen turco Fatih Akın por sus dramas, a menudo centrados en los problemas de integración o de choque de culturas entre la Turquía de sus antepasados y la Alemania de acogida. Problemas que son extensibles al resto de la Europa Occidental. En 2009, Akın giró completamente su registro para dirigir la comedia ‘Soul Kitchen’. Abandonó sus protagonistas turcos por unos griegos y la cuestión de la integración por asuntos de dinero. A su laureada carrera (Oso de Oro en Berlín y LUX del Parlamento Europea por sus dos primeras películas respectivamente) hay que unirle el León de Plata en Venecia por este film.
Zinos, un emigrante griego, es el dueño de un destartalado restaurante en el abandonado extrarradio industrial de Hamburgo, el Soul Kitchen. Es un lugar de paso para trabajadores que sólo buscan una cerveza y algo de comida poco elaborada. Pero es lo único que tiene. A pesar de las estrecheces decide contratar a su hermano Illias como camarero, recién salido de la cárcel. Para colmo, su novia Nadine, de familia burguesa, se traslada por motivos de trabajo a Shangai. Por si las cosas no fueran ya mal de por sí, aparece en escena un antiguo compañero de clase que resulta ser un especulador inmobiliario que quiere hacerse con el local de Zinos a cualquier precio…
Fatih Akın nos ofrece una galería de acertados personajes, a cada cual más pintoresco y disparatado –el viejo lobo de mar que trabaja reparando su barco en la parte trasera del local o el cocinero loco y vanidoso– que a veces rozan la parodia. Por su parte, el protagonista que hace el papel de Zinos Kazantsakis (Adam Bousdoukos), borda su papel. A pesar de todo, el humor que nos propone Akın es de trazo grueso y a veces tosco, casi infantil, pero que encaja bastante bien en un guión alocado con múltiples e inesperados giros del guión que salvan la película de una previsibilidad que si no hubiera sido evidente. En definitiva, una comedia de la Europa multicultural de hoy día que gustará a casi todo el mundo.
Acabo de ver ‘Exit Through the Gift Shop’, el largometraje documental de Banksy. Ha sido una sorpresa, porque no tiene absolutamente nada que ver con lo que me había imaginado. Cierto que el grafitero y artista urbano de Bristol Banksy sale en pantalla (convenientemente pixelado o encapuchado), pero, como bien dice al principio, no es un documental sobre él, sino sobre Thierry Guetta, un personaje que ha utilizado casi como una metáfora viviente del alocado mundo del arte y las tendencias contemporáneas.
Y lo cierto es que Guetta da mucho de sí. Francés emigrado y casado en Los Ángeles, tenía una manía compulsiva por grabar con sus videocámaras todo aquello que veía. Por una casualidad tomó contacto con el mundillo del street art a través de su sobrino en Francia, llamado Invader. Él fue quien lo introdujo y le permitió grabar a los más famosos artistas y activistas del movimiento urbano a lo largo de varios países. Hasta dar con Banksy, que ya en aquellos momentos (hace unos cuatro años) era una celebridad underground. Se convierte en el único que le permite filmar sus acciones. Guetta aprende de sus maestros, eso sí, a su manera y bajo el pseudónimo de Mr. Brainwash se lanza a crear su propio arte y sus acciones. En 2008 organiza una enorme exposición en Los Ángeles con la ingente cantidad de obras que ha creado, a menudo copiando descaradamente a quienes fueron objeto de sus filmaciones.
Mucho se ha comentado sobre si realmente Mr. Brainwash es real o un alter ego del propio Banksy. Si es así, el falso documental sería una verdadera genialidad. Incluso sin conocer nada sobre Banksy o el arte urbano, la película es muy disfrutable. Tiene momentos memorables y en su conjunto es ágil, fresca y entretenida, con toques de ironía. Pero si alguna vez se confirmara oficialmente la falsedad de la historia contada, podría ser una de las obras cinematográficas más innovadoras y sorprendentes de los últimos tiempos (quiero decir décadas). Como siempre, Banksy jugando con los medios y con los espectadores, borrando el límite entre lo real, lo imaginario y aquello que nos hace reflexionar sobre el mundo actual o nos remueve algo por dentro. ¿Aún alguien duda de que es el artista del siglo?.
‘Lourdes’ es una película desconcertante. Tanto durante como después de su visionado, uno no sabe qué pensar, cómo interpretarla. Posiblemente porque admita tantos matices como espectadores. Con esto no quiero decir que esta producción austriaca de 2009 no cuente una historia. Un argumento que, a priori, es normal y corriente. Quizás lo que admite interpretaciones sea la forma, la mirada de la cámara. La realizadora Jessica Hausner se mantiene absolutamente neutral y analítica a la hora de reflejar el microcosmos de las peregrinaciones al santuario de Lourdes, con sus contradicciones, su cinismo y también su certeza. Podemos decir que ‘Lourdes’ tiene algo de realismo mágico, de sueño absurdo. Un lugar donde las cosas más extrañas suceden como si fueran cotidianas. También es una de las mejores películas que reflejan el hecho milagroso.
