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La bitácora personal de Ricardo Martín
Comentando cosas desde 2004
4 de noviembre de 2013

‘Lovecraft: Fear of the Unknown’

Ya era hora de que alguien se dignara a recuperar la figura del escritor norteamericano Howard Phillips Lovecraft (1890-1937). Quizás desde hace una década más o menos viene reivindicándose su figura a raíz de la popularización de los relatos fantásticos de corte gótico. Se ha reeditado la obra de un autor que durante mucho tiempo ha sido despreciada por la crítica literaria. Por eso ha sido no hace mucho que se ha valorado en su justa medida la herencia y la influencia que ha tenido en creadores del género del terror y la ciencia-ficción. No en vano, hoy es considerado el padre de la ciencia-ficción moderna junto tal vez con Julio Verne o Ray Bradbury. Es creador, igual que algunos que vendrían después, de una mitología propia. Y es esta quizás su gran aportación. Luego vendría Tolkien con su Tierra Media…

El documental ‘Lovecraft: Fear of the Unknown’, realizado en 2008, desgrana su biografía, casi tan interesante como su obra, a lo largo de hora y media. Lo mejor tal vez sean los testimonios de directores de cine o escritores claramente influidos por el autor de Providence como Guillermo del Toro o John Carpenter. Se aportan muchas de las claves que fueron constantes en su vida y que son imprescindibles para entender completamente el por qué de sus temas favoritos: Los monstruos, el pasado, la mitología, el esoterismo o el caos. Su vida, repleta de miedos enfermizos, le impedía llevar una existencia normal y su feroz defensa de las tradiciones le llevó hacia una xenofobia que en sus últimos años se atenuó. Añoraba el pasado y hubiera deseado vivir un par de siglos atrás, tal vez en la Inglaterra de sus antepasados, y no en una provinciana ciudad de Nueva Inglaterra que ya comenzaba a notar los cambios que traía la modernidad.

En lo que a mi respecta, no he leído aún nada de Lovecraft, aunque es posible que después de ver este documental me ponga con su obra completa, no muy extensa. Por si os interesan, en este enlace hay algunos de los mejores: ‘El Horror de Dunwich‘, ‘Él’, ‘En la Cripta’, ‘En los Muros de Erix’, ‘La Poesía y los Dioses’, ‘Lo Innombrable’, ‘Los Otros Dioses’, ‘Azathoth’ y ‘Polaris’.

12 de octubre de 2013

Zamora y la visión anglosajona del post-romanticismo

Cada mucho tiempo uno encuentra lejanas crónicas, en el tiempo y en el espacio, que hablan sobre Zamora. Ya sea en la biblioteca de la Universidad de Toronto o en la de California, muchos volúmenes escritos por anglosajones duermen allí desde hace decenas e incluso centenares de años. Sólo la tecnología los ha sacado del ostracismo para hacerlos accesibles a quienes nos pueden interesar. Viajeros de un romanticismo tardío que visitaron quién sabe si por azar, la ciudad del Duero. Tres autores, tres viajeros, turistas de su tiempo, Albert F. Calvert, Edgar T. A. Wigram y Edward Hutton llegaron a Zamora casi en fechas coincidentes. Sus tres libros de viajes por España son hoy día una curiosidad más al alcance del internauta.

A pesar de lo pedestre de mis traducciones, merece la pena dar a conocer estas pequeñas crónicas –reducidas por mí mucho más por cuestiones de espacio– aunque solo sea como mera curiosidad. El primero de ellos corresponde al volumen ‘Valladolid, Oviedo, Segovia, Zamora, Ávila & Zaragoza. An Historical & Descriptive Account.’ de Calvert, publicado en Londres en 1908:

