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La bitácora personal de Ricardo Martín
Comentando cosas desde 2004
3 de octubre de 2010

‘Darbareye Elly’

Cine iraní. La sola mención de estas palabras hacen huir a muchos espectadores. Evocan largas secuencias, escenas donde no ocurre nada y guiones crípticos. Los maestros iraníes nos obligaron a ver el cine de otra manera. Y lo consiguieron. Pero también consiguió ganarse una inmerecida fama de películas difíciles y áridas. No seré yo quien lo niegue, pero ante estas cuestiones siempre contesto con lo mismo: hay que educar la mirada, adaptarla a lo que cada realizador nos quiere sugerir. Por eso que films como la producción de 2009 ‘Darbareye Elly’ (‘A Propósito de Elly’ en castellano) salgan a la escena internacional no deja de ser sorprendente. Lo digo porque nada tienen que ver con la imagen del cine del país asiático que tenemos en mente. Probablemente decir que Asghar Farhadi ha realizado una obra de corte occidental sea demasiado, pero sí cuenta con muchos de los elementos narrativos a los que más estamos acostumbrados.

Ahmad ha vuelto de Alemania hasta su Irán natal tras una etapa en aquel país. A su regreso sus amigos y amigas deciden organizar una fiesta alquilando una casa en la playa. Elly, invitada por una amiga de Ahmad, al igual que este, busca comenzar una nueva vida. Y qué mejor lugar que aquel para conocerse. Pero tras un comienzo agradable, muy pronto un desgraciado suceso cambiará radicalmente el orden de las cosas.

‘Darbareye Elly’ es, básicamente, una película de suspense, donde los ambientes cerrados y la tensión psicológica crean una atmósfera notable. Es fácil que el espectador se implique rápidamente en la trama y sea capturado por ella. También, y quizás sea lo más interesante, es una radiografía certera y soterrada de la sociedad iraní actual, especialmente la de los treintañeros urbanos de clase media. A pesar de que luchan contra un régimen islámico que no les representa, adoptan inconscientemente sus roles en la vida. Todos ellos han crecido en el Irán islámico de los ayatolás. Por eso las mujeres llevan hiyab en todas y cada una de las escenas, aunque eso no signifique sumisión al hombre. En la cinta podemos ver muchos ejemplos de lo contrario.

A nivel formal cabe destacar una fotografía que tiende a lo tenebroso, a lo oscuro, incluso a pleno día. Sirve como efectiva herramienta para acentuar el ambiente de tensión, con un mar hostil siempre al fondo. El trabajo de los actores es notable y aguantan a la perfección las exigencias del guión. En definitiva, se trata de una notable película que a muchos le servirá para descubrir el cine iraní. O al menos verlo con otros ojos. Recomendable para todos aquellos que quieran iniciarse en otras filmografías. ‘Darbareye Elly’ fue seleccionada por Irán para ser candidata la mejor película de habla no inglesa en los Oscars de 2010.

2 de octubre de 2010

El giro cultural de La 2

Desde el pasado lunes 20 de septiembre, La 2, el segundo canal de Televisión Española ha sufrido la transformación definitiva iniciada hace un tiempo. Tras la eliminación del canal Cultura.es, supongo que por falta de presupuesto, toda esa producción ha pasado a La 2. El objetivo es que la cadena sea el referente cultural dentro de la televisión en España. Cultura en el amplio sentido de la palabra, donde todas las expresiones artísticas tienen cabida. Desde el cine, la historia, la ciencia, la música o la literatura. Tanto las retransmisiones deportivas como los informativos –con excepción de ‘La 2 Noticias’ y ‘Documentos TV’— han pasado a Teledeporte y 24h respectivamente. Uno de estos traslados más polémicos ha sido la del veterano espacio de reportajes ‘En Portada’, que llevaba en la segunda cadena varias décadas.

