Dos nuevas actualizaciones en Cromavista. Por un lado, la apertura (reapertura mejor dicho) del Faro de Moncloa, en Madrid, sin saber si será temporal o definitivo. Por si acaso, el otro día nos pasamos por allí a tomar unas fotografías. Lo cierto es que las condiciones, ni climatológicas (el día estaba oscuro y nublado) ni de instalaciones (el reflejo de las ventanas era constante y se echaba de menos algún tipo de mirador al aire libre para evitar las molestias) ayudaba. A pesar de todo, no deja de ser uno de los mejores miradores para contemplar la capital junto con la azotea del Círculo de Bellas Artes, el Palacio de Cibeles o la novena planta de El Corte Inglés de Callao.
Por otro lado, nuestra visita a Ávila, también lluviosa, me permitió tomar algunas imágenes y vídeos (este último lo publicaré en breve) de las murallas, la Catedral y la Basílica de San Vicente. En total, unas cuantas imágenes a añadir a las galerías ya existentes de Madrid y Ávila en Cromavista.
Han pasado ya unas cuantas semanas desde que la serie de Televisión Española ‘El Ministerio del Tiempo’ finalizó su primera temporada con ¿inesperado? éxito. La idea de una serie de ciencia-ficción española y que además contaba con referentes inequívocamente patrios es algo innovador. Pero esa osadía conllevaba un riesgo muy grande. Yo era bastante escéptico cuando empecé con el primer capítulo. Imaginaba que naufragaría en un guión confuso y unas actuaciones mediocres. Pero lo que me encontré fue algo completamente diferente y sorprendente.
Es verdad que no es la mejor serie del mundo, ni siquiera la mejor serie hecha en España, pero han sabido llevar sobresalientemente el peso de ese riesgo de ser pioneros. En los ocho capítulos de esta primera entrega hay de todo: cosas muy buenas, buenas y menos buenas. El trío de directores Marc Vigil, Jorge Dorado y Abigail Schaaff resuelven con soltura los complejos y buenos guiones escritos por los hermanos Pablo y Javier Olivares. Y entre los actores hay de todo. Mientras Rodolfo Sancho, Aura Garrido y Nacho Fresneda están muy bien, otros sobreactúan (para mi gusto el caso del veterano Jaime Blanch) y otros directamente no me acaban de convencer (Cayetana Guillén Cuervo).
Una de las claves del triunfo de la serie es que recuerdan a las grandes películas de aventuras de los ochenta estilo Indiana Jones, con toques de humor (con referencias locales muy acertadas). Otra tal vez sea la variedad de temáticas y de tramas, e incluso de tramas dentro de tramas, con las clásicas paradojas temporales de toda historia de viajes en el tiempo. Muchas de estas claves están claramente influenciadas por la maestra y madre de todas: ‘Doctor Who’. Aunque se diga que la influencia no es tanta, uno que es aficionado tanto a la serie original como a su relanzamiento, muchos tics e ideas están inspiradas en la británica.
Yo por mi parte, creo que es una de las mejores series nacionales que he visto en mucho tiempo, y de las que van creando afición gracias entre otras cosas a la acertada política en las redes sociales, en la que han colaborado instituciones tan añejas como la Biblioteca Nacional (otro guiño a ‘Doctor Who’ y el apoyo de las instituciones británicas a la serie). Esperamos la segunda temporada…
Han pasado ya más de cinco meses desde que se publicara ‘Indies, Hipsters y Gafapastas. Crónica de una Dominación Cultural’ de Víctor Lenore. Tenía muchas ganas de leerlo, pero hasta ahora no he podido hacerme con un ejemplar. A su publicación le sucedió una ola de reacciones de todo pelaje. Básicamente, Lenore ajusta cuentas con su pasado como redactor de revistas como Rockdelux, dejándose llevar por la modernidad y las tendencias hasta que un día dijo basta y decidió escribir sobre ello.
El resultado es un ensayo no muy prolijo y de fácil lectura en el que el argumento troncal, tal y como reza el subtítulo del libro, es una supuesta dominación cultural de los llamados «hipsters», tanto en las artes (cine y música principalmente) como en la economía. Estos «nuevos modernos» son falsamente comprometidos políticamente, elitistas, excluyentes y huyen de todo aquello que suene a «vulgar». El capitalismo actual los habría puesto de moda en suplementos culturales o en anuncios de televisión.