Zamora sobre el Duero es una de las ciudades más pintorescas de España, y una de las más célebres de sus anales. No es bien conocida por los extranjeros, probablemente a causa de que su acceso sea tan complicado. Pocos lugares traen de vuelta tan vívidamente el pasado agitado de Castilla.
La ciudad está sobre el Duero, en una cresta rocosa. El castillo y la catedral ocupa su extremo occidental. El río está atravesado por un puente de diecisiete ojos, defendidos cerca de cada extremo por una puerta, una alta torre. Si la vista es ya de por sí pintoresca y medieval, la vista desde este punto es aún más. Hacia el atardecer, el espíritu de la Edad Media parece delatar a la ciudad –es sombrío y feroz, fuerte y venerable–. La comarca parece poco más que un desierto. Desde los muros, arriba, ojos parecen estar oteando el horizonte en busca del primer destello de las lanzas enemigas. Zamora pertenece a la época en que los pueblos, como los hombres, siempre llevaba armadura. Hoy está rota, gastada por la guerra y vieja; pero si la espada está oxidada y su escudo roto, bien puede presumir que fue por estar al servicio de España.
Tan pronto como atravesamos el viejo puente, sobre las represas del Duero, y subimos la empinada calle que conduce a la ciudad, no necesitamos consultar ningún archivo que nos diga que estamos aquí, en la vieja Castilla de los días de la caballería, en la que encontraremos pocos recuerdos de artistas y poetas, algunos de estadistas y de grandes gobernantes, pero muchos de los combatientes duros y sacerdotes santos.

El segundo texto es de Wigram y está extraído de su libro ‘Northern Spain’, también publicado en Londres, pero en 1906. El viajero parece encontrarse con unos gigantes en la procesión del Corpus:

En nuestra ignorancia protestante del tiempo y las estaciones no sabíamos que este día era la fiesta del Corpus Christi. En consecuencia, la aparición de un gigante de cartón de cinco metros tambaleándose sinuosamente por la calle principal nos ocasionó un leve desconcierto. Este ogro errante, sin embargo, tenía su razón de ser. Todas las ciudades españolas respetables poseen un equipo de gigantes como parte de su dotación municipal, y el día del Corpus es la gran ocasión para exhibirlos. El turista siempre debe organizarse para pasar ese festival en una buena y vieja ciudad, donde se conservan las tradiciones selectas.
Zamora es en sí lo suficientemente vieja para ello. Su bonita y antigua catedral románica fue construida por nada menos que el Obispo Don Jerónimo, «aquel hombre bueno con la coronilla rapada», que tan hábilmente representó a la Iglesia militante entre los partidarios del Cid.

Por último, quizás el más poético de todos, Hutton y ‘The Cities of Spain’ (1906) nos ofrece una visión mucho más romántica y etérea:

En medio de un desierto que ha florecido, Zamora se encuentra sobre una colina. Sólo un grupo de dorados edificios románicos, decadentemente ruinosos, rodeado por el polvo infinito y por la luz. Y a su alrededor, la tierra sedienta ha generado fuentes de agua entre cañas y juncos. Llegué a ella por primera vez a la puesta del sol por el incierto camino solitario que pasa sobre el desierto de Salamanca. En la misteriosa soledad del¡ un día de verano todavía, de sed, cubierto de polvo, no había visto nada igual, ninguna. Solo al mediodía, en el silencio del desierto, había orado por encontrar un lugar como este. Ya por la tarde, Dios me llevó a sus hermosas torres doradas. Así que era como una ciudad donde refugiarse, tal vez por el calor y el silencio de la luz del sol, o puede que por la soledad de la noche, se me apareció al lado de las aguas en el medio del desierto.
El mundo se ha olvidado de Zamora. Para muchos una ciudad poco limpia, una visión poco encantadora; pero pocos descubrirán su ruina y su soledad. Dorada y desnuda se asienta sobre la colina, y solo el sol y el viento del desierto la han amado todos estos años. […]
Cuando se llega a Zamora, hoy a través de ese viejo y hermoso puente del siglo XIII sobre el Duero, se entra en la ciudad por un camino largo y fatigoso que va desde el valle a la colina, llegando por fin a la cresta de roca desde la que Zamora destaca. Esa misma calle estrecha y sinuosa pasa junto a la catedral de la ciudad que, casi como una fortaleza, se construyó en el último peñasco de la gran colina.

6 de septiembre de 2013

‘Los Misterios de Madrid’ de Antonio Muñoz Molina

Entre agosto y septiembre de 1992, Antonio Muñoz Molina publicó en 27 entregas para el diario El País ‘Los Misterios de Madrid’. El por entonces recién galardonado premio Planeta con ‘El Jinete Polaco’ recupera uno de los personajes de ese universo tan personal que retrató magistralmente en su galardonada obra.