Aunque la calidad de las producciones emitidas no siempre es la mejor, especialmente el ómnibus matinal ‘Para Todos La 2’ o algunos documentales, la idea de un canal completamente dedicado a la cultura era una meta que nunca antes se había conseguido. Yo tenía el temor de que cuando se habla de cultura, fuera a cultura «oficial» y no a las expresiones artísticas de vanguardia o aquellas que no tienen cabida en los medios de comunicación tradicionales. Afortunadamente esto no es así. En mi opinión es uno de los grandes aciertos de Televisión Española. Dar voz y espacio a quienes no la tienen más que en internet o en circuitos minoritarios.

No tengo suficiente tiempo como para dedicar lo necesario a ver los diferentes programas de la nueva programación, pero a los ya clásicos ‘Página 2’, ‘Los Conciertos de Radio 3’, ‘Redes’, ‘Versión Española’ o ‘Miradas 2’ hay que unirle otros como el magnífico ‘El Cine de La 2’ (en su segundo año de andadura), el curioso ‘La Mitad Invisible’ con el impagable Juan Carlos Ortega o ‘Somos Cortos’ dedicado a emitir cortometrajes. Todo esto contrasta con los programas religiosos como ‘El Día del Señor’ o ‘Últimas Preguntas’ que siguen emitiéndose en TVE desde tiempos inmemoriales y que ya no tienen sentido en una televisión pública. Es el resto de otros tiempos que esperemos que desaparezca pronto o que pase a emitirse en otros canales (sí, esos que todos estamos pensando).

Todavía no sabemos si La 2 cultural sobrevivirá a la caída de la audiencia en picado y, sobre todo, a los problemas que la Unión Europea está poniendo a su financiación no publicitaria. El tiempo nos lo dirá. De momento nos quedamos con un digno canal con algunos buenos programas, modernos e imaginativos, otro poco de relleno y algunas herencias del pasado difíciles de eliminar.

1 de octubre de 2010

El Guincho, o como dejar atrás los prejuicios

Hace tiempo que aprendí que los prejuicios no sirven más que para ponerse límites ficticios y absurdos. La música es probablemente uno de esos campos en los que existen más prejuicios. A pesar de que siempre he escuchado cosas nuevas, a veces ocurría que apartaba a un lado bandas o sonidos que pensaba que no me gustarían. Hoy día, con internet, tenemos miles de discos gratis a nuestro alcance, podemos escuchar cualquier cosa que queramos. Por eso autolimitarse en estos tiempos donde todo se mezcla y nada es negro o blanco es absurdo.

Toda esta reflexión viene a cuento de El Guincho, o lo que es lo mismo, Pablo Díaz-Reixa, un canario afincado en Barcelona. No sé por qué pero era una de esas bandas que tenía siempre apartadas, a pesar de que no me hubiera importado escucharlo. Probablemente si me hubieran dejado el disco me hubiera enganchado. Pero había algo que me echaba siempre para atrás y elegía otras bandas más acordes con «mi estilo», si es que eso puede aplicarse en mi caso. Puede que fuera esa idea errónea de que esto era lo que se llama world music o música étnica/folklórica. Pero nada más lejos de la realidad. He de reconocer que el terreno estaba abonado después de la hecatombe de ruptura general de prejuicios que supuso descubrir a Animal Collective o a Vampire Weekend.

El culpable de este descubrimiento ha sido un videoclip que ha roto por completo la idea que hasta ahora tenía de El Guincho. Aparte de ser uno de los mejores clips nacionales que he visto este año (si no el mejor), me ha descubierto una canción enorme, buenísima e inmediata. Su título es ‘Bombay’ y está incluida en su recientemente publicado álbum ‘Pop Negro’ (2010). Tiene algo que engancha y que es difícil de definir. Quizás sea su mezcla de samplers, de pop ochentero (hasta con homenaje a Radio Futura), de africanismo (a veces más caribeño que africano) casi hipnótico y letras extrañas. A partir de ahora me pondré a escuchar su anterior trabajo, con el que saltó a la fama indie, ‘Alegranza’ (2007) y que supuso una revolución en el pop español.