Esta premisa inicial que parece provocadora, interesante y con la que puedo estar de acuerdo, ha sido lo que me ha llevado a echarle un vistazo. Lo que me he encontrado poco tiene que ver con lo que esperaba. Como ya he leído por ahí en alguna crítica, Lenore cae en todos los pecados del converso que cree haber visto la luz verdadera y los defiende con la forma y el fondo de aquellos a quienes dice criticar: esto es, con citas a intelectuales crípticos y hace tabula rasa para generalizar la actitud de muchos movimientos culturales. Desde luego los que él llama «hipsters» no son un bloque monolítico. Hay muy pocos matices en un campo en el que el matiz puede cambiar por completo el sentido. A esto hemos de unir que hay argumentos encajados penosamente basándose en declaraciones cogidas con pinzas y a menudo sacadas de contexto.
Pero como digo, sí existe una idea subyacente que, a pesar de estar salpicada de argumentos cuestionables, comparto con él. Los nuevos barrios molones donde antes sólo había miseria y delincuencia (o sea lo que se llama la gentrificación) o la apropiación de la cultura popular por parte de la industria y los medios dominantes, son dos ejemplos muy claros. Pero sería un trabajo demasiado minucioso desbrozar todos los aspectos con los que estoy de acuerdo y con los que no, y además no viene a cuento. Que cada uno lo lea y saque sus propias conclusiones. Por cierto, lo mejor de todo el prólogo introductorio de Nacho Vegas.
Hacía tiempo que quería fotografiar la iglesia de San Pedro de la Nave. Mi interés se debe a que es el único templo visigodo que se conserva en toda la provincia de Zamora y uno de los poquísimos ejemplos de este arte en toda España (menos de una decena). La historia de este monumento ha sido azarosa. Su origen se remonta al siglo VII o VIII (entre el 680 y el 711 según las fuentes históricas) y fue levantado a la orilla del río Esla, en un suave valle. A lo largo de su historia se le fueron añadiendo nuevas estancias, especialmente en los siglos siguientes a su construcción hasta el punto de quedar irreconocible.
Tuvo que ser en 1906 cuando el arqueólogo e historiador Manuel Gómez-Moreno redescubrió la iglesia, ya olvidada, y fue consciente de su valor artístico e histórico. Por su iniciativa y dada su importancia, fue declarada monumento nacional en 1912. En 1930, con motivo de la construcción de la presa hidroeléctrica de Ricobayo, Gómez-Moreno lideró los trabajos para salvarla de las aguas. San Pedro de la Nave fue trasladada y reconstruida unos pocos kilómetros más allá, en la localidad de El Campillo. Los trabajos duraron dos años y en 1932 se inauguró en su nuevo emplazamiento. Se aprovechó para liberarla de todas las construcciones adosadas y solo se mantuvo lo puramente visigodo.
En 2012 se construyó una cafetería y un pequeño museo subterráneo donde se cuenta la historia de la iglesia y se exponen unas estelas romanas encontradas en la zona (incluso en la propia iglesia se cree que algunos elementos formaban parte de algún templo romano).
En Cromavista podéis ver algunas de las fotografías que hice, especialmente de los capiteles.
Aunque uno no sea muy religioso, hay una cosa innegable, y es que las procesiones que han desfilado hace no mucho por muchas calles de España son de una plasticidad y una peculiaridad que es irresistible para cualquier aficionado o profesional de la fotografía. Hace ya años que no dedicaba un vídeo a la Semana Santa. Precisamente la última vez que grabé una fue en 2001, en Bercianos de Aliste, un pequeño pueblo zamorano situado en la comarca que le da el apellido, y donde la capital de provincia más cercana no es Zamora, sino la portuguesa Braganza. Un lugar que hasta los años sesenta era casi inaccesible y que ha mantenido una tradición de origen medieval bastante peculiar. Básicamente desfilan con el traje blanco que les servirá de mortaja cuando sean enterrados. Junto a ellos, desfilan también cofrades con las tradicionales capas de pastor alistano.
Como decía, desde 2001 no me acercaba por allí para hacer unas tomas. Apenas cambió nada. Pudo haber sido 1950 o 1850. La tradición ha cambiado muy poco. Esta vez para el montaje elegí el blanco y negro y una fotografía muy subexpuesta y muy contrastada que creo que es lo que pide el motivo. Espero que os guste.