Lorencito Quesada es un cincuentón dependiente de un rancio local de tejidos de nombre ‘El Sistema Métrico’ en la localidad imaginaria de Mágina (Jaén). Quesada, amable, beato, ingenuo, anacrónico pero inteligente, tiene ínfulas de periodista, aunque sólo ha publicado algún artículo menor en el diario local ‘Singladura’. Quien haya leído ‘El Jinete Polaco’ ya lo sabrá. Pero en ‘Misterios de Madrid’ se embarcará en una aventura como poco rocambolesca, digna de un folletín decimonónico, repleto de momentos cómicos, disparatados e inverosímiles.

La acción se ambienta en el Madrid de la capitalidad cultural europea. El Santo Cristo de la Greña, una imagen señera de la Semana Santa de Mágina ha sido robada. En el delito está implicada una insigne celebridad de Mágina. La acción llevará a Lorencito Quesada a emprender una investigación en la Villa y Corte durante la cual se sucederán hechos increíbles en los más insospechados escenarios de la capital, desde la pensión de Santa María de la Cabeza hasta la Torre Picasso.

Esta obra, considerada menor dentro de todas las de Muñoz Molina, se disfruta a cada momento. Quizás sea por su formato original por entregas, pero en cada página existe un pequeño clímax o un giro de su alocado argumento. Mientras lo leía me acordaba de esas desternillantes obras del detective loco de Eduardo Mendoza (‘El Misterio de la Cripta Embrujada’, ‘El Laberinto de las Aceitunas’ o ‘La Aventura del Tocador de Señoras’), en los que las descripciones son más caricaturas que reflejo de la realidad. Sin embargo, hay algo que no acaba de encajar. Da la impresión de que Muñoz Molina no se encuentra del todo cómodo con este género, aunque sale razonablemente airoso del lance. La obra que sacará más de una sonrisa, especialmente a quienes, como yo, hayan leído más de una vez ‘El Jinete Polaco’ y lo tengan siempre a mano, casi como un libro de cabecera.

7 de abril de 2013

‘Sólo para Gigantes’

Apenas sabíamos nada sobre Jordi Magraner cuando fue asesinado en Pakistán en agosto de 2002. Los periódicos recogieron la noticia apuntando a grandes rasgos su perfil: Francés de origen valenciano, zoólogo y aventurero y que se encontraba desde hace años en el Hindú Kush a la búsqueda del «barmanu», la versión local del «yeti». En 2011, el escritor y periodista Gabi Martínez culminó sus investigaciones sobre Magraner publicando en la editorial Alfaguara el libro ‘Sólo para Gigantes’, una novela de realidad ficcionada con algunas pequeñas licencias, pero que básicamente recoge sus vivencias desde su primera expedición a la zona en los ochenta hasta su fatídico final.

Pero este obra se centra sobre todo en descifrar la compleja personalidad de Jordi a través de quienes le conocieron: Su familia, sus amigos y la gente con la que trabajó en Francia y en Pakistán. De carácter aventurero, idealista, solitario, tozudo, supo conseguir todo lo que quiso. Pero su forma de ser a veces autoritaria y brusca puede que fuera la clave para que se enemistara con los talibán y sus simpatizantes en una época que comenzaba a ser delicada. Los musulmanes siempre habían vivido junto a los kalash en el valle de Chitral, la zona de acción de Magraner, pero la llegada de los radicales enrareció el clima de entendimiento y tolerancia que había reinado hasta la fecha.

‘Sólo para Gigantes’ me ha parecido una obra ejemplarmente bien escrita y que mezcla muy bien los avatares del propio investigador Gabi Martínez con la vida de Jordi Magraner en el pasado. Para terminar, por si a alguien le interesa, dejo los vídeos de la conferencia de presentación del libro:


23 de febrero de 2013

Hanns Heinz Ewers

Cuando el estudiante de medicina Richard Bracquemont decidió ocupar la habitación número siete del pequeño hotel Stevens, situado en el número 6 de la rue Alfred Stevens, tres personas se habían ahorcado en esa misma habitación colgándose del dintel de la ventana en tres viernes sucesivos.

Así comienza el relato ‘La Araña’ (1908) del escritor alemán Hanns Heinz Ewers. Cuando lo leí, hace ahora casi veinte años, se convirtió de inmediato en uno de mis textos favoritos. Esa mezcla de suspense, terror (horror quizás) y rutina cotidiana me pareció en su momento muy original. Sobre su autor apenas supe nada, pero ha resultado ser un personaje bastante interesante. Vivió en una de las más turbulentas etapas que ha vivido Europa, concretamente entre 1871 y 1943. Su estilo sigue la corriente del terror romántico gótico, ya muy tardío, junto con otros autores como H. P. Lovecraft.