Para terminar, vamos con un par de clips. Son mis dos favoritos. El primero corresponde al tema ‘Hindou’, incluido en su EP ‘Piratas de Sudamérica’ que publicaron este mismo año. Me ha hecho gracia ver que está filmado en el Parque de la Ciudadela de Barcelona. ¡Hasta sale el mamut!:

El segundo es, por supuesto, ‘Bombay’, una joya audiovisual que recrea magistralmente el aspecto y la estética de una película de finales de los setenta y principios de los ochenta. Atención al comienzo, con un guiño al ‘Cosmos’ de Carl Sagan. Esta es la versión sin censurar (of course):

30 de septiembre de 2010

Cáceres, fuera de la lucha

Era algo que prácticamente estaba cantado. Aunque aquí la gente mantenía la esperanza de pasar al menos este corte, al final no pudo ser. Cáceres ha caído en la primera selección de candidatas. Esta tarde, a las cinco y media, la comisión del Ministerio de Cultura encargada de la elección ha dejado fuera también a Alcalá de Henares, Cuenca, Málaga, Murcia, Oviedo, Pamplona, Santander y Tarragona. Seguirán en la lucha Burgos, Córdoba, San Sebastián, Las Palmas, Segovia y Zaragoza.

Desconozco cuales son exactamente los criterios que aplica esta comisión, pero puedo imaginarme cuales son: Implicación de la ciudadanía, infraestructuras suficientes o tener una imagen reconocible, tanto dentro como fuera de España. Si esto es cierto, mi apuesta iría por la terna Córdoba (mi favorita), San Sebastián o Segovia. Córdoba por su buena comunicación con Madrid a través del tren de alta velocidad, por un monumento universalmente reconocido como es la Mezquita, y con una vida cultural muy viva. San Sebastián también tiene un elemento cultural exportable: su festival de cine, uno de los mejores del mundo, y su cosmopolitismo. Y Segovia, aparte de lo cuidado de su patrimonio, tiene el acueducto romano mejor conservado del mundo.

Para la siguiente cita debemos esperar hasta la segunda mitad de 2011. Será entonces cuando una comisión internacional seleccionará una ciudad española y otra polaca de entre las que quedan. Polonia es el otro país seleccionado para albergar la capitalidad cultural en una de sus ciudades candidatas. Si Cáceres quiere volver a presentarse tendrá que esperar unos cuantos añitos, ya que los países candidatos están asignados hasta 2022. Como curiosidad decir que este año hay tres Capitales Europeas de la Cultura, Essen (Alemania), Pécs (Hungría) y Estambul (Turquía).

29 de septiembre de 2010

En Barcelona (y X): Perdidos por La Ribera, los «bastaixos» de Santa María del Mar y «burros coceadores»

Con esta entrega finaliza la serie que ha llevado diez días contando las aventuras y desventuras en Barcelona. Cerramos pues con el final del viaje.

Cuando uno se monta en el tren, en la cómoda butaca, se olvida de todos los momentos de cansancio y de falta de sueño. Era el momento perfecto para comenzar a recuperar los buenos recuerdos. Ocurre a veces que uno vive los viajes cuando los invoca a través de las fotografías, los vídeos y los folletos turísticos de todos los lugares por los que hemos pasado. Pero vamos con la última parte de nuestro cuarto día en Barcelona.

Tras la comida, y con algo de adormecimiento, bajamos hasta Portal del Ángel para visitar otra vez la escondida y desconocida iglesia de Santa Ana. Esta vez tuvimos más suerte: la valla que da a la plazoleta de Ramón Amadeu estaba abierta, pero el recinto de la iglesia, junto con el claustro, estaba cerrado. Afortunadamente, a través de los barrotes se podía ver aquel lugar que tenía un innegable ambiente mágico. Parece mentira que un lugar así pueda estar a pocos metros de la Plaza de Cataluña y casi pared con pared con el imponente edificio del Banco de España.