Christine es una joven enferma completamente paralizada por la esclerosis múltiple. Acude escéptica al santuario de Lourdes, tomándose el viaje como una excursión más. Allí se topará con otros peregrinos que, a veces secretamente y otras sin disimulo, buscan una curación milagrosa para sus dolencias. Pero descubre que tras la capa de religiosidad se esconden los naturales vicios humanos (y también las virtudes). Sorpresivamente, Christine comienza a experimental cambios en su enfermedad…
Hacer referencia a todos los matices que se reflejan en la película nos llevaría muchas líneas, pero quizás centrarse en el personaje principal sea una buena manera de entender toda la dimensión del film. Incluso al terminar, uno no sabe absolutamente nada de ella, de su pasado o de su futuro. Quizás eso contribuya a dar ese ambiente tan enigmático a la cinta. También parece simbolizar la separación entre el milagro y la religiosidad, puesto que Christine no es excesivamente religiosa. Las formas que usa Hausner son siempre pausadas, que invitan a la calma, pero que desprenden gran tensión interior. En definitiva, una película extraña, diferente, interesante y muy entretenida que aportará al espectador otro punto de vista a las peregrinaciones religiosas.
Cine iraní. La sola mención de estas palabras hacen huir a muchos espectadores. Evocan largas secuencias, escenas donde no ocurre nada y guiones crípticos. Los maestros iraníes nos obligaron a ver el cine de otra manera. Y lo consiguieron. Pero también consiguió ganarse una inmerecida fama de películas difíciles y áridas. No seré yo quien lo niegue, pero ante estas cuestiones siempre contesto con lo mismo: hay que educar la mirada, adaptarla a lo que cada realizador nos quiere sugerir. Por eso que films como la producción de 2009 ‘Darbareye Elly’ (‘A Propósito de Elly’ en castellano) salgan a la escena internacional no deja de ser sorprendente. Lo digo porque nada tienen que ver con la imagen del cine del país asiático que tenemos en mente. Probablemente decir que Asghar Farhadi ha realizado una obra de corte occidental sea demasiado, pero sí cuenta con muchos de los elementos narrativos a los que más estamos acostumbrados.
Ahmad ha vuelto de Alemania hasta su Irán natal tras una etapa en aquel país. A su regreso sus amigos y amigas deciden organizar una fiesta alquilando una casa en la playa. Elly, invitada por una amiga de Ahmad, al igual que este, busca comenzar una nueva vida. Y qué mejor lugar que aquel para conocerse. Pero tras un comienzo agradable, muy pronto un desgraciado suceso cambiará radicalmente el orden de las cosas.
‘Darbareye Elly’ es, básicamente, una película de suspense, donde los ambientes cerrados y la tensión psicológica crean una atmósfera notable. Es fácil que el espectador se implique rápidamente en la trama y sea capturado por ella. También, y quizás sea lo más interesante, es una radiografía certera y soterrada de la sociedad iraní actual, especialmente la de los treintañeros urbanos de clase media. A pesar de que luchan contra un régimen islámico que no les representa, adoptan inconscientemente sus roles en la vida. Todos ellos han crecido en el Irán islámico de los ayatolás. Por eso las mujeres llevan hiyab en todas y cada una de las escenas, aunque eso no signifique sumisión al hombre. En la cinta podemos ver muchos ejemplos de lo contrario.
A nivel formal cabe destacar una fotografía que tiende a lo tenebroso, a lo oscuro, incluso a pleno día. Sirve como efectiva herramienta para acentuar el ambiente de tensión, con un mar hostil siempre al fondo. El trabajo de los actores es notable y aguantan a la perfección las exigencias del guión. En definitiva, se trata de una notable película que a muchos le servirá para descubrir el cine iraní. O al menos verlo con otros ojos. Recomendable para todos aquellos que quieran iniciarse en otras filmografías. ‘Darbareye Elly’ fue seleccionada por Irán para ser candidata la mejor película de habla no inglesa en los Oscars de 2010.