Aprender historia a través de la televisión debería ser una de las principales funciones de ésta; entretenimiento e instrucción básicamente. Yo al menos intento quedarme siempre con algo de lo que veo en la «caja tonta». Las series históricas son una buena manera de hacerlo, aunque no siempre son fieles a la realidad y a menudo nos trasladan una visión errónea o distorsionada de lo que fue una determinada época.
Lo último que he visto en este sentido ha sido ‘The White Queen’, una producción de la BBC emitida por la cadena pública en 2013. Como es de suponer, cuenta con una impecable puesta en escena y unas actuaciones irreprochables. A grandes rasgos cuenta la historia bastante conocida de la Guerra de las Rosas entre las casas de Lancaster y York por ocupar el trono en la segunda mitad del siglo XV. En realidad es la adaptación a la pantalla de la novela homónima de Philippa Gregory.
La serie cuenta la historia de La Reina Blanca, Elizabeth Woodville, desde su boda con Eduardo IV de York –tras la derrota de Enrique VI de Lancaster— hasta la muerte de su sucesor Ricardo III y posterior coronación de Enrique VII –primero de la dinastía Tudor–. En muchos aspectos me gusta compararla con la serie de ‘Isabel’. Es verdad que tiene muchas diferencias, pero también similitudes en cuanto a la manera de enfocar la historia, la época en la que se desarrolla e incluso en el tratamiento de los personajes y sus dilemas morales.
Estéticamente no tiene nada que ver. De los lóbregos decorados de ‘Isabel’ aquí no hay nada, más bien grandiosas estancias góticas, vidrieras, efectos de luces espectaculares y –una cosa que me ha gustado– el tratamiento de los edificios, muy coloridos y para nada ruinosos (que es como se verían hoy y como se ven a menudo en ‘Isabel’). Para conseguir esto, además de construir decorados, se trasladó el rodaje hasta Bélgica para recrear allí algunas de las edificaciones más espectaculares y representativas del Londres tardomedieval. Con esto se ha conseguido que el espectáculo visual sea impresionante.
Pero uniendo guión, el papel de los actores, los escenarios y el resto, el resultado es tan sólo correcto y quizás frío. Aunque la serie se llama ‘The White Queen’, se trata de una historia coral, donde el protagonismo se va sucediendo de unos a otros personajes sin que la presencia de la Reina Blanca consiga amalgamarlos del todo, dando una cierta sensación de dispersión. En eso, nuestra ‘Isabel’ sale ganando. Interesante para pasar un rato.
En muchas ocasiones se utiliza la expresión «valor antropológico» –o sociológico– para justificar engendros artísticos. Se dice, por ejemplo, que tienen valor antropológico las películas de Paco Martínez Soria o las del landismo. También programas de telerrealidad del estilo de ‘Gran Hermano’ han recibido calificativos de este estilo. Pero si somos puristas, no hay tantos ejemplos a los que pueda aplicarse con propiedad.
A mi me ha parecido que ‘La España de los Botejara’ sí cumple con la premisa de servir de documento de estudio para sociólogos y antropólogos de hoy y del futuro. Fueron diez documentales emitidos por Televisión Española en agosto y septiembre de 1978 sobre la idea del por entonces muy popular periodista bilbaíno Alfredo Amestoy. Lo he recuperado gracias al archivo de la corporación pública. En su momento se presentó casi como una superproducción, rodada a lo largo de dos años en varias localizaciones españolas y extranjeras. Y con música de Antón García Abril y Pablo Guerrero.
‘La España de los Botejara’ pretende radiografiar la diáspora de una familia, encarnada por los Botejara, una estirpe procedente de Villanueva de la Vera (Cáceres) y que a lo largo de cuatro generaciones son entrevistados por Amestoy allí donde se han asentado (Cataluña, Baleares, País Vasco, Madrid o Alemania). Casi todos los aspectos de la vida son analizados en el documental, desde la muerte hasta las finanzas familiares, los estudios de los hijos o la relación con otros miembros de la familia.
Sorprende cómo cuestiones como la política, la percepción de la cultura o la economía de 1978 se asemejan a las de 2015. Otras sin embargo son muy diferentes. El documento tiene aún más valor por tomar un terreno completamente virgen de experimentos audiovisuales que le dan una autenticidad que se palpa en cada minuto.
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