Por último también queríamos ir a ver Santa María del Mar, uno de los grandes monumentos de la ciudad que nos quedaba por ver. Hubiera sido imperdonable no haber estado. Llegar hasta allí fue una nueva aventura. Otra vez nos perdimos por los callejones del barrio de La Ribera. Calles con mucho encanto y a las que no pude evitar hacer algunas fotografías. A posteriori, reconstruí este recorrido, que nos llevó (saliendo desde la plaza de Ramón Berenguer el Grande) a cruzar la Vía Layetana para seguir las calles Bòria, Corders, Assaonadors, Flassaders y finalmente el Paseo del Born, con el mercado del mismo nombre en un extremo y la imponente mole de Santa María del Mar en el otro. Frente a la puerta trasera del templo, la llamada puerta del Born, está el Fossar de les Moreres, un lugar emblemático para los catalanes y en especial para los barceloneses, ya que en este antiguo cementerio se enterraron todos aquellos que cayeron defendiendo la ciudad durante el sitio de Barcelona de 1713-1714. Hoy día en ese lugar hay una pequeña y austera plaza, con una llama que recuerda permanentemente a los mártires fallecidos. Una corona de flores con la senyera yacía en su base.

Entramos en el templo por su puerta principal, donde sus dos enormes torres y su no menos grande rosetón (de nueve metros de diámetro) nos dieron la bienvenida. Por mi mente pasaban algunos pasajes del libro de Ildefonso Falcones «La Catedral del Mar». La novela trata sobre la construcción por parte de los bastaixos (algo así como los estibadores del puerto, aquellos encargados de descargar las mercancías de los barcos atracados) de este templo allá por el siglo XIV. De hecho, en los portones principales pueden verse dos relieves con dos de estos bastaixos acarreando sobre sus espaldas sendas piedras destinadas a su construcción:

“Los humildes bastaixos, con su trabajo de transportar gratuitamente las piedras hasta Santa María, son el más claro ejemplo del fervor popular que levantó la iglesia. La parroquia les concedió privilegios y hoy su devoción mariana queda reflejada en las figuras de bronce del portal mayor, en relieves en el presbiterio o en capiteles de mármol, en todos los cuales se representan las figuras de los descargadores portuarios.”

Si el exterior era espectacular, el interior lo era aún más. Sin apenas decoración, las vidrieras destacan aún más en medio de ese ambiente tan sobrio. Algunas de ellas datan del siglo XIV, como las del rosetón o de la nave sur, que son de 1460 y 1494 respectivamente. O otras son de… ¡1996!, realizadas en un estilo postmoderno de difícil definición (y justificación). Ildefonso Falcones también habla de ellas, de las antiguas, se entiende, en su libro:

“Las vidrieras orientadas al sol son de colores vivos, rojos, amarillos y verdes, para aprovechar la fuerza de la luz del Mediterráneo; las que no lo están son blancas o azules. Y cada hora, a medida que el sol recorre el cielo, el templo va cambiando de color y las piedras reflejan unas u otras tonalidades. ¡Qué razón tenía el maestro! Es como una iglesia nueva cada día, cada hora, como si continuamente naciera un nuevo templo, porque aunque la piedra está muerta, el sol está vivo y cada día es diferente; nunca se verán los mismos reflejos.”

El calor dentro era sofocante, pero merecía la pena permanecer unos minutos contemplando extasiados las nervaduras de los techos, las columnas y el resto del armonioso conjunto en uno de los ejemplos de gótico menos contaminados que se conservan en España. Salimos de Santa María del Mar con otros ojos… Sin duda un lugar mágico que es visita obligada. Fue uno de los lugares que más nos impresionó.

Una vez fuera y al tomar la calle Argentería pasamos delante de la tienda de Kukuxumusu, presidida por dos burros en los balcones (símbolo de Cataluña). Y en medio, tras una ventana, un simpático asno coceaba a un toro que salía por los aires.

