‘Rocío’, la censura aún existe
La semana pasada tuve la ocasión de ver ‘Rocío’, un documental de 1980 sobre el fenómeno de la romería religiosa de El Rocío. No se trata de un trabajo cualquiera. Supuso el fin de la carrera de su director, Fernando Ruiz Vergara, y el secuestro judicial de la cinta por varios tribunales, entre ellos la Sala Segunda del Tribunal Supremo, quien dictó sentencia en 1985. Desde entonces, las contadas emisiones de ‘Rocío’ son de versiones censuradas, sin los 13 minutos que completaban los 80 originales. La copia que vi es la que hay colgada en YouTube y que se corresponde con la grabación emitida en La 2 hacia 1990. Hace no mucho tiempo, con motivo del estreno de un documental sobre ‘Rocío’ –‘El Caso Rocío’– se organizaron proyecciones de la película completa más allá de nuestras fronteras, en Portugal.
Pero ¿Qué contienen esos minutos prohibidos? Básicamente el testimonio de un almonteño (vecino de Almonte, la localidad onubense donde se halla la Virgen del Rocío) que culpaba Jose María Reales Carrasco, alcalde de Almonte antes de la II República, de la represión brutal y de los asesinatos que tuvieron lugar en el entorno de El Rocío en los albores de la guerra civil. Muchos de ellos aparecen en el documento con fotografía, nombre, apellidos y el mote por el que se conocía. En total fueron 100. Los hedereros de Reales Carrasco interpusieron una denuncia por injurias y por ultraje y escarnio a la religión católica. Las sentencias se fueron sucediendo entre 1981 y 1984, prohibiéndose progresivamente en las provincias andaluzas primero y el todo el territorio español después.
Ruiz Vergara tocó en ‘Rocío’ dos de los temas que en la época de la transición y aún hoy son intocables: Religión y política. Y pagó por ello un alto precio. Se explica, por ejemplo, cómo la religión sirvió durante siglos para controlar a la población y mantener los privilegios de los poderosos a costa de la ignorancia del pueblo llano. Una estrategia organizada por la Iglesia escondiendo figuras de madera en los lugares más «rebeldes» para que después los campesinos las encontraran. Al margen de todo esto, la película cuenta con una calidad plástica innegable, retratando muchas de sus secuencias sin palabras, solo con los gritos de los romeros y los llantos de los niños pequeños, hasta componer un retrato de la irracionalidad humana convenientemente dirigida y fomentada por los estamentos políticos y religiosos.
Ojalá podamos verla algún día completa. Eso será síntoma de vivir en un país que verdaderamente ha dejado atrás los fantasmas del pasado que aún en 2014 no se han superado.