El otro día en la Plaza del Rey de Barcelona pudimos ver la actuación de un músico muy poco habitual (la foto que acompaña a este post es un fotograma del vídeo que grabe allí). Llevaba un extraño instrumento musical que se asemejaba a un OVNI, o a dos platos enfrentados y de color similar al bronce. La forma de tocarlo parecía sencilla: con los dedos o las manos como si fuera un timbal. Pero su sonido nos pareció increíble y no tenía nada que ver con los sonidos de otros instrumentos. De hecho, fue sorprendente comprobar como, dependiendo de la zona de la superficie que tocara, los tonos eran más graves o más agudos, e incluso el tipo de sonido cambiaba de uno corriente de percusión a otro más propio de un instrumento de cuerda como una guitarra o un arpa. También cuenta con unas hendiduras circulares que corresponden a las notas musicales.
Al principio pensamos que se trataba de un milenario instrumento nepalí o tibetano (por lo menos). En realidad no nos basábamos en nada, pero coincidimos en pensar lo mismo. Incluso su nombre, hang, evocaba un idioma exótico y oriental. Pero nada más lejos de la realidad. Una vez documentados nos dimos cuenta de que el hang ni era tibetano –ni siquiera asiático– que tampoco era milenario –ni siquiera centenario–, y que las fantásticas melodías que salían de él eran el producto de un concienzudo estudio científico y tecnológico.
El hang, que significa mano en el dialecto suizo de Berna, es una creación suiza de Felix Rohner y Sabina Schärer (PANArt) que data del año 2000. Es el resultado de veinticinco años de investigaciones sobre las propiedades acústicas del acero, estudiando para ello muchos instrumentos clásicos de percusión como el gong. A pesar de que hasta la fecha sólo se han fabricado unos 6000 para todo el mundo, su precio es mucho menor de lo que había imaginado, ya que sale por unos 1200 euros. A lo largo de internet hay muchísima información (casi toda en inglés), basta con buscar un poco. Os dejo con un vídeo para que os maravilléis de la sencillez y a la vez de lo increíble de su sonido:
Puedo decir que finalmente mi verano se ha terminado. Han sido unos cuantos viajes y tengo muchas cosas que contar y muchos nuevos temas pendientes para escribir. Espero que, a partir de ahora y a pesar de otras obligaciones que tengo que atender, el blog recupere su frecuencia de actualización habitual. Por eso puede decirse que «la nueva temporada» comienza mañana mismo. Gracias por la comprensión y la paciencia.
Ayer, junto con la renovación de casi toda la gama iPod (faltó el iPod Classic), Apple presentó iTunes 10. La décima versión de esta ya veterana y emblemática aplicación de la compañía de la manzana mordida incluía entre otras novedades una especie de red social (sí, es el concepto de moda) musical asociada a la tienda iTunes Store. Esta misma mañana me he descargado la actualización del programa y hace un rato me he puesto a darme de alta y juguetear un poco con el invento.
Ping, que así se llama la cosa (muy originales no han sido, la verdad), está integrado en iTunes y sólo funciona con iTunes. Para mí eso no supone un problema, ya que toda la música que escucho y la sincronización de mis iPods lo hago a través de él. Lo que ya no me ha gustado tanto es que este diseñado para vender. Diciéndolo de otro modo: sólo funciona con la música adquirida –comprada– a traves de la plataforma iTunes Store. En un mundo donde Apple es la líder en el mundo de los reproductores de música, podía haber aprovechado todo el potencial que eso supone para crear una verdadera red social musical que acabaría –no tengo dudas– con otras como Last.fm o Spotify.
En definitiva, y visto lo visto, no creo que Ping tenga mucho recorrido. Lo que muchos esperamos es que Apple la abra a todo tipo de contenidos reproducidos en iTunes y en los iPods…
A lo largo de estos últimos meses he acumulado un montón de material sobre Madrid entre fotos y vídeos que no sé muy bien cómo montar para que el clip resultante tenga coherencia. Al final se me ha ocurrido crear una serie de pequeños vídeos que he llamado ‘Visiones de Madrid’ (ya sé que no es muy original), dentro de la que iré subiendo poco a poco clips temáticos que podrán tratar sobre cualquier tema, aunque generalmente serán sobre lugares concretos. El primero de ellos que os ofrezco es sobre el teleférico de la Casa de Campo, una de las atracciones más conocidas de la capital y un magnífico medio de transporte para cualquier visitante que quiera contemplar una de las mejores vistas que se pueden tener de Madrid. Es cierto que las estaciones se han quedado algo anticuadas y que las cabinas no son último modelo, pero merece la pena subir…
En los años 2001 y 2002 se produjo un fenómeno editorial con muy pocos precedentes (por no decir ninguno) en España. La publicación de ‘La Sombra del Viento’ del autor barcelonés Carlos Ruiz Zafón conmovió los estantes de las librerías y las cuentas corrientes de alguna que otra editorial. Aún faltaba al menos un año para que Dan Brown pegara su campanazo con ‘El Código Da Vinci’ y todo el fenómeno que le sucedería. Han tenido que pasar ocho o nueve años después de aquel boom para que yo me haya decidido a leerlo. Así que voy a comentar a grandes rasgos mis impresiones sobre el libro.