Aún era pronto para ir a la estación, por lo que callejeamos de nuevo por el Barrio Gótico hasta la Plaza del Rey que se ha convertido en uno de nuestros lugares favoritos. En la fachada del Palacio del Lloctinent, sede del Archivo de la Corona de Aragón, un músico callejero se puso a tocar un extraño instrumento con aspecto de ovni y color broncíneo que resultó llamarse hang y que es un invento suizo del año 2000. Vamos, que no es un milenario instrumento tibetano ni nada por el estilo. Nos quedamos embobados al ver cómo lo tocaba. Es un instrumento de percusión, ya que se toca golpeándolo con las manos, pero que tiene un peculiar sonido.

En ese momento sonó la alarma del móvil, la señal de que nuestro tiempo en Barcelona se había terminado. Llegaba la hora de marchar a la estación. Entramos por Jaume I y tras un trasbordo en Verdaguer, llegamos a Sants. El viaje había llegado a su fin.

28 de septiembre de 2010

En Barcelona (IX): Homenaje a El Molino, lluvia en el Parque Güell y lío en el metro

El objetivo del día era hacer una visita al Parque Güell, un lugar apartado de la ciudad y pensado por Gaudí en un principio como residencia para ricachones. Hoy es una de las principales atracciones turísticas de Barcelona.

Antes hicimos una breve visita a uno de los templos del Pararelo que, en el momento de escribir estas líneas, se hallaba al final de su largo periodo de restauración que ha durado más de una década. Me refiero a El Molino, el legendario teatro creado a finales del siglo XIX por un emigrante andaluz para posteriormente ser la versión española del Moulin Rouge parisino. La historia de este local es apasionante. Si tenéis oportunidad, buscad información, no os defraudará. El nuevo Molino conserva intacta su clásica fachada con sus aspas inconfundibles, pero añade nuevas dependencias y una pantalla LED ondulada que cubre los varios pisos que rebasan el edificio primigenio.

Ahora sí, llegamos al parque tras un viaje en metro no muy largo, pero sí con largas caminatas bajo tierra. Cruzamos pasadizos, subimos y bajamos escaleras (mecánicas y no) y contemplamos también el ecléctico -y dudoso estéticamente- estilo de las estaciones del metropolitano barcelonés. Lo calificaría como lúgubre y oscuro, con las paredes de algunos andenes pintadas de negro. Salimos agotados en la estación de Plaza de Lesseps, donde prosiguen las obras de la línea 9 que, esperemos que cuando esté terminada, esté mejor ventilada. Por el bien de los barceloneses a los que no les gustan las saunas.

Tomamos la Travessera de Dalt hasta el cruce con la Avenida del Santuario de Sant Josep de la Muntanya, una calle que intuyo que conducía a la pequeña población del mismo nombre, hoy engullida por Barcelona. Tras subir esta endiablada cuesta, tomamos unas escaleras mecánicas que completarían el tramo más arduo hasta el Parque Güell. Ya más animados entramos en él no por la puerta principal –por la que saldríamos más tarde- sino por la secundaria, en uno de los extremos del parque. Tras seguir un caminito de tierra llegamos hasta la famosa explanada con el ondulado banco de mosaicos de azulejos rotos. Cuenta la historia que Gaudí utilizó los restos que había en una fábrica de cerámica cercana para su revestimiento, siendo sin duda un pionero del reciclaje de materiales e inventor de una nueva técnica, el “trencadís”. Los diseños que recubre el banco no son del arquitecto, sino de Josep María Jujol. Los tres mil metros cuadrados de la plaza sirve de enorme recogedor de agua. A través de la Sala de las Cien Columnas que está justo debajo se canaliza hasta un depósito utilizado para regar el parque y para alimentar la fuente de la escalinata.

Sentados en este banco vimos a los turistas agolpados, gesticulando y haciendo fotos, a las palomas pelearse por un pedazo de pan, a virtuosos guitarristas callejeros tocando a seis manos sus instrumentos y las nubes amenazando tormenta entre un sol que nos quemaba. Al fondo, un perfil ya inolvidable, el de Barcelona, y que hemos contemplado desde múltiples ángulos estos días.