El cine rumano continua con su suma y sigue particular. El que es uno de los países más pobres de la orgullosa Europa, tiene un grupo de cineastas que sorprenden a cada película. Muy diferentes unos de otros, eso sí. El joven realizador Corneliu Porumboiu ya nos mostró su estilo con ‘A fost sau n-a fost?’ (aquí traducida como ‘12.08 Al Este de Bucarest’), un análisis tan crudo como irónico de la caida de Ceaucescu. Brillante teniendo en cuenta que Porumboiu tenía 14 años en aquel momento. Su segundo largometraje es ‘Poliţist, Adjectiv’ (2009), una nueva reflexión igual de minuciosa que la anterior, donde se plantea de nuevo el conflicto entre la ley oficial y la moral personal. Pero también ofrece muchas otras cosas. Aparte de enseñarlos los castigados suburbios de Bucarest en largas tomas, es una película que radiografía con precisión la vida y pensamientos del protagonista.
Cristi es un agente de policía que investiga un caso de menores y drogas. Su vida tanto la personal como la profesional es aburrida, rutinaria, y prosaica, lejos de los estereotipos. Pero pronto se obsesionará con su caso, tomándolo como algo personal. Mientras sus jefes quieren una operación para capturar a los muchachos, Cristi, siguiendo su conciencia, prefiere no ir a por ellos, en un acto de marcaría sus vidas, e ir directamente a la fuente que suministra las drogas. El caso es una mera excusa de Porumboiu para plantear con acierto y rigor el eterno tema de la ley contra la moral.
En algunos momentos, ‘Poliţist, Adjectiv’ recuerda un poco al film de Bertrand Tavernier ‘Ley 627’, con comisarías ruinosas o compañeros leyendo indolentes el periódico en sus despachos y charlando sobre temas intrascendentes. Hay quienes han reprochado a Porumboiu sus largas secuencias de cámara fija, a veces de hasta 7 u 8 minutos, y donde aparentemente no pasa nada. Quizás se abuse un poco de este recurso, pero no se entendería la personalidad ni el conflicto interior de Cristi sin ellas. Además, el realizador parece querer abrir una ventana al espectador para que contemple una vida lánguida, tediosa y gris, ni infernal ni idílica, donde los acontecimientos ocurren en «tiempo real». Milagrosamente, el talento del realizador convierte estas tomas en entretenidas. Por tanto no es una película aburrida, ni mucho menos, sino tensa, reflexiva y hasta melancólica. Creo que Corneliu Porumboiu consigue justo lo que buscaba. Recomendable para todos aquellos que quieren educar la mirada para otra tipo de cine. Fue candidata al Oscar en 2010 en la categoría de mejor película de habla no inglesa y ganó el premio FIPRESCI del Festival de Cannes 2010.
La moda del cine social se está convirtiendo poco a poco en una plaga, no por que este cine no sea de interés, sino porque muchos se están apuntando a él con más bien poco criterio. El Reino Unido ha sido siempre, junto con Francia, los reyes de este género desde los años sesenta o incluso antes. Por ejemplo todos hemos visto las obras de Ken Loach, el director que retrata los conflictos sociales a lo largo de ya varias etapas históricas de su país. La realizadora Andrea Arnold, directora de la producción británica ‘Fish Tank’ (2009) parece una de sus alumnas aventajadas. A lo largo de todo el metraje es complicado no ver ni comparar el espíritu de Loach. Ganó el Oscar de Hollywood en 2004 al mejor cortometraje de ficción con ‘Wasp’.
Mia es una joven de quince años que vive con su madre (una cabeza loca) y su hermana pequeña. No estudia (fue expulsada del instituto) ni trabaja (no tiene edad). Sólo se dedica a vaguear por la calle, a bailar y a visitar a una yegua blanca de un cercano poblado de gitanos. Esa vida se quebrará cuando se entera de que su madre tiene un nuevo novio. Una nueva perspectiva se abrirá ante ella, aunque las cosas finalmente no serán como parece.
Y es que no basta con coger la cámara al hombro, no basta con montar un hogar desestructurado con una madre alcohólica ni que la acción se desarrolle en un suburbio marginal de una gran ciudad, ni que el protagonista sea un chico/a que sueña con un futuro mejor a pesar de las circunstancias. Hace falta una historia de verdad, que aporte algo nuevo, que sea interesante y que nos lleve por lo menos a la reflexión. Al terminar de ver ‘Fish Tank’ nada de esto ha ocurrido. La cinta me ha sabido a poco. Una lástima por su protagonista, la joven Katie Jarvies, que hace un magnífico trabajo de interpretación, al igual que el resto del reparto. A pesar de todo, recomendable para los que buscan un cine diferente. La película obtuvo el premio del jurado en el Festival de Cine de Cannes de 2010.
A comienzos de los años ochenta, el boom de la electrónica y de la informática ya era un hecho. Los ordenadores comenzaban a entrar en las casas y la cultura popular se empezaba a impregnar de bits, chips, teclados, monitores y videojuegos. Por supuesto el cine no iba a ser una excepción. Y pensando en este tema se me ha ocurrido dedicar una entrada a ese cine de puro entretenimiento que tienen a los ordenadores como protagonistas (o al menos como co-protagonistas). Me refiero a ordenadores en el sentido más estricto, no a robots ni a películas futuristas, sino a cómo se veía la informática en aquellos albores de la la informática popular. El «aquí y ahora» del sentimiento social de esos años acerca del tema.