El motivo principal por el que quería leerlo, y precisamente ahora, es porque se ambienta en Barcelona, una ciudad que –si no ocurre nada imprevisto– visitaré en los próximos días. En su día ya leí buena parte de la obra de Eduardo Mendoza (especialmente ‘La Ciudad de los Prodigios’ y la trilogía formada por ‘El Misterio de la Cripta Embrujada’, ‘El Laberinto de las Aceitunas’ y ‘La Aventura del Tocador de Señoras’), ‘Cosas que Hacen BUM’ de Kiko Amat, ‘Corazón de Napalm’ de Clara Usón y posiblemente algún otro que ahora mismo no recuerdo. ‘La Sombra del Viento’ se viene a sumar a todos estos libros.
Me acerqué a esta obra sin ideas preconcebidas y con la intención de pasar un buen rato leyendo. Me esperaba un libro adictivo, de esos que no puedes dejar de leer. Y en parte ha sido así. La presentación de los personajes y el planteamiento de la historia resultó muy interesante y prometedora. Luego las cosas cambiaron, y no precisamente para bien. El protagonista y narrador Daniel Martín me pareció algo insulso y carente de personalidad. Por contraste, el de Fermín Romero de Torres tiene un aire folletinesco y en muchos aspectos casi «eduardomendociano» en sus histriónicos disparates. También he visto la sombra de Mendoza en algunos escenarios, como el caserón abandonado de los Aldaya de la avenida del Tibidabo. El libro comienza su lenta decadencia antes de completar su primer tercio. Quizás cuando entra en juego el personaje de Nuria Monfort. La historia se va disipando y el interés va decayendo hasta el punto de que cuando comienza la tercera parte del libro (las memorias de Nuria) poco me importa ya lo que ocurra. Mi único interés en terminarlo es saber si he acertado con el desenlace que me imaginaba al poco de comenzar a leerlo. Y resulta que sí.
Si hablamos de las formas, la novela tampoco es un prodigio. Tiene la virtud de leerse bien, con una prosa ágil y rápida y con algun que otro acierto literario, sobre todo cuando describe edificios, calles o personajes, casi siempre con un tenebroso velo gótico o romántico y un cierto gusto por lo escabroso. Pero a la hora de los diálogos la sensación que me deja es de que son algo forzados, fuera de lugar. Ese contraste entre descripciones y diálogos me ha parecido uno de los desaciertos formales más graves del libro y que a menudo rompe la atmósfera que el autor pretendía construir.
Con esto no quiero desanimar a los que tienen la intención de leerlo. Los que no lo hayan hecho que lo hagan. Esto es sólo una opinión personal que no tiene por qué coincidir con la vuestra. De hecho es muy posible que no coincida. Pero lo cierto es que después de haber leído algunos de los libros que comentaba al principio, ‘La Sombra del Viento’ sabe a muy poco. A pesar de todo intentaré no dejar de pasear por la calle de Santa Ana, ni acercarme hasta Els Quatre Gats o hasta el número 32 de la avenida del Tibidabo montado en el Tranvía Azul…
Todos hemos escuchado alguna vez hablar sobre las predicciones de agotamiento futuro del petróleo y los demás productos energéticos no renovables. Algunos decían que tendríamos suministro para veinticinco años, otros para cien y otros que el fin de los combustibles fósiles era inminente. Existe una teoría científica llamada «peak oil» o «pico del petróleo» en su acepción castellana más correcta. Alude a la gráfica derivada de la teoría de la curva de Hubbert en alusión a su autor, el geofísico de la compañía petrolera Shell Marion King Hubbert. ¿Y qué dice esta teoría? Básicamente que la cantidad de petróleo extraído en todo el mundo forma una curva ascendente hasta un determinado nivel máximo (este es el llamado «pico del petróleo») a partir del cual comienza a descender. Eso significa que los costes de extraer un barril de crudo es cada vez mayor. Cuando ese nivel es demasiado bajo, la producción deja de ser rentable. Esta gráfica puede aplicarse a pozos concretos de extracción, a la producción de un país o de todo el planeta.