La visita por el Parque Güell continuó primero por el llamado Pórtico de la Lavandera, con sus columnas que se mimetizan a la perfección con el paisaje, y después por la famosa escalinata de la salamandra (o el dragón). Es curioso que compartiendo el terreno del parque exista un colegio. El alboroto y los gritos de los niños, que comenzaban aquel día las clases, competían con los murmullos y los clics de las cámaras fotográficas. En la escalinata, que es sin duda el lugar más conocido de todo el parque, los visitantes pierden la vergüenza y la compostura arremolinándose para inmortalizarse de las maneras más insospechadas y en las posturas más ocurrentes. Nos costó encontrar nuestro hueco para hacernos la famosa foto. Subimos después hasta la Sala Hipóstila o Sala de las Columnas, con sus famosos techos de mosaico y sus plafones, que nos parecieron paellas valencianas.

Dimos por finalizada la visita entrando en la tienda de recuerdos que se encuentra en una de las casitas de cuento de hadas que hay en la entrada principal. El pequeño recinto lo ocupaban principalmente japoneses. Parece que son los más aficionados a llevarse recuerdos de sus visitas. O tal vez son los que más repleta tienen la billetera. Y dentro, todo tipo de objetos. Las clásicas tazas, camisetas, posters, postales, lápices e imanes de nevera entre otros. Predominaban las reproducciones de los mosaicos del parque y dibujos del skyline de Barcelona. Yo no pude evitar llevarme algún recuerdo de mi estancia.

La lluvia nos sorprendió poco antes de salir de la tienda. Por una de las ventanas vimos a los turistas huir en desbandada para ponerse a resguardo. Los más precavidos abrieron sus paraguas para luchar contra el chaparrón. De pronto la escalinata más famosa y fotografiada de Barcelona se quedó prácticamente vacía. Sólo algunos valientes volvieron a salir convenientemente pertrechados. Guardé la cámara y corrimos hasta una cavidad –el Refugio de Carruajes- que había frente a nosotros. Aunque más de que para carruajes, ahora servía de refugio improvisado para los visitantes. Su parte central estaba ocupada por unos músicos que tocaban melodías de estilo indefinible. Sentados alrededor, los turistas miraban y escuchaban absortos el concierto. Fuera seguía la lluvia.

Este rito ceremonial de hombres de las cavernas postmoderno quedó desvirtuado cuando dejó de llover. Muchos de nosotros abandonamos el trance y posteriormente la cueva para continuar nuestro camino.

Teníamos todavía unas cuantas horas, así que iniciamos nuestro viaje al Tibidabo. El calor y la humedad tras la lluvia era asfixiante y hacía el camino casi insufrible. Había salido el sol tímidamente. De nuevo en la Plaza de Lesseps descansamos un poco para reponer líquidos y nos metimos en el metro con la intención de llegar hasta la cumbre de la montaña del Tibidabo. Finalmente desistimos del intento. Nos hicimos un lío entre metro y FGC (Ferrocarrils de la Generalitat de Catalunya) por culpa de la señalización entre uno y otro, con símbolos, colores y tipografías indistinguibles. Además no íbamos ya muy sobrados de tiempo. Estábamos en medio de la estación de Diagonal, sin saber si estrangular al empleado de metro que nos estaba mirando o dar nuestro brazo a torcer y aceptar que nos habíamos equivocado. Hubiera estado bien haber subido por la Avenida del Tibidabo montados en el tranvía azul… En otra ocasión será. Así que un consejo para futuros viajeros: planificad bien vuestros viajes en metro, en especial si tenéis que combinarlos con los trenes de la FGC.

Después de este error técnico, salimos a la superficie en el Paseo de Gracia, a la altura de “La Pedrera”. Decidimos comer algo por la zona. A las 21 horas salía nuestro tren. Sólo quedaban cinco horas, las últimas en Barcelona.