Aparte de los clásicos componentes de todo relato gótico, Ewers incluyó ciertos elementos ocultistas tan de moda en la época de la Golden Dawn de Aleister Crowley. No llegó a conocer en persona al mago británico pero sí mantuvieron cierto contacto epistolar. La polémica siempre acompañó a Ewers. Su relación con la Sociedad Thule, una de las oscuras bases ideológicas del nazismo, hizo que muchos lo acusaran de apoyar el movimiento nacionalsocialista alemán. Lo cierto es que fueron los propios nazis quienes calificaron al autor y a su obra de «decadente» y «depravada». Para colmo estudió los ritos ocultistas judíos e incluso su mujer era judía. Aún así nunca renunció a sus ideales arios, aunque entendidos de manera un tanto peculiar. Nadie sabe a ciencia cierta si Ewers realmente apoyó al movimiento nazi hasta el final o fue un nazi descarriado que al final no comulgaba totalmente con esas ideas. Murió sumido en la pobreza en Berlín en 1943.

La naturaleza extraordinariamente compleja del personaje y sus poliédrica personalidad hacen que siga despertando polémicas. Su gusto por la vida bohemia y decadente, por el ocultismo, por los ritos judíos y a la vez, por la defensa de la raza aria y de la Gran Alemania, tienen difícil casamiento. Quizás eso hace de Ewers un autor tan atractivo para los estudiosos.

26 de julio de 2012

‘Ready Player One’

He de decir que no soy muy aficionado a leer cosas frikis –algunos pensarán lo contrario– en el sentido clásico de la palabra. No quiero decir que el mundo geek no me interese, de hecho sí que me interesa, pero me dan mucha pereza los libros sobre/para frikis. Sólo he visto una vez las tres películas originales de Star Wars, las de El Señor de los Anillos ni siquiera eso, aunque sí he leído los libros por curiosidad. Nunca he jugado a rol, aunque me gustan los videojuegos conversacionales. Como mucho podría decirse que soy un geek ocasional y de las cosas más peregrinas.

Una vez hechas las aclaraciones pertinentes vamos con ‘Ready Player One’. El libro cayó en mis manos por casualidad, hablando sobre novelas. El asunto de los pioneros de la informática y los videojuegos siempre me ha interesado, así que probé a leermelo. Antes de empezar veo en la contraportada que Ernest Cline, guionista de Hollywood y escritor, había vendido ya los derechos a Warner Bros. para que se realizara una película que, supuestamente, se estrenaría en 2013 o 2014. Segui curioseando, y en la solapa de la portada vi una foto de un sonriente Cline apoyado en un DeLorean (presumo que auténtico) clavado al de Regreso al Futuro. Buscando más información sobre el tipo entro en su web y veo que, además de una especie de friki a la americana es un personaje histriónico y algo extravagante. Sin que esto me influyera pase finalmente la primera página.

‘Ready Player One’ es la historia de Wade Watts un joven desarraigado en un mundo en descomposición de un futuro no muy lejano. Corre el año 2044 y en todo el mundo triunfa una simulación tridimensional e inmersiva llamada OASIS. Es un mundo virtual donde todos se refugian y donde pueden ser quienes deseen y dar rienda suelta a todo aquello que en la triste vida real no pueden. Wade es lo que hoy diríamos un «nativo» de OASIS. Desde muy pequeño su madre le enseñó a utilizar la consola para vivir y educarse en un mundo virtual. Un buen día recibe la noticia de que J. D. Halliday, el todopoderoso y multimillonario creador de OASIS, ha fallecido dejando un curioso testamento: un juego. A través de pistas relacionadas con las aficiones de Halliday –los primeros videojuegos, los iconos culturales norteamericanos de los años 80s y, en general, la tecnología de aquella década– los que deseen participar han de encontrar tres llaves que servirán para abrir tres puertas. Y detrás una fortuna incalculable. Wade se embarcará en esta aventura sin saber la cantidad de peligros y retos que le esperan. Por supuesto también hay malos. Aquí se llaman sixers, esbirros de una multinacional diabólica llamada IOI que quiere apoderarse del premio de Halliday para poder controlar OASIS y convertirlo en un mundo controlado y de pago.