Para ello he seleccionado tres películas, similares pero a la vez muy diferentes: ‘Tron’ (1982), ‘Juegos de Guerra’ (1983) y ‘Sueños Eléctricos’ (1984). Las dos primeras producciones norteamericanas y la tercera co-producida por el Reino Unido. Estas cintas forman una peculiar trilogía que engloba todos los aspectos, los vicios y las virtudes de la tecnología, desde el más fantasioso, al más terrorífico, del más abstracto e inexacto al más concreto y preciso, de la comedia a la ciencia-ficción e incluso al terror. Y por supuesto la política.
‘Tron’, el comienzo de una nueva etapa.
Hacer una película con imágenes sintéticas cuando apenas había ordenadores capaces de mostrar más de 16 colores en pantalla sin duda debió ser un reto. De hecho, la mayoría de las supuestas infografías que aparecen están realmente realizadas mediante animación tradicional (la productora Buenavista pertenece a Disney, con lo que no debieron tener grandes problemas) y en las que aparecen los personajes en el «mundo virtual» fueron pintadas a mano sobre una película original de alto contraste y en blanco y negro. El resultado es quizás algo extraño e inquietante. Hoy las animaciones nos pueden parecer ridículas, ya que cualquier teléfono móvil actual genera infografías mil veces mejores, pero en aquellos tiempos debió ser revolucionario.
No hay duda de que fue una película que, a pesar de no ser un gran éxito comercial, a la larga causó gran impacto en la cultura popular de la época, siendo una influencia incluso estética. A nivel puramente cinematográfico no hay gran cosa que decir. Es la típica historia de buenos contra malos, de los rebeldes (de color azul) contra el mundo opresor y dictatorial (de color rojo). Las connotaciones políticas y sus referencias veladas al comunismo (recordemos que estamos en pleno recrudecimiento de la guerra fría) son evidentes a poco que se interprete.
‘Juegos de Guerra’, la catástrofe posible.
‘Juegos de Guerra’ es sin duda la película más solida, más verosímil y mejor construida de las tres. De nuevo el fantasma de la guerra fría planea sobre el argumento, aunque desde un punto de vista pacifista. La informática ya no es algo etéreo y casi misterioso destinado a científicos de alto rango y genios como en ‘Tron’, sino que los estudiantes más «listillos» podían tener uno en su casa y además comunicarse con el exterior. Las primeras secuencias de David en su habitación, introduciendo esos disquettes enormes de 8 pulgadas en el lector y colocando el teléfono en el módem forman parte ya de la memoria colectiva de muchos de nosotros.
Como ya he comentado, el argumento es el más plausible. Un chico entra por error en un superordenador de la defensa de los Estados Unidos y provoca una guerra mundial. En la prensa de aquella época e incluso de años después hemos leído algún caso, no tan exagerado, con cierta similitud. Quien asesoró al director y al equipo hizo un buen trabajo, porque el resultado en la gran pantalla tiene detalles bastante creíbles incluso para un experto. Además, estupendo trabajo también de los actores.
‘Sueños Eléctricos’, la informática se hizo popular.
La película comienza con lo que era el sentimiento de la época, el zeitgeist de los prósperos primeros años ochenta. La sociedad occidental se tecnificaba rápidamente con microordenadores, calculadoras, relojes de pulsera que hablan, walkmans o terminales de venta conectados en red mientras el protagonista los contempla casi horrorizado. ‘Sueños Eléctricos’ es la aplicación de la estética pop ochentera, casi de anuncio publicitario, al mundo de una tecnología ya al alcance de cualquiera.
El guión y la forma de enfrentarse a la cosa de la informática es bastante irregular. Tiene momentos memorables, «rayadas» increíbles (que cada uno lo interprete como quiera), un homenaje a Philip K. Dick y secuencias de vergüenza ajena. El guión es algo (o muy) inconsistente y tiene muchísimos fallos. Casi podemos considerar a ‘Sueños Eléctricos’ como un conjunto de videoclips que apelan a la emoción del espectador más que a establecer un argumento racional. Aún así, es una película para recordar. Es la única de las tres que no había visto de pequeño. Y es que, a pesar de que su banda sonora es archiconocida (quién no ha escuchado alguna vez el Love is Love’ de Culture Club, compuesto para esta película) y es el principal atractivo de la cinta, no fue popular aquí en España. La copia que he conseguido es un ripeo de VHS y subtitulada.
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