27 de septiembre de 2010

En Barcelona (VIII): Raval multiétnico, paseo entre tumbas y cena en Les Quinze Nits

Esa noche teníamos planeado salir a cenar a Les Quinze Nits sin que nos desanimara la cola bastante voluminosa que se formaba casi de continuo a la entrada. Para llegar a Las Ramblas cruzamos por el Carrer Nou de la Rambla, una calle que comienza en la Avenida del Paralelo y que en tiempos debió ser sórdida, pero que ahora parecía bastante transitada, y hasta hay una comisaría de los Mossos d’Esquadra. Recordé que a apenas dos calles de allí se sitúa la acción del estupendo documental de José Luis Guerín “En Construcción” que narra la transformación del barrio del Raval, contada por boca de los operarios, albañiles y los vecinos del barrio directamente afectados. De hecho, el campanario del monasterio románico de Sant Pau del Camp, uno de los puntos de referencia del documental, la podíamos ver desde la ventana del hotel, aunque cubierto por una malla verde de obra.

A un lado y a otro montones de establecimientos de kebaps, djawarmas y tiendas especializadas en comida árabe, paquistaní y otras delicias africanas u orientales. También alguna que otra tienda de diseño informal pero de decoración muy cuidada y exquisita. Por sus aceras transita gente de todo tipo: locales, inmigrantes con sus túnicas blancas y gorros al estilo paquistaní, y turistas, muchos turistas. Poco antes de desembocar en Las Ramblas está el Palacio Güell de Gaudí, pero cubierto por unos paneles de obra, señal inequívoca de que está prevista su restauración en breve. El portal, que es lo más interesante del edificio, no lo pudimos ver.

Nuestra llegada a Les Quinze Nits tuvo que esperar un poco. Aún queríamos recorrer algunas callejuelas de la Ciutat Vella para ir a la Plaza de la Villa de Madrid, donde hace unos años se descubrió un cementerio romano de los siglos I al III. El ayuntamiento ha tenido una buena idea dividiendo la plaza en dos niveles. El superior, que es la línea del suelo actual, y el inferior, donde puede verse una vía sepulcral con tumbas a ambos lados. Esta vía es transitable, pero el acceso estaba provisionalmente vallado. De todos modos si os pasáis por aquí os sorprenderá. Y si lo hacéis cuando ya ha oscurecido, mucho más.

El camino para llegar a la plaza también fue una pequeña aventura. Saliendo desde la Plaza Real, e intentando caminar en dirección paralela a Las Ramblas, el entramado estaba formado por un laberinto de pequeñas placitas con terrazas y callejones oscuros (al estilo de lo que ya habíamos visto en días anteriores) que daban un poco de miedo. Por alguno de ellos ya habíamos cruzado otros días. Nuestra ruta discurrió por las calles de Ferrán, Raurich, Plaza de Sant Josep Oriol, Plaza del Pi, Petritxol, Portaferrissa y d’En Bot.

Ya de vuelta nos pusimos a la cola. Pero apenas estuvimos un par de minutos. Un camarero rápidamente nos pregunto si queríamos cenar dentro del restaurante o en la terraza. La pregunta nos hizo dudar un momento, pero elegimos dentro. Fuera no había sitio y suponíamos que la espera sería más larga. El local era agradable, amplio y bien decorado. Las camareras, de una raza oriental casi indeterminada eran simpáticas aunque les costaba entendernos. El tipo de cocina de Les Quinze Nits es mediterránea y combina todas las tradiciones culinarias del Mare Nostrum, desde el pescado hasta las carnes pasando por la pasta o los vegetales. Todo con una elaboración bastante correcta y una presentación excelente. Coincidimos en que la calidad-precio era buena, aunque quizás las raciones servidas de alguno de los platos eran un poco escasas.

Tras una agradable sobremesa bajamos a tomarnos algo en la cervecería Canarias, donde estuvimos dos días antes. Para no variar estábamos exhaustos y ya empezábamos a soñar con la cama. En medio de una repentina y fugaz lluvia tomamos el camino del hotel.

NOTA: No, hoy no hay fotos. Durante ese tiempo no hice ninguna.



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