La novela, no hace falta que lo diga, no pasará a la historia de la literatura. El diseño de los personajes es casi infantil y el maniqueísmo es a veces casi paródico (no sabemos si heredero de los videojuegos o de las películas de ciencia-ficción norteamericanas). Eso no significa que no haya disfrutado como un enano leyendo sin parar sus quinientas páginas. Las referencias generacionales, algunas muy frikis, son muy abundantes y se repiten hasta la extenuación. Desde ‘Dragones y Mazmorras’ y otros juegos de rol, series japonesas como ‘Ultraman’, videojuegos clásicos como ‘Pac-Man’, ‘Tempest’ o ‘Zork’ o referencias cinematográficas que no me esperaba como el papel estelar que ocupa ‘Los Caballeros de la Mesa Cuadrada’ de Monty Python. Quizás también se puede hacer una lectura un poco más profunda: el esfuerzo, la perseverancia y la capacidad de superación aparece implícito a lo largo de toda la novela. Un tema, por cierto, muy del imaginario norteamericano. Y también lo es el factor de la tecnología como elemento democratizador.

En definitiva ‘Ready Player One’ es una novela amable, interesante y, sobre todo y por encima de lo demás, muy entretenida. Pero unas pocas horas después de finalizada la has olvidado. Recomendada para los frikis primigenios que crecieron con los primeros videojuegos.

2 de julio de 2012

Gustave Doré y la visión romanticista de Zamora

En 1862, el grabador, dibujante y pintor francés Gustave Doré consiguió convencer a Charles Davillier, un acaudalado coleccionista de arte, para que realizara con él un viaje por España. El resultado iría publicándose por entregas dentro de la revista parisina de viajes y aventuras ‘Le Tour Du Monde’. Davillier aceptó y juntos crearon una peculiar obra que sirve como testigo (probablemente muy distorsionada por la visión romanticista de ambos y sus inevitables prejuicios) de un lugar y una época.

Su viaje comenzó en la frontera de La Jonquera, y de aquí por toda la costa levantina y andaluza. Son memorables sus incursiones por el interior. Doré dedica varios de sus dibujos a la Alhambra de Granada, idealizada por el romanticismo. También los capítulos dedicados a Córdoba y Sevilla son amplios. De aquí se dirigen hacia La Mancha, seguramente con el ideal de Don Quijote en la mente. Después una interesante visión de Madrid, con minuciosos dibujos de algunas de la calles tal y como se veían en la época. Extremadura, Salamanca y, vamos a lo que nos interesa, Zamora.

Por desgracia, Doré y Davillier no parecieron especialmente impresionados a su paso por la provincia zamorana. La despachan en unas pocas líneas que os reproduzco aquí:

La carretera de Salamanca a Zamora, que recorrimos en seis horas con la diligencia, no ofrece puntos de especial interés. Sin embargo Doré hizo un buen uso de su tiempo dibujando una pareja de «civiles» –la policía de España–, que desfilan por las calles bajo la luna, y también un funeral, una escena simple, pero conmovedora: El cuerpo de un campesino tendido en un carro, el rostro cubierto, tirado por dos bueyes, y seguido por sus amigos y familiares. También dibujó a un grupo de mendigos y, en una pequeña aldea en la que se detuvo, una guapa granjera de pavos que posaba para su retrato con mucha complacencia. Zamora es una pequeña ciudad que todavía parece pertenecer a una época pasada, aunque el ferrocarril la ha puesto en comunicación con Medina del Campo. Se pretende continuar la línea hasta la frontera de Portugal, a unos cuarenta kilómetros de distancia. La catedral y las ruinas del palacio de Doña Urraca son casi los únicos objetos de interés de la ciudad. Doña Urraca, una princesa que vivía en el siglo XII, jugó un papel importante en el Romancero del Cid. Durante la Edad Media, Zamora fue llamado «La Bien Circada». «Zamora no se tomó en una hora», dice el proverbio. La ciudad se hizo famosa durante la guerra de los Comuneros de Castilla, cuando el obispo de Zamora, ordenó en persona a un batallón de lucha contra los sacerdotes que él mismo había formado.

Al día siguiente nos fuimos a Toro, otro carece de importancia, antigüedad, de aspecto indolente, que no cuenta con ninguna industria especial. La región circundante es, sin embargo, fértil y produce un trigo excelente. El Duero, paralelo a la carretera, y que pasa por la ciudad, debe ser una corriente bastante notable, así como un valioso recurso de los indígenas, que comparan sus aguas nutritivas con el caldo de pollo.



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