Retomamos nuestro viaje por la visión de Zamora que la prensa ilustrada antigua nos ofrece con un nuevo artículo. En esta ocasión me encuentro con un breve texto dentro de la serie que ‘La Esfera’ dedicó a las capitales españolas. Nada especialmente curioso o destacable nos cuenta su autor, Federico Pita, más allá de los clásico tópicos sobre el pasado de la ciudad, o su «quietud»:
[…] Zamora, si no la vemos con una retina llena de visiones pasadas, pierde su mayor encanto.
El palacio de Doña Urraca; los puentes que cruzan el Duero; la Basílica del siglo XII, que tardó veintirés años en erigirse; las iglesias de San Martín, Santa Olalla y San Miguel, todo es típico, todo recuerda algún hecho de la Historia, que se gravó en las piedras o se conserva en la ofrenda piadosa.
Zamora vive de pasados siglos; los vive por su aspecto y su quietud, y éste es el mayor encanto que presenta. Los pueblos históricos no debían de variar su fisonomía jamás: enseñan más que las páginas escritas por los hombres.
En el primer capítulo de esta serie comentamos que ‘La Esfera’ se destacó por la defensa del patrimonio artístico de las ciudades, y que Zamora no fue menos. Existen al menos dos textos que denuncian el estado de abandono de monumentos señeros de la ciudad. El primero lleva el título de «¿Qué haremos de nuestras viejas ciudades? Zamora, la románica». Este artículo escrito por Luis Bello es interesante por lo que tiene de adelantado a su tiempo, de profético de lo que luego ocurriría: recuperar el patrimonio monumental dentro de su contexto así como recuperar el río para los ciudadanos. He aquí un fragmento:
[…] Nuestras viejas ciudades se deshacen en polvo. Zamora, la románica, por ejemplo, ha perdido en un siglo mucho más que Toledo, y a Toledo no va quedándole más que la piedra, porque no puede irse río abajo. Esta es la actitud dolorida que solemos tomar ante la ruina de las ciudades españolas.
[…] En el castillo de Zamora, frente a la vega, al pie de la robusta torre catedralicia, viendo la famosa linterna bizantina, que por sí sola convierte el viejo edificio en una joya, un español ha de pensar fatalmente en el destino de estos rincones, tan semejantes a pudrideros u osarios donde la Historia va poco a poco descarnándose y convirtiéndose en esqueleto o en momia. ¿Qué haríamos de este campo lleno de cascote, pedruscos y malas hierbas? ¿Cómo lo limpiaríamos sin vulgarizarlo, sin quitarle su aspecto severo? ¿Un jardín? ¿Una plaza de guijos, menudos, arrecifada, con aceras armónicas hasta el mismo borde de las murallas; sin árboles o con muy pocos árboles, bien situados; y una doble y recta cenefa de arrayanes?
[…] La Zamora del siglo XX ganaría mucho si lograra enmarcar dentro de su campiña, junto a un río que tiene todavía grandes destinos, y sin desatender la modernidad de un collar de gran ciudad contemporánea, todo lo que le queda todavía del siglo XIII. Como en el parque versallesco luce la estatua clásica, así triunfa la iglesita románica en el centro de un pueblo nuevo. Pero si son estos grandes testimonios del pasado: la catedral, el puente o el castillo de Zamora, entonces el conjunto sube de valoración para entrar en la categoría de las cosas únicas.
Me gustaría saber lo que pensaría el autor de todas las actuaciones que han tenido lugar en el entorno del castillo en los últimos años. Seguramente serían de su agrado…
El segundo artículo que os quería comentar es más bien una curiosidad no exenta de denuncia. Se titula «Una iglesia románica de Zamora convertida en carbonería». Leyendo el texto veo que se trata de la iglesia de San Leonardo, el eterno templo abandonado que incluso muchos zamoranos no sabrían localizar. La que fuera una de las iglesias principales de la antigua Puebla del Valle, también sede de la judería zamorana, es el centro de atención para el periodista que ya a finales de los años 1910s dudaba de la idoneidad de su uso.
Tras su expolio o venta (según lo que he leído en la Wikipedia y en alguna otra fuente, muchas piezas decorativas del monumento fueron enviadas a los Estados Unidos y están expuestas en el Metropolitan Museum de Nueva York, aunque no he conseguido ver una sola fotografía de alguna de esas piezas) hoy día apenas quedan unos pocos muros de piedra que casi nos dan pistas de su naturaleza de antiguo monumento románico. El autor habla del lamentable estado de la iglesia y de su uso para tareas prosaicas. Por lo que se puede ver en la fotografía que acompaña al artículo (y a este post), a principios del siglo XX aún se conservaba gran parte del edificio.
Transcribo un fragmento del texto:
Para encontrar una iglesia románica convertida en almacén de carbón es preciso llegar a España y correr las calles de Zamora. Hay allí tal abundancia de vestigios del arte románico, empezando por la Catedral, que el vecindario y el clero de Zamora no creyeron preciso organizar una resistencia seria para impedir la profanación. […] Esta iglesia románica […] tiene las características esenciales; y como no ha sido renovada ni modificada como casi todas las de su época, conserva todavía las vigas de madera de la techumbre, como los templos bizantinos del norte de Italia.
Cerca de esta iglesia […] está situada la de Santa María de Horta. Aquí también se ha aproximado el negocio del carbón; pero no ha llegado a posesionarse del interior. […] Junto a la carbonería hay también una fábrica de electricidad. La chimenea, muy esbelta, se eleva por encima de la torre, y es difícil obtener una buena fotografía sin que asome sobre las viejas piedras el ladrillo de la moderna construcción industrial.
[…] La iglesia románica convertida en almacén de carbón es espectáculo un poco fuerte, y que a los buenos comerciantes, así como al Clero y al Ayuntamiento que lo consienten, se les ha ido la mano.