Hubbert predijo en 1956 con éxito cuándo los Estados Unidos alcanzarían ese punto máximo y acertó de pleno, situándolo entre finales de los años sesenta y principios de los setenta. En 1970 se comprobó lo acertado de su predicción. Aplicando de nuevo su teoría, en los setenta predijo que el pico mundial tendría lugar entre 1995 y 2000. Una predicción fallida en la que probablemente han entrado en juego otros factores más complejos y no contemplados en el cálculo. Aún así se siguen realizando predicciones que arrojan nuevas y cercanas fechas que indican que la producción mundial de petróleo está a punto de alcanzar su cénit. Según la asociación de estudiosos del tema, la ASPO (Association for the Study of Peak Oil), que engloba a científicos y economistas de todo el mundo, ha predicho, usando la teoría de Hubbert que esa producción máxima ocurrira entre 2010 y 2015, con lo que de nuevo estamos dentro del tiempo. Y si vuelve a fallar, las nuevas predicciones se acercarán poco a poco a la fecha real. Lo que nadie duda ya es de que tendrá lugar más pronto que tarde. Eso significa que la producción disminuirá no por causas políticas y estratégicas, sino por que ya no se puede abastecer la demanda como hasta ahora.
Probablemente en estos momentos se consumen más derivados del petróleo que nunca. Existen más aviones que nunca y los gigantes chinos e indios (una tercera parte del planeta) están despertando al consumo, y generando una demandanda de transporte por carretera y energía que antes no existía. En occidente el consumo de combustibles fósiles también crece, las familias se mueven en automóvil más que nunca. Según la teoría de Hubbert, en breve vamos a entrar en el declive de la producción de petróleo. El asunto se está tomando muy en serio y, además de la ASPO, existen otras organizaciones que estudian el tema con mucho detenimiento e incluso con preocupación. Mientras, la industria del automóvil y las grandes petroleras ignoran en público el asunto, aunque ya se comienzan a buscar alternativas. Si realmente la escasez comienza pronto, aún no existe una energía lo suficientemente desarrollada y barata como para sustituir al gas y al petróleo. Incluso los más catastrofistas hablan de un colapso de la economía mundial que provocaría un retroceso sin precedentes en el nivel de vida de los ciudadanos (del mundo industrializado, se entiende) y conflictos entre naciones. No en vano, algunos de los países que cuentan con mayores reservas de crudo están en el ojo del huracán informativo día sí y día también: Venezuela, Irán o Irak están entre ellos ¿Casualidad?
La moda del cine social se está convirtiendo poco a poco en una plaga, no por que este cine no sea de interés, sino porque muchos se están apuntando a él con más bien poco criterio. El Reino Unido ha sido siempre, junto con Francia, los reyes de este género desde los años sesenta o incluso antes. Por ejemplo todos hemos visto las obras de Ken Loach, el director que retrata los conflictos sociales a lo largo de ya varias etapas históricas de su país. La realizadora Andrea Arnold, directora de la producción británica ‘Fish Tank’ (2009) parece una de sus alumnas aventajadas. A lo largo de todo el metraje es complicado no ver ni comparar el espíritu de Loach. Ganó el Oscar de Hollywood en 2004 al mejor cortometraje de ficción con ‘Wasp’.
Mia es una joven de quince años que vive con su madre (una cabeza loca) y su hermana pequeña. No estudia (fue expulsada del instituto) ni trabaja (no tiene edad). Sólo se dedica a vaguear por la calle, a bailar y a visitar a una yegua blanca de un cercano poblado de gitanos. Esa vida se quebrará cuando se entera de que su madre tiene un nuevo novio. Una nueva perspectiva se abrirá ante ella, aunque las cosas finalmente no serán como parece.
Y es que no basta con coger la cámara al hombro, no basta con montar un hogar desestructurado con una madre alcohólica ni que la acción se desarrolle en un suburbio marginal de una gran ciudad, ni que el protagonista sea un chico/a que sueña con un futuro mejor a pesar de las circunstancias. Hace falta una historia de verdad, que aporte algo nuevo, que sea interesante y que nos lleve por lo menos a la reflexión. Al terminar de ver ‘Fish Tank’ nada de esto ha ocurrido. La cinta me ha sabido a poco. Una lástima por su protagonista, la joven Katie Jarvies, que hace un magnífico trabajo de interpretación, al igual que el resto del reparto. A pesar de todo, recomendable para los que buscan un cine diferente. La película obtuvo el premio del jurado en el Festival de Cine de Cannes de 2